Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Silvia
Ribeiro
Cuando
pensamos en la era digital, probablemente lo primero que acude a la mente son
computadoras, teléfonos móviles y otros elementos obvios de lo que se ha dado
en llamar TIC: tecnologías de información y comunicación. Parece algo etéreo,
pero en realidad conlleva enormes impactos ambientales y energéticos.
Además,
la industria digital va mucho más allá de esas primeras imágenes. Es una de las
bases fundamentales del tsunami tecnológico que ya está sobre nosotros, pero
que difícilmente percibimos en todas sus dimensiones. Entre ellas, por ejemplo,
el rápido avance del Internet de las cosas, que se propone sustituir al
comercio convencional –incluyendo hasta la compra semanal de los hogares–; la
tecnología digital que mueve los mercados financieros; las transacciones y
monedas digitales; la digitalización de la agricultura, con el uso de
autómatas, drones, satélites, sensores y big data; la optogenética que propone
manipular seres vivos a distancia; la omnipresencia de cámaras y sensores que
se comunican con gigantescas bases de datos, que pueden incluir hasta nuestros
datos genómicos; el Internet de los cuerpos, con la digitalización de la
medicina y las nuevas biotecnologías, y el avance de la inteligencia artificial
que subyace a todo ello. Todas son áreas de fuertes impactos –escasamente
comprendidos por la sociedad– y la lista apenas comienza.
Uno
de los aspectos más pesados y a la vez invisibles de la era digital, es que
contrariamente a lo que se podría pensar, los impactos materiales, en el medio
ambiente, en recursos y demanda de energía son enormes. Jim Thomas, codirector
del Grupo ETC, ejemplifica esto en tres sectores: el iceberg de la
infraestructura digital, la demanda de almacenamiento de datos y la voraz
demanda energética del uso de las plataformas digitales.
La
infraestructura digital y de telecomunicaciones ya instalada es muy desigual.
Mientras en la mayoría de países de África y otros países del Sur global no
llega a 20 por ciento de acceso de la población, en América del Norte supera 90
por ciento. En conjunto, constituye lo que Benjamin Bratton llama la mayor
construcción accidental de infraestructura que la humanidad haya hecho jamás.
Es decir, la infraestructura está conectada –o pretende estarlo– a todos los
rincones del planeta, pero nunca se han tomado decisiones de conjunto sobre
ésta, sus múltiples implicaciones e impactos. La mayor parte de la discusión
global al respecto, a menudo promovida por empresas de telecomunicación y big
data, es sobre supuestos aspectos de equidad (todos deben tener derecho de
acceder a la red), y por tanto lo que plantean es que los gobiernos o agencias
de apoyo al desarrollo deben construir y pagar por la infraestructura donde no
la hay, y en muchos casos le dan prioridad frente a otras necesidades. Lo que
en general no se nombra es que la expansión de la infraestructura digital
implica, entre otras cosas, aumentar la red de radiación electromagnética a
todas partes, que tiene efectos negativos graves, pero poco estudiados, sobre
la salud y la biodiversidad. Es, además, un motor de conflictos para extraer
los materiales necesarios para construir teléfonos celulares y otros aparatos
de trasmisión y recepción.
Paralelamente,
el almacenamiento de toda la información digital generada en el planeta se
estimó para 2016 en 16.1 zettabytes (un zettabyte es un billón de gigabytes).
Para 2025, se calcula que se requerirán 163 zettabytes, 10 veces más (IDC).
Para
hacer la cifra un poco más tangible, serían unos 16.000 millones de
dispositivos de almacenamiento, aproximadamente dos discos duros de alta
capacidad por cada persona en el planeta. Esto requiere una cantidad gigante de
materiales, que incluyen minería de muchos elementos, incluyendo raros y
escasos, la producción masiva de químicos sintéticos (y basura tóxica) y una
enorme cantidad de energía para extracción, fabricación, distribución y uso,
incluyendo la operación y ventilación de los dispositivos, etcétera.
Los
requerimientos energéticos son a menudo invisibilizados, porque se supone que
la digitalización demandaría menos energía que otras actividades, lo cual
podría suceder en algunos casos. No obstante, uno de los ejemplos más
contundentes de lo contrario es el uso de monedas digitales como el bitcoin.
Según datos recientes, una simple transacción en bitcoin, requiere la misma
cantidad de energía que usa una casa promedio en Estados Unidos ¡durante dos
semanas! (Digiconomist.net)
Estos
son algunos ejemplos de los impactos que en general no se consideran. Todos
ellos implican además efectos devastadores sobre las comunidades y poblaciones
de donde se extraen los recursos, además de las consecuencias sobre la salud de
usuarios y quienes están cerca de las líneas y torres de trasmisión, así como
sobre fauna, vegetación y biodiversidad.
La
tremenda demanda de energía de la infraestructura y operación digital se suma a
los factores principales causantes del cambio climático. Por todo ello es
necesario que desde las bases de la sociedad asumamos el análisis y evaluación
múltiple de los desarrollos tecnológicos, incorporando todos sus aspectos, no
solamente los que las industrias quieren vendernos.
Silvia
Ribeiro, investigadora del Grupo ETC.
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