Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Las
reacciones en torno a la muerte de Fidel Castro Ruz han puesto de manifiesto
las diferentes formas en que se percibe en todo el mundo al revolucionario
cubano y por mucho tiempo jefe de Estado. La mayor parte del mundo ve con admiración
a Castro y a Cuba como protagonistas de un hito heroico, al levantarse contra
un imperio intimidatorio y de inmenso poder, en defensa de su soberanía
nacional, y todavía haber vivido para contarlo. Sin hablar de las millones de
personas que se han visto beneficiadas por la ayuda que prestan los médicos y
el personal de salud cubanos, junto a otros actos de solidaridad internacional
quizá inigualables en la historia moderna, sobre todo tratándose de una nación
del nivel de ingresos y del tamaño de Cuba.
En las
entrañas de la potencia intimidatoria, las cosas lucen de otro modo. No solo
nos referimos a las declaraciones poco corteses por parte de Donald Trump
acerca del fallecimiento de Castro, las cuales son fieles a su estilo y buscan
complacer a la menguante pero todavía influyente base republicana de
cubano-americanos de derecha en Florida. Citemos el subtítulo del New York
Times (la traducción de la versión en inglés) en su obituario dedicado a Fidel:
“El Sr.
Castro trajo la guerra fría al hemisferio occidental, atormentó a 11
presidentes estadounidenses y llevó brevemente al mundo al borde de una guerra
nuclear”.
Detengámonos
por un momento en un simple elemento de este humor involuntario: ¿quién fue en
realidad quien trajo la guerra fría a este hemisferio? Pocos años antes de la
Revolución cubana, Washington derrocó al gobierno democráticamente electo de
Guatemala, bajo el falso pretexto de que constituía una cabeza de playa para el
comunismo soviético en el hemisferio. Ese acto marcó el comienzo de casi cuatro
décadas de dictadura y de una violencia de Estado espantosa, la cual sería
luego calificada como genocidio por la ONU. En 1999, el presidente Bill Clinton
pidió disculpas por el papel de EE.UU. en dicho genocidio.
Pero lo
que en realidad valida la visión de Castro ― que coincide con la interpretación
de la mayor parte del mundo ― en torno al enfrentamiento de EE.UU. contra Cuba,
aún más que las cuatro primeras décadas del bloque por parte de EE.UU. y demás
intervenciones contra Cuba, es lo que ha ocurrido en América Latina en el siglo
XXI. En esta época, los gobiernos de izquierda llegaron al poder mediante elecciones
democráticas a una escala sin precedentes. Los gobiernos de izquierda fueron
electos, y en ciertos países reelectos, primero en Venezuela, luego en Brasil,
Argentina, Uruguay, Bolivia, Honduras, Chile, Nicaragua, Ecuador, Paraguay y El
Salvador. Algunos de los nuevos presidentes habían sido perseguidos,
encarcelados o torturados bajo las dictaduras apoyadas por EE.UU. Y todos
coincidían con la opinión de Fidel Castro en cuanto al papel de Estados Unidos
en América Latina.
Aunque
la Unión Soviética ya había quedado en el pasado por más de una década, la
"guerra fría" a la que Cuba se enfrentaba resultó estar vivita y
coleando en el siglo XXI. La postura de Washington hacia la mayoría de estos
gobiernos era hostil y parecía querer dotarse de oportunidades para deshacerse
de los mismos por cualquier medio que fuera necesario. Por supuesto, ya no se
trataba de 1960; por lo cual ya no se podrían declarar bloqueos u organizar
campañas de invasión como se hizo con Cuba. No obstante, EE.UU. participó en el
golpe de Estado de 2002 en Venezuela y apoyó otros intentos fuera del marco de
la ley para deshacerse de su gobierno. Washington también hizo todo a su
alcance para ayudar a consolidar el golpe militar de 2009 en Honduras, y
Hillary Clinton admitió en su libro de 2014 haberse esforzado con éxito para
evitar que el presidente democráticamente electo, Manuel Zelaya, volviera a su
cargo. El Gobierno de EE.UU. también ayudó a consolidar el golpe de Estado
parlamentario en Paraguay en el año 2012.
EE.UU.
también le ha brindado su respaldo al reciente resurgimiento de la derecha en
América Latina. Cuando Mauricio Macri asumió el cargo de presidente de
Argentina en diciembre de 2015, la gestión de Obama levantó su bloqueo a los
préstamos concedidos por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y otros
órganos multilaterales de financiación, que había puesto en marcha contra el
anterior gobierno de izquierda. El juez de Nueva York que había puesto en
situación de rehenes a más de 90% de los acreedores de Argentina en nombre de
los fondos buitre de EE.UU. también levantó su medida, que dejó así en
evidencia un acto político. La gestión de Obama también hizo patente su apoyo
al reciente golpe de Estado parlamentario en Brasil.
Resulta
que Fidel Castro siempre tuvo razón sobre la política de Estados Unidos hacia
América Latina. Es asombrosa la continuidad de dicha política, desde lo más
alto de la guerra fría hasta el mismísimo momento actual, dado lo mucho que ha
cambiado el mundo. Lo anterior debería hacer que cualquiera se pregunte qué
tanto habrán tenido que ver con todo esto la ex Unión Soviética o cualquiera de
los demás pretextos que nos han sido expuestos para justificar la intervención
de EE.UU. en el hemisferio a lo largo de las últimas seis décadas; por ejemplo,
los “derechos humanos”.
Puede
que esta vergonzosa realidad atraiga mayor atención ahora que contamos con un
presidente electo que habla y actúa como el matón que EE.UU. de hecho ha sido
en América Latina durante tanto tiempo. Las cuestiones de óptica tienen su
importancia. El gobierno de Obama fue por lo menos igual de malo que el de
George W. Bush en el caso de este hemisferio. (La apertura de relaciones con
Cuba ciertamente representa un cambio histórico y constituye un reconocimiento
de que 55 años de bloqueo no han logrado el deseado cambio de régimen. Sin
embargo, se trata menos de un cambio de política que un giro hacia un medio
potencialmente más eficaz para lograr el mismo objetivo). No obstante, George W. Bush recibió una
cobertura mucho peor que el presidente Obama, lo cual sin duda hizo cierta
diferencia.
Por
primera vez en muchos años, EE.UU. ahora cuenta con aliados importantes en
América del Sur que consideran que los intereses regionales de Washington son
idénticos a los suyos. Se trata de los nuevos gobiernos de derecha de Brasil,
Argentina y Perú. Eso ya había puesto a Washington en pie de lucha bajo la
actual gestión. Trump ha dado a entender que sería más agresivo contra Cuba,
aunque no queda claro si querría frenar los intereses empresariales
estadounidenses que desde hace muchos años han deseado la apertura del país
isleño. Pero vendrá siendo un aliado mucho menos digerible públicamente para
los nuevos gobiernos de derecha de la región.
Mark
Weisbrot es codirector del Centro de Investigación en Economía y Política
(Center for Economic and Policy Research, CEPR) en Washington, D.C. y
presidente de la organización Just Foreign Policy. También es autor del nuevo
libro “Fracaso. Lo que los ‘expertos’ no entendieron de la economía global”
(2016, Akal, Madrid).
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