Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Lucía Sauma
Eran las
23.30, el concierto en el estadio Hernando Siles había terminado, la gente
salía contenta todavía tarareando la última canción. Los amigos se despedían,
unos se apresuraban a llegar a la Av. Busch para encontrar transporte, otros
caminaban rumbo a sus vehículos, y estaban los resignados a quienes les
esperaba una larga caminata. Estos últimos descubrirían que la noche comenzaba
para un gran número de jóvenes que se agolpaban en las rejas de las licorerías,
las cuales funcionan a toda marcha detrás del estadio. Otros grupos de chicos y
chicas continuarían en los karaokes de puertas intrigantes e ingresos a media
luz.
Pero a
medida que se avanza en la caminata surgen las preguntas ¿en qué momento, esa
multitud de jóvenes tambaleantes bebió tanto?, ¿cómo es que perdieron el
control de esa manera? Grupos, dúos y tríos de chicos que hablan sin
escucharse, porque balbucean incoherencias, se apoyan en las paredes para no
caer o se sientan en las aceras, pelean, discuten, vociferan; la calle es su
baño, su cama, el lugar donde exponen sus miserias.
Quien camina
sobrio después de un concierto por las inmediaciones del estadio a la
medianoche se queda con cierta desazón, con una tristeza descorazonada. Hay una
ley que prohíbe el consumo de bebidas alcohólicas en la vía pública, pero estos
chicos y chicas lo hacen. Como sociedad somos más que tolerantes ante el
consumo de bebidas alcohólicas. Los adultos que así se educaron creen que los
jóvenes tienen que aprender a beber porque es parte de la vida, como caminar,
leer o comer. Piensan que es una gran aventura, muy oportuna a la hora de
fanfarronear en los encuentros de amigos, donde la charla estará bien
acompañada de más bebida para festejar la tragedia de beber hasta perder la
conciencia.
Después de
una noche alcoholizada a media semana ¿es posible ir a estudiar al día
siguiente?, ¿existen las condiciones para ir a trabajar?, ¿se puede pensar con
claridad?, ¿los excesos que se vivieron no mancillaron la dignidad? Ni siquiera
hay memoria.
Una sociedad tan repetitiva en el consumo de alcohol no se inmuta ante los jóvenes tambaleantes; sin embargo, debería hacerlo, porque el alcoholismo es una enfermedad que está infectando a niños desde los 12 años, quienes ven a sus padres beber con y sin motivo, por eso los imitan y terminan a los 17 consumiendo sin medida. Los problemas de violencia en las familias suelen estar aparejados con el consumo de bebidas alcohólicas. Es necesario indignarse ante la visión de cientos de jóvenes intoxicados caminar serpenteando por las calles, durmiendo acurrucados en la vía pública. Lo que menos necesita la juventud es la complicidad del silencio. El alcohol nos vuelve estúpidos y causa la muerte.
Una sociedad tan repetitiva en el consumo de alcohol no se inmuta ante los jóvenes tambaleantes; sin embargo, debería hacerlo, porque el alcoholismo es una enfermedad que está infectando a niños desde los 12 años, quienes ven a sus padres beber con y sin motivo, por eso los imitan y terminan a los 17 consumiendo sin medida. Los problemas de violencia en las familias suelen estar aparejados con el consumo de bebidas alcohólicas. Es necesario indignarse ante la visión de cientos de jóvenes intoxicados caminar serpenteando por las calles, durmiendo acurrucados en la vía pública. Lo que menos necesita la juventud es la complicidad del silencio. El alcohol nos vuelve estúpidos y causa la muerte.
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