Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Enrique Dussel
Se nos ha ido a los 90 años
Aníbal Quijano, marxista peruano tan original como Carlos Mariátegui, quien
supo descubrir a los pueblos originarios como posibles actores revolucionarios
peruanos. De la misma manera, el marxista Quijano supo mostrar que la
clasificación social en la modernidad eurocéntrica de la población no fue la
clase social, sino la raza. La racialización de marxismo que practicó Quijano,
inspirándose en los marxistas afrocaribeños, pero aplicada en América Latina a
indígenas y mestizos, tiene consecuencias teóricas y prácticas muy originales,
que abren preguntas que hoy se hacen las ciencias sociales en todo el mundo
(como la decolonización epistemológica acuñada por Aníbal).
Después de ser uno de los
creadores de la Teoría de la Dependencia fue tomando conciencia de la realidad
latinoamericana, que le exigió efectuar un cambio radical en el marxismo. Si
nos referimos sólo al artículo Colonialidad del poder, eurocentrismo y América
Latina (trabajo incluido en la magnífica Antología de su obra publicada por
Clacso, Buenos Aires, 2014) tenemos ahí sintetizada sus hipótesis de manera muy
clara.
Oponiéndose al marxismo
clásico, que desde la categoría clase piensa que la revolución socialista lucha
contra una burguesía constituida, que sigue a la etapa feudal, Quijano escribe:
“Para creer que en América Latina una revolución democrático-burguesa basada en
el modelo europeo es no sólo posible, sino necesaria, primero es preciso
admitir […] en América Latina: 1) la relación secuencial entre feudalismo y
capitalismo; 2) la existencia histórica del feudalismo y, en consecuencia,
entre la aristocracia feudal y la burguesía; 3) una burguesía interesada en
llevar a cabo semejante empresa revolucionaria” (p. 824). Con respecto a lo
cual concluye mostrando que en la historia latinoamericana “una revolución
antifeudal, ergo democrática, en el sentido eurocéntrico, ha sido siempre una
imposibilidad histórica” (p. 825), simplemente porque no hubo feudalismo (como
ya en 1949 lo demostró Sergio Bagú, agrego yo).
Aun en el caso de las
revoluciones socialistas el “espejismo eurocéntrico acerca de las revoluciones
socialistas, como control del Estado y estatización del control del trabajo
[etcétera], se funda en dos supuestos teóricos radicalmente falsos. Primero, la
idea de una sociedad capitalista homogénea […]. Pero ya hemos visto que esto no
ha acontecido nunca en América Latina […]. Segundo, la idea de que el
socialismo consiste en la estatización de todos y cada uno de los ámbitos del
poder y de la existencia social, comenzando con el control del trabajo […]
desde el Estado” (p.826). Y aquí Quijano se lanza contra la función del Estado
autoritario en la nueva sociedad. “Una revolución socialista tenía que ser, por
necesidad histórica, dirigida contra el conjunto del poder […] Sólo podía tener
sentido como redistribución entre la gente, en su vida cotidiana, del control
sobre las condiciones de su existencia social (p. 827). Estas conclusiones se
fundan en un anterior y largo proceso de deconstrucción teórica.
En efecto, sólo es comprensible
la constitución de América [Latina] y la del capitalismo colonial/moderno y
eurocentrado [entendido] como un nuevo patrón de poder mundial (Op. cit., p.
777). La idea de raza es el criterio de la clasificación social de la población
mundial (Ibid). La raza permite usufructuar sin salario alguno el trabajo del
indígena o del esclavo, permitiendo una superioridad radical del blanco sobre
los seres humanos de color, es decir, fue un modo de otorgar legitimidad a las
relaciones de dominación impuestas por la conquista (p. 779). De esta manera el
capital naciente controló el trabajo, fundando en esta dominación la
colonialidad del poder político. La nueva identidad geocultural […] emergía así
como la sede central de control de mercado mundial” (p.783), situado en el
Nordatlántico (y desplazando al Mediterráneo) de acuerdo con una tesis que
habíamos enunciado con anterioridad.
El nuevo patrón del poder
mundial expresó igualmente una nueva subjetividad mundial, elaborando una
historia en torno a una antigua hegemonía europea inexistente. Un nuevo
universo simbólico vino a probar esa superioridad europea, logrando “una nueva
perspectiva temporal […] reubicaron a los pueblos colonizados, y a sus
respectivas historias y culturas, en el pasado de una trayectoria cuya
culminación era Europa” (p.788). Ese periodo histórico de hegemonía es lo que
se ha llamado Modernidad.
El concepto de Modernidad es
referido, solo o fundamentalmente, a las ideas de novedad, de lo avanzado, de
lo racional-científico, laico, secular (p. 70); todas las demás culturas son
atrasadas, primitivas, subdesarrolladas.
Este eurocentrismo moderno
logra así de los pueblos periféricos “el control del trabajo, de sus recursos y
productos […], el control del sexo […], el control de la autoridad […], el
control de la intersubjetividad; [… es un] patrón de poder mundial”. (p. 793).
Es lo que Aníbal Quijano denomina la colonialidad del poder.
De lo que se trata es de romper
esa dependencia de la Modernidad europea, capitalista, racista, sexista, que
impone un padrón que también incluye una producción interpretativa mundial
eurocéntrica inculcada en las elites coloniales hasta el presente.
Por ello Aníbal, como uno de
los fundadores de una comunidad intelectual que se reunía en torno a las
universidades de Duke (con Walter Mignolo), Berkeley (con Ramón Grosfoguel),
Binghamton (junto a I. Wallerstein), Stony Brook (con Eduardo Mendieta), México
(con alguno de nosotros), Bogotá (con S. Castro-Gómez) y tantas otras
universidades e intelectuales, se fraguó la denominación de toda una teoría en
torno a la Descolonización epistemológica, cuyo giro descolonizador (al decir
de Nelson Maldonado-Torres) se propone liberar a las ciencias sociales en
general (en mi caso a la filosofía en particular) y a las elites intelectuales
del Sud global de su triste colonialidad mental europeo-norteamericana.
Mientras tanto, es un hecho, esta corriente teórico-crítica se ha mundializado
en África, Asia, América Latina, Europa y Estados Unidos. ¡Mucho le debe a
nuestro Aníbal Quijano!
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