Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Teresa Meana Suárez
No son
necesarias las @ para incluir a las mujeres. Hay soluciones más creativas para
transformar la lengua. Y cuando transformemos el lenguaje transformaremos la
realidad.
Parece
que fue ayer por lo claro que lo recuerdo pero hace casi treinta años. Sería
aproximadamente 1973 y estábamos en una asamblea en la Facultad de Filosofía,
en Oviedo. Había mucha gente y mucho alboroto y alguien -un hombre, claro-
gritó: ¿Esto es una asamblea o qué cojones es? Otro -un fascista, claro-
advirtió: ¡Cuidado con las palabras, que hay señoritas presentes! Fue
exactamente así y, por supuesto, la advertencia del fascista se acogió con un
cierto regocijo general. Como en aquellos tiempos de fuerte lucha contra la
dictadura de Franco las asambleas tenían turnos de palabras interminables, pasó
un largo rato de intervenciones diversas.
Al fin,
se levantó Begoña -una amiga feminista- y habló: Yo sólo quiero decir una cosa:
¡Cojones! A mí, feminista desde que puedo recordar, aquello me encantó. Sentí
que Begoña acababa de devolvernos a todas la voz, la existencia. Éramos de
nuevo personas -como ellos- y no “señoritas” y teníamos derecho a la palabra. A
todas las palabras. En la lucha por existir, si queríamos ser reconocidas y
nombradas en “su” mundo, teníamos que usar “su” lenguaje. Begoña lo acababa de
afirmar en voz alta: la lengua también era nuestra.
Cuento
esta anécdota para intentar explicar el apasionante proceso, el camino
recorrido en estos más de veinticinco años de actuación del movimiento
feminista en el tema del sexismo en el lenguaje. Un trayecto en el que supimos
que tomar sólo la parte de la lengua que se nos adjudicaba equivalía a aceptar
el silencio. En el que también aprendimos, como señala Christiane Olivier, que
si utilizamos el lenguaje considerado “universal”, que es el masculino,
hablamos contra nosotras mismas.
Silenciadas, despreciadas

Debemos
a Álvaro García Meseguer la definición de ese error lingüístico debido al
sexismo: ése expresado en aquello de todo el pueblo bajó hacia el río a recibirlos,
quedándose en la aldea sólo las mujeres y los niños. Así pues, ¿quién bajó,
sólo los varones? Por otro lado estaba el desprecio, el odio hacia las mujeres.
Se manifestaba en los duales aparentes (zorro/zorra, gobernante/gobernanta,
verdulero/verdulera, frío/fría, etc.), en los vacíos léxicos (víbora, arpía,
etc. O caballerosidad, mujeriego, etc.), en los adjetivos, los adverbios, los
refranes y frases hechas, etcétera., etc., etc.
Surgen mil y una soluciones
Después
de detectar el sexismo en el lenguaje, empezaron a aparecer diferentes
recomendaciones para un uso no sexista de la lengua. Desde mediados de los 80
el feminismo avanza en estrategias para combatir tanto el silenciamiento como
el desprecio, y se van perfeccionando las soluciones y redactando instrucciones
nuevas. Hacia 1994 aparece en España el libro Nombra, elaborado por la Comisión
Asesora sobre el Lenguaje del Instituto de la Mujer, verdaderamente
clarificador y útil. Las posibilidades que nos plantea son realmente variadas,
creativas y diversas.
Frente
a los difíciles y continuos dobletes (con o/a, o (a), o-a) nos ofrecen: la
utilización de genéricos reales (víctimas, personas, gente, vecindario y no
vecinos, pueblo valenciano y no valencianos. También, el recurso a los
abstractos (la redacción y no los redactores, la legislación y no los
legisladores). También cambios en las formas personales de los verbos o los
pronombres (en lugar de En la Prehistoria el hombre vivía... podemos decir los
seres humanos, las personas, la gente, las mujeres y los hombres y también En
la Prehistoria se vivía... o En la Prehistoria vivíamos...).
Otras
veces podemos sustituir el supuesto genérico hombre u hombres por los
pronombres nos, nuestro, nuestra, nuestros o nuestras (Es bueno para el
bienestar del hombre... sustituido por Es bueno para nuestro bienestar...)
Otras veces podemos cambiar el verbo de la tercera a la segunda persona del
singular o a la primera del plural sin mencionar el sujeto, o poner el verbo en
tercera persona singular precedida por el pronombre se (Se recomienda a los
usuarios que utilicen correctamente la tarjeta... sustituido por Recomendamos
que utilice su tarjeta correctamente... o Se recomienda un uso correcto de la
tarjeta). Están también los cambios del pronombre impersonal (Cuando uno se
levanta quedaría Cuando alguien se levanta o Al levantarnos y también
cambiaríamos El que tenga pasaporte o Aquellos que quieran... por Quien tenga
pasaporte... o Quienes quieran...).
También
tenemos recomendaciones para corregir el uso androcéntrico del lenguaje y
evitar que se nos nombre a las mujeres como dependientes, complementos,
subalternas o propiedades de los hombres (Los nómadas se trasladaban con sus
enseres, ganado y mujeres, Se organizaban actividades culturales para las
esposas de los congresistas. A las mujeres les concedieron el voto después de
la Primera Guerra Mundial), ofreciéndonos múltiples y variadas soluciones. Y
así más, mucho más.
