Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Soberanía es una palabra apropiada para este mes, y en particular para esta semana en que las banderas flamean en las ventanas y los escolares salen a las calles a desfilar. Sin dejar de lado la importante reivindicación marítima, también quisiéramos que el sentimiento general en este mes y en esta semana fuera: “Nuestra propia imagen nos pertenece por derecho. Recuperarla es un deber”.
Esto porque el 21 de marzo se conmemora el Día del Cine Boliviano, y ante la réplica en el Tribunal de La Haya y las olas marítimas, la fecha ha quedado relegada en la opinión pública y la agenda política. Teníamos la expectativa de que para conmemorar el día se iniciara en la Asamblea Plurinacional la discusión de la nueva Ley de Cine, que llevamos por lo menos cuatro años discutiendo e impulsando desde las organizaciones de productores, realizadores y técnicos del cine en toda Bolivia.
Uno de los conceptos fundamentales de esta nueva ley es la defensa de la soberanía audiovisual: el derecho que tiene el pueblo boliviano de verse a sí mismo, de ver su cultura, sus esperanzas y sus luchas reflejadas en las pantallas grandes y pequeñas. El derecho que tiene el Estado boliviano de regular el flujo audiovisual en su territorio y de promover su imagen propia. La obligación que tiene el Estado boliviano de fomentar una actividad que, además de ser la forma contemporánea de arte más importante y con mayor influencia, es una industria que genera empleo para creadores y técnicos del cine, y también para una larga cadena: actores, músicos, diseñadores de vestuario, artistas plásticos, diseñadores gráficos, compositores, animadores, estudios de grabación de sonido… además de transportistas, servicios hoteleros y gastronómicos, carpinteros, costureros, pintores y otros rubros de mano de obra de todos los tamaños y colores.
Tener soberanía sobre la imagen que producimos implica tener la capacidad de enseñar nuestra propia historia, representar nuestra cultura y definir qué aspectos de nuestra identidad se resaltan y se difunden al mundo. Tener soberanía sobre la imagen que vemos implica abrir las mentes e imaginaciones a otras miradas y otros puntos de vista, darle a nuestra audiencia la oportunidad de verdaderamente elegir qué ver, y no solo de ver el mismo blockbuster gringo en todas y cada una de las salas.
Bolivia ha alcanzado en esta última década una soberanía política plena, ha avanzado enormemente en el proceso de tener soberanía alimentaria, se han dado importantes pasos hacia la soberanía tecnológica, y estamos encaminándonos a un proceso de negociación que puede llegar a garantizarnos el acceso al mar con soberanía; pero nuestra soberanía audiovisual lleva una década en franco retroceso.
Para darse cuenta de ello basta mirar la cartelera de nuestras salas de cine o la programación de los canales de televisión; basta ver los anaqueles de los vendedores de DVD pirata; basta conversar con un niño o un adolescente y escuchar lo que sabe o conoce de nuestra historia y de nuestra cultura; basta descubrir que a la mayoría de nuestros cineastas les toma más de cinco años y una dosis enorme de resiliencia terminar una película que luego debe competir con superproducciones millonarias para llegar a una audiencia cada vez más reducida y menos ávida de ver su propia cara en la pantalla.
Seguramente que también nosotros, los cineastas, tenemos una gran carga de culpa, pero las condiciones en las que tenemos que trabajar son, por decir lo menos, heroicas; y las expectativas que tiene la audiencia sobre nosotros son extremadamente duras. No se puede competir en el Dakar con un cochecito de madera y luego ser denigrado por no haber ganado la carrera. Los cineastas de Bolivia exigimos, patrióticamente, una Ley de Cine ¡ahora!
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