Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Massimo
Modonesi
A
100 años de la revolución bolchevique y a 80 de la muerte de Antonio Gramsci
cabe una reflexión en la intersección de ambas trayectorias, la de un
acontecimiento que revolucionó la historia mundial y la biografía política e
intelectual de uno de los más destacados pensadores marxistas del siglo XX.
Como
puede apreciarse leyendo la antología de textos de Gramsci sobre la revolución
rusa —compilada y presentada por Guido Liguori y que será publicada en los
próximos meses en italiano— Gramsci se identificó críticamente tanto con el
episodio revolucionario como con el proceso que le siguió. Ambas “revoluciones
rusas” aparecen articuladas bajo una misma denominación historiográfica pero
son distinguibles como lo puede ser la lucha de clase contra el Estado burgués
y capitalista y la construcción de un Estado y una sociedad alternativa.
Bajo
este criterio de distinción, tres momentos de la vida de Antonio Gramsci dan
cuenta de la persistencia de una misma actitud política e intelectual de
identificación crítica: 1917, 1926 y 1933—1934.
En
1917, el joven Gramsci se entusiasmó con la capacidad de los bolcheviques de
forzar el ritmo de la historia, de romper con los supuestos de la mecánica de
las etapas del marxismo canónico, de hacer una “revolución contra El Capital”,
al son de las posibilidades de la lucha de clases, más allá del estadio de
maduración de las estructuras económicas. No sin incrustaciones voluntaristas y
subjetivistas, Gramsci exaltaba el vuelco de masas y el protagonismo de la
dirección revolucionaria, captando y resaltando la específica química del
acontecimiento con un dejo de idealismo, entendido tanto en el sentido de
deformación como de aspiración ideal. Escribía en este sentido el 25 de julio
de 1918:
La
revolución rusa es el dominio de la libertad: la organización se funda por
espontaneidad, no por arbitrio de un “héroe” que se impone con violencia. Es
una elevación humana continua y sistemática, que sigue una jerarquía, que crea
cada vez los órganos necesarios a la nueva vida social. Pero entonces ¿no es socialismo? (…) Porque
el socialismo no se instaura en una fecha fija, sino que es un continuo
devenir, un desarrollo infinito en un régimen de libertad organizada y
controlada por la mayoría de los ciudadanos, o del proletariado.
A
partir de esta inspiración, Gramsci se volcó a la tarea de “hacer como en
Rusia”, en el movimiento de Consejos de Fábrica de Turín entre 1918 y 1919,
fundando y encabezando el grupo y el periódico Ordine Nuovo (ON), que será uno
de los núcleos fundamentales del Partido Comunista de Italia (PCdI) creado en Livorno
en 1921. Posteriormente, ya con Mussolini y el fascismo en el poder, Gramsci
vivirá en Rusia casi dos años como representante del PCdI en la Internacional
Comunista.
A
su regreso a Italia en 1924 será nombrado secretario general del partido. Un
par de años después, el 17 de octubre de 1926, Gramsci redactó —a nombre del
PCdI— un borrador de carta al Comité Central del PC ruso. La carta de Gramsci
muestra una profunda convicción unitaria y antisectaria a partir de la cual
crítica a las oposiciones internas al partido ruso —en este momentos
encabezadas por Trotsky, Zinóviev y Kamenev— y, al mismo tiempo, una
irreductible vocación crítica que se expresa también hacia la mayoría
estalinista en términos que resultarán tristemente proféticos:
Camaradas,
ustedes fueron, en estos nueve años de historia mundial, el elemento
organizador y propulsor de las fuerzas revolucionarias de todos los países: la
función que cumplieron no tiene antecedentes en toda la historia del género
humano que la iguale por amplitud y profundidad. Pero ustedes hoy están
destruyendo vuestra propia obra, ustedes degradan y corren el riesgo de anular
la función dirigente que el PC de la URSS había conquistado por impulso de
Lenin; nos parece que la pasión violenta de las cuestiones rusas les está
haciendo perder de vista los aspectos internacionales de las cuestiones rusas
mismas, les está haciendo olvidar que vuestros deberes de militantes rusos
pueden y deben ser cumplidos solo en el cuadro de los intereses del
proletariado internacional.
Por
este acento polémico, aprovechando que poco después Gramsci fue detenido y
encarcelado, el borrador no fue discutido y fue archivado por Palmiro
Togliatti, compañero de Gramsci desde el movimiento turinés de los consejos y
el ON y uno de los comunistas italianos más cercanos a los rusos. Togliatti
asumió la responsabilidad de censurar una crítica política que merecía ser
debatida al interior del PCdI, actuando tanto por sentido de oportunidad y por
disciplina como para cuidar el partido del cual era ya el principal dirigente,
por su lealtad a la mayoría del PCUS y por estar Gramsci en prisión.
Ya
desde la cárcel, a lo largo de la laboriosa redacción de sus Cuadernos, que
culmina entre 1933 y 1934 en su elaboración fundamental, Gramsci fue marcando
una notable distancia teórica respecto del marxismo soviético para este
entonces convertido en catequismo marxista-leninista. Es objeto de debate que
tanto Gramsci, ya aislado políticamente no solo por su reclusión carcelaria
sino por su posición disidente respecto de la línea de “clase contra clase” de
la IC, estaba teorizando en relación estricta o laxa con la elaboración (por
obvias razones encriptada) de una propuesta alternativa de línea política y que
tanto su distancia respecto al rumbo del país que fue de los soviets era
irreversible. Como es sabido, después de su muerte, Togliatti recuperó, publicó
y exaltó a la figura de Gramsci y sus notas de los Cuadernos de la Cárcel,
usándolas como base teórica de la originalidad del comunismo italiano del segundo
posguerra, sin renegar del leninismo ni de la URSS.
Al
margen de estos aspectos, para los fines conmemorativos que me propongo aquí,
es significativo cómo Gramsci fue un crítico comprometido de las revoluciones
rusas, tanto en su entusiasmo por la revolución rusa como episodio como por en
su adhesión crítica a la revolución como construcción del socialismo: festejó
el acontecimiento criticando los límites del marxismo y criticó al régimen
apelando a la amplitud del marxismo.
Además
de su riqueza teórica, el marxismo gramsciano llega a nosotros, a distancia de
un siglo, por esta actitud de crítica comprometida porque si, como decía él
mismo, así como la verdad es siempre revolucionaria, el marxismo no puede dejar
de ser crítico.
No
hay entonces mejor forma gramsciana de honrar la memoria de la revolución de
Octubre que la de criticar el régimen que la petrificó.
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