Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
¿Cómo
definirse como una mujer de izquierda cuando los representantes de esa
izquierda ya rota transitan un camino servil? ¿Cómo serlo cuando las (pocas)
mujeres supuestamente de izquierda pertenecientes a la “clase política”
colaboran abiertamente con un programa depredador que vulnera sus propios
derechos?
Repensar
la noción de elite parece ser uno de los instrumentos posibles para analizar
políticamente los actuales escenarios sociales. Esa elite que llegó para
reemplazar el concepto de clase dominante con la que se caracterizaba a la
burguesía. Es esta elite la que hoy condensa todos los límites entre los unos
(pocos) y los otros (demasiados). Solo que hoy existe una elite completamente
transversal en cuyo interior coexiste centro, derecha y parte de lo que antes
se consideraba como izquierda. En ese sentido, en el de elite, habría que
pensar en la naturalización de concepto local de “clase política” como una mera
táctica para validar a todo el espectro cupular de la política chilena.
Allí,
exactamente, en esa categoría, la de “clase política” se desmoronó la
reconocible distancia entre derecha e izquierda. En esa confusión y acaso
fusión lo que entendíamos por derecha e izquierda se transformó en un espejismo
y en un comprensible, creciente resentimiento y la sensación de una traición.
Porque la llamada “clase política” es elite pura, que, más allá o más acá de
cualquier particularidad, sirve a la matriz neoliberal y a su desenfrenado
poder económico que, a estas alturas, es realmente omnipotente.
¿Cómo
definirse de izquierda cuando sus representantes sumergidos en una misma “clase
política” con la derecha “rompieron sus cadenas” para aliarse al capital y
servir a los grandes empresarios? ¿Cómo definirse como una mujer de izquierda
cuando los representantes de esa izquierda ya rota transitan un camino servil?
¿Cómo serlo cuando las (pocas) mujeres supuestamente de izquierda
pertenecientes a la “clase política” colaboran abiertamente con un programa
depredador que vulnera sus propios derechos?
Quizás
esa izquierda está agazapada, palpitante, en los viejos símbolos, aquellos que
han sido dados de baja por la “concertación” neoliberal, por la “nueva mayoría”
cupular que, de manera sincrónica, reclama por una actualidad de índole
chatarra.
Quizás en
esas minorías frente al poder descanse una lucidez que habría que examinar con
una nueva mirada para leer la prolongada historia de la explotación y las
tácticas y técnicas de dominación. Cuando se habla de anarquistas o de
trotskistas o de marxistas o de gramscianos o de Rosa de Luxemburgo o de Elena
Caffarena o de Julieta Kirkwood habría que pensar en cómo se están re-modulando
esos ecos. De qué manera esos referentes pueden establecer un límite para
reponer una necesaria batalla social. Una lucha que deje de lados las coimas,
los privilegios y las terribles zonas de corrupción concretas o simbólicas
(tipo yerno de Pinochet) en las que se desbarrancó aquella parte de la “clase
política”, antaño de izquierda, para viajar en la misma “clase” con la derecha,
a sus barrios, a sus colegios exclusivos, a sus comilonas, a sus pactos en la
“cocina”, a la penosa cursilería y a la falta de recursos conceptuales y
culturales que caracteriza a nuestra elite.

Mirar con
atención al conjunto de mujeres que han llegado a las distintas federaciones de
estudiantes universitarias, a las alumnas del colegio Carmela Carvajal de Prat.
A las estudiantas del Liceo 1, a mi nieta que en agosto 2016, en el marco de
una huelga estudiantil, cuando ella pretendía pasar para llegar hasta su casa,
un carabinero de fuerzas especiales le cerró con violencia el paso y le dijo:
“échate pa trás maraca”. Y ella le contestó que: “qué te creís paco re culiao,
paco concha de tu madre, para tratarme de maraca.”. Y ella pasó el cerco con
fuerza y determinación.
De eso se
trata, de ver, pensar, seguir apostando por atravesar esas murallas
“trumpistas” que pretenden cubrir una aberración social que solo ha ocasionado
melancolía y un largo e intenso infortunio.
y Twitter: @escuelanfp
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