Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Ernesto Sheriff
El agua, elemento esencial para la supervivencia humana,
escasea en las grandes urbes bolivianas de La Paz, El Alto y Cochabamba, por
citar las evidentes y más conflictivas.
A diferencia de otros tipos de crisis de pobreza (falta de
energía eléctrica, falta de alcantarillado, deficiencias alimentarias, falta de
acceso a la salud, etcétera), la crisis del agua afecta a todo habitante que
sufre su escasez pero agranda las vulnerabilidades de los más pobres. Una
crisis de pobreza como la del agua, es regresiva exponencialmente. Las crisis
sanitarias, usualmente acompañan a las crisis de agua, se hacen más frecuentes
en los estratos más pobres de la población. Para poner un ejemplo crudo: una
familia acomodada está gastando en promedio Bs. 3.000 en refaccionar su sistema
de agua por tanque y dejar de depender de la malograda e ineficiente empresa de
agua proveedora; esto equivale (usted lo sabe) a casi tres años de consumo de
agua. Una familia pobre no puede darse ese lujo y por lo tanto, tarde o
temprano una ancianita pobre o un niño pobre tomarán sin querer agua sin hervir
o sin filtrar, y comenzará la peor fase de esta crisis, que no tiene parangón
con otras del pasado remontándonos hasta 1952 inclusive y, si no se toman
medidas realmente drásticas, la escasez de agua puede empeorar. La sequía de
1983 que es nombrada constantemente no tuvo este tipo de incidentes.
La escasez de agua potable es un problema nacional, sobre el cual formularemos algunas explicaciones.
Primero, esta crisis era previsible desde hace varios años. De hecho en la propia Estrategia Nacional de Agua y Saneamiento, en la que el autor participó como consultor econometrista, se cita la urgencia de solucionar el problema de las captaciones a la par de la maximización de la cobertura nominal de servicios (2007). La propia citada estrategia preveía una demanda insatisfecha de agua (consumida racionalmente) desde el año 2009 y para lo cual proponía una serie de inversiones que sobrepasaba los 900 millones de dólares, que obviamente tropezaron con la burocracia para ir cediendo proyectos y caer en una cifra de 600 millones de dólares casi indispensables para alcanzar mínimamente las famosas metas del milenio. En el desaparecido SIAS-ECO (simulador de políticas de agua y saneamiento del cual no queda ni el recuerdo en las instancias hacedoras de política de agua y saneamiento) se simuló una cifra de 1.400 millones de dólares para que la cobertura a la población de 2001 fuera de 100%, tomando en cuenta, claro está, las inversiones de todo tipo para tal efecto.
Segundo factor tiene que ver con el sesgo en la distribución
de agua y al descuido en la captación. En el papel figuran grandes objetivos,
en los hechos, durante 20 años casi no se hizo nada para construir nuevas
captaciones de agua, en cambio en ese mismo tiempo la población se duplicó.
Pregúntese el lector ¿cuántas represas se inauguraron entre 2005 y 2014? Se
maximizó la cobertura de distribución y alcantarillado pero no así en las
captaciones.
Tercer factor. Ausencia de un sistema de gestión de riesgo y alerta temprana. No existe una política de gestión del riesgo, no identificado el riesgo no se propusieron planes contingentes ni sistemas de prevención, cuando se acabó el agua en las represas se dieron cuenta que ya no había agua, prácticamente.
Cuarto factor es el cambio climático y los fenómenos naturales. Factor que tiene una larga tendencia, con temperaturas en ascenso. La sequía actual agudizó los efectos de estos cambios y desnudó las falencias en prevención, coordinación y planificación de todas las instancias responsables de la política de aguas. Los ecosistemas bolivianos son particularmente vulnerables al aumento de las temperaturas. El fenómeno de El Niño este año fue uno de los más fuertes en las últimas décadas, y es uno de los factores de la fuerte sequía que castiga a Bolivia.
Quinto factor: la deficiente gestión de la empresa estatal EPSAS. Se sabe que entre el 30 y el 45% del agua se perdió por fugas en la envejecida red de tuberías. Sus disputas con las alcaldías opositoras derivaron en un descuido casi intencionado en la atención a algunas ciudades. Muchos ejecutivos de EPSAS destituidos recientemente eran más políticos que técnicos.
Sexto factor, la ausencia de regulación y la regulación miope. El extractivismo primero golpea los ecosistemas y por eso existe un cuerpo legal que no se aplica a muchos proyectos, especialmente de cooperativistas, madereros, cocaleros, por decir algunos. Por ejemplo, la creciente actividad minera en Bolivia no sólo contamina muchos ríos, sino que consume enormes cantidades de agua que podrían abastecer a las poblaciones afectadas. La deforestación y tala de bosques para cultivos cerca de las cuencas afectaron el ciclo de preservación hídrica. Las operaciones de extracción y búsqueda de hidrocarburos que se llevan a cabo en varias regiones de Bolivia tienen el mismo efecto. El 70% de las cooperativas mineras no tiene licencia ambiental. Los grandes constructores de las urbes, son provistos por agua potable para hacer sus mezclas de cemento a vista y paciencia de los ciudadanos y alcaldías. No existe una política municipal (al menos en La Paz) al respecto y tampoco para el uso doméstico de dicho elemento, sólo la amenaza furibunda en La Paz de arrestar y multar a quien riegue su jardín.
Séptimo factor, la escaza cultura ciudadana de uso racional del agua. Los sistemas de información y toma de conciencia han existido siempre, pero su impacto es de corto plazo. La “bonanza” que vivió el país, derivó en un aumento del consumo a todo nivel, sin ser acompañado de un consumo responsable y generó un mayor consumo de agua. Los hogares no crearon sistemas de ahorro de consumo, si bien esto debe ser promovido por la política pública, las iniciativas privadas en este sentido son casi nulas, por ejemplo el uso de grifos y duchas ahorradoras. Se requieren nuevos estudios sobre usos y costumbres en el uso del agua post bonanza.
Las perspectivas no son alentadoras. La lluvia inminente salvará el problema de corto plazo pero la época seca que comienza en abril secará las lagunas hasta septiembre. El costo político tendrá consecuencias imprevisibles, toda vez que el gobierno está detrás de 5 de los 7 factores citados anteriormente.
La administración psicológica de este tipo de crisis debe tomar en cuenta que ante estas circunstancias, los comportamientos tribales y violentos afloran en las disputas por este vital elemento siguiendo un instinto de supervivencia, poniendo la gobernabilidad en situaciones de franca tensión.
En menos de 20 días Bolivia ha chocado con el sino de ser un país pobre y, por lo visto, tiene un largo y penoso recorrido aún para dejar de serlo.
El autor es economista
y Twitter: @escuelanfp
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