Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Susana Bejarano
Nadie
esperaba una crisis del agua. La oposición venía profetizando desde hace años
un apocalipsis económico, pero nada de lo que anunciaba pasaba. Encontró su
‘premio’ en EPSAS y la falta de agua. El Ministerio de Medio Ambiente y Aguas
se había dormido en sus laureles. El discurso del ‘vencedor’ se había hecho
hegemónico en el Gobierno, ganó el ‘relato de la estabilidad’, así que parecía
que nada podía pasar. De la noche a la mañana, la falta de agua desnudó una
realidad muy compleja. Entonces todo se dio la vuelta: pareció que lo avanzado
quedaba cancelado.
En
particular hoy parece cancelado el avance logrado en la última década contra el
racismo. Hace unos días, el senador de Unidad Nacional, Arturo Murillo, habló
en la radio Panamericana y explicó que en el caso FOCAS, que involucra a Samuel
Doria Medina, no hubo corrupción porque lo manejó “gente blanca y honesta”. Y
no pasó nada. Quiero decir: sus palabras no sonaron particularmente
extravagantes ni estúpidas, aunque lo eran; revestían de un sentido de
‘normalidad’, en tanto y en cuanto se contraponían a la corrupción del Fondioc,
supuestamente manejado solo por indígenas.
Lo
mismo pasó en el tema del agua. La crisis dio lugar a una explosión de críticas
que fueron encaminándose por la senda del odio hacia “estos indios que no saben
administrar nada”. Cualquier revisión de las redes, seguramente arrojará pruebas
contundentes del racismo y el desprecio con el que se expresan las clases
medias en contra de los dirigentes sociales.
Tenemos,
entonces, por un lado, el descrédito creciente de los movimientos y los
dirigentes sociales y, por el otro, la militancia de la ‘gente común’ en las
filas del nuevo ‘ciudadanismo’. Hoy lo in es ser ‘ciudadano’. Lo in es
despreciar y desprestigiar a los movimientos sociales.
Por
supuesto que no apruebo la ineficiencia; no, de ninguna manera. Pero me subleva
que sigamos revolcándonos en la maldición arguediana y creamos que el
‘ineficiente’ siempre es el indio, como si la ineficiencia fuera exclusiva de
un grupo étnico. Así, como en los poemas de Vallejo, al indio se le sigue
“dando duro con un palo y duro, sin que él nos haga nada”.
A
partir de 2005, se fue asentando en el imaginario nacional una noción: El
Gobierno del MAS y los movimientos sociales estaban generando un ‘Proceso de
Cambio’ que iba más allá y pertenecía a todos los que siempre quisimos una
Bolivia con justicia social, sin analfabetos, sin discriminación; un país en el
que llamarse Mamani no cueste ningún insulto, en el que los Quispe no tengan
que transformarse en Gisberth. En casi toda Bolivia, el pensamiento
nacionalista (que hasta hoy sigue siendo mayoritario) aceptó de buena manera al
‘Proceso de Cambio’ como una vía que nos permitiría frenar y olvidar para
siempre la larga noche del racismo y transitar hacia una sociedad con igualdad
y sin discriminación.
No es
casual, por ello, que la obra suprema del ‘Proceso de Cambio’ sea la Nueva
Constitución que fue aprobada con el 77% de los votos de los bolivianos. En la
Asamblea Constituyente el Gobierno demostró al máximo su vocación democrática,
porque entendía que había que acabar con los privilegios de las élites que dominaron
por siglos al indígena y lo sometieron a crueles maltratos y al desprecio
social. La Constitución del cambio triunfó, a pesar de la lucha unida e intensa
de la derecha, salimos de la vieja República discriminadora y pasamos al Estado
Plurinacional, donde nuestras 36 naciones tienen ciudadanía legal plena.
Sin
embargo, en algún punto, la propuesta de descolonización comenzó a cotizar
menos que el obrismo; la apuesta por el fortalecimiento del Estado superó a la
praxis profunda de la igualdad. El eficientismo y la necesidad de copar las
vacancias de la burocracia estatal con ‘estadistas’ superó al tejido social que
sostenía al ‘Proceso de Cambio’ y, entonces, la clase media -reconvertida de
urgencia al masismo- asumió la gestión del Estado.
Este
proceso es responsable de la gestión gubernamental actual (de lo bueno y de lo
malo). Entonces, cuando renace el racismo de las clases medias para penalizar
al indígena y culparlo de lo peor del Gobierno, se repite otra vez la
injusticia de siempre. No es el indígena el responsable de la mala gestión de
Epsas, no es un indígena quien está en la cabeza del sector, ni tampoco es “el
indígena ladrón” (como piensa impunemente el senador Murillo) quien dirigió el
Fondioc. El indígena fue el beneficiario; a nombre de él la tecnocracia de
clase media y una dirigencia maleada que no corresponde a la base, generó
dispendio en los proyectos e ‘ineficiencia’. Esta gente tiene nombre y
apellido, y no se llama ni apellida ‘indio’.
Es
evidente que estamos regresando al tiempo de la confrontación de alta
intensidad. El ‘Proceso de Cambio’ hoy tiene serios cuestionamientos y escasos
defensores. Quienes deben defenderlo prefieren hablar de cifras, de un Estado
fuerte, de modelos macroeconómicos y de obras; no explican cómo todo lo
anterior contribuye efectivamente a la transformación de la vida de la gente.
No explican cuánto de ‘proceso de cambio’ hay en cada una de las acciones.
Desgraciadamente,
quienes en su momento creyeron y se sumaron al ‘Proceso de Cambio’, guardan la
desilusión más grande por el hecho de que no se les dio la ‘pega’ que merecían.
Como los bolivianos, de manera muy tercermundista, creemos que las redes
sociales se han hecho para insultar, han aparecido ejércitos de trolls (de un
lado y de otro) y han desatado una guerra de insultos. Justo ahí, en la
intersección de resentimiento personal y de odio político, es donde reaparece
el racismo, en versiones cada vez más aberrantes. En el imaginario urbano, el
responsable de todo lo malo que le pasa al país es el indígena. Otra vez la
historia es injusta con el indio.
Más
allá de la suerte de las burocracias comprometidas y de aquellas oportunistas,
en mi opinión lo que debe continuar en la historia es el ‘Proceso de Cambio’ y
el fin de la discriminación. La oportunidad de la inclusión del indígena es
hoy, y este momento es irrepetible.
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