La lengua no es neutral
Entretanto,
ya existían dos posturas distintas en el movimiento feminista en torno a estas
cuestiones. El planteamiento de quienes opinan que las mujeres debemos
apropiarnos del genérico y hacerles a los varones un específico. Por ejemplo:
en un centro de enseñanza seríamos -mujeres y hombres- profesores, y si nos
referimos a Juan, diríamos profesor varón y de Ana podríamos decir ella es el
mejor profesor del instituto. El otro planteamiento es el de las que pensamos
que el genérico no es universal. Siguiendo con el ejemplo anterior: ellos y
nosotras seríamos el profesorado o las profesoras y profesores. La primera
postura se expresa así: Lo genérico, lo neutro, lo universal es patrimonio de
todos. Se debe denunciar la falsa universalidad, pero también se ha de reivindicar
la participación de las mujeres en lo universal. Nosotras pensamos que no es
cierto que lo genérico sea patrimonio común. Los vocablos en masculino no son
universales por englobar a las mujeres. Es un hecho que nos excluyen. Se dice
que son universales porque lo masculino se ha erigido a lo largo de la historia
en la medida de lo humano. Así se confunden los genéricos con los masculinos.
Como dice Fanny Rubio: La lengua será neutra pero no es neutral.
Queremos nombrar la diferencia
Además,
pensamos así porque queremos nombrar el femenino, nombrar la diferencia. Decir
niños y niñas o madres y padres no es una repetición, no es duplicar el
lenguaje. Duplicar es hacer una copia igual a otra y éste no es el caso. La
diferencia sexual está ya dada, no es la lengua quien la crea. Lo que debe
hacer el lenguaje es nombrarla, simplemente nombrarla puesto que existe. No
nombrar esta diferencia es no respetar el derecho a la existencia y a la
representación de esa existencia en el lenguaje. García Meseguer dice que de
una manera simplista las dos posturas se podrían resumir en torno a las
recomendaciones de Nombra y a los inconvenientes que trae el seguirlas. A una
corriente -en ella me incluyo- nos importarían más las mujeres que el lenguaje,
y a la otra corriente le importaría más el lenguaje que las mujeres. Sin
embargo, a todos los esfuerzos debemos increíbles avances.
Les
debemos las coincidencias y acuerdos en torno a la detección del sexismo y al
lugar de las mujeres en el lenguaje, nuestra invisibilidad en los genéricos, la
denuncia a los varones acaparando los conceptos de humanidad y de
universalidad, la crítica a la invasión del pensamiento androcéntrico y de la
cultura patriarcal como referentes y tantos descubrimientos más. Y a todos los
esfuerzos debemos extensos análisis de diccionarios, medios de comunicación,
textos literarios, lenguaje coloquial y tesis, tesinas, artículos, libros,
conferencias, mesas redondas, apasionantes y apasionadas charlas sobre este
problema, tanto en la lengua castellana como en otras lenguas.
Mujeres escritoras: heroínas memorables y
ocultadas
Más
sancionando que el hablar, el escribir para las mujeres ha sido visto como la
usurpación de un derecho que no les pertenece y además como una práctica
inútil, como lo que no les corresponde. Dice Virginia Woolf: Creo que pasará
aún mucho tiempo antes de que una mujer pueda sentarse a escribir un libro sin
que surja un fantasma que debe ser asesinado, sin que aparezca la peña contra
la que estrellarse. Del libro de Yadira Calvo A la mujer por la palabra, me
permito entresacar algunas historias. La de Fanny Burney quemando todos sus
originales y poniéndose a hacer labor de punto como penitencia por escribir.
La de
Charlotte Brönte poniendo a un lado el manuscrito de Jane Eyre para pelar
papas. La de Jane Austen escondiendo los papeles cada vez que entraba alguien
por la vergüenza de que la vieran escribir. La de Katherine Anne Porter
declarando haber tardado veinte años en escribir una novela. Fui interrumpida
por cualquiera que en un momento dado apareció en mi camino. Porter calculaba
que sólo había podido emplear un diez por ciento de sus energías en escribir.
El otro noventa por ciento lo he usado para poder mantener mi cabeza fuera del
agua, decía. Recuerdo esa foto de María Moliner remendando calcetines con un
huevo de madera, mientras ésa su ingente obra, Diccionario del uso del
castellano iba naciendo entre ollas y coladas.
Leo las
quejas de una Katherine Mansfield reprochándole a su marido: Estoy escribiendo
pero tú gritas: Son las cinco, ¿dónde está mi té? O el dulce lamento de una
cubana del siglo pasado que no firmó sus obras: ¡Cuántas veces lentamente/ con
plácida inspiración/ formé una octava en mi mente/ y mi aguja
inteligente/remendaba un pantalón! Por eso dijo Virginia Woolf a propósito de
la duquesa de Newcastle: Sabía escribir en su juventud. Pero sus hadas, caso de
que sobrevivieran, se transformaron en hipopótamos. Otro hecho gravísimo: la
atribución de las obras de las mujeres a otros, y en especial a sus maridos.
Debe haber sido un fenómeno muy frecuente pues tenemos bastantes referencias.
Desde
el artículo publicado en 1866 por Rosalía de Castro Las literatas: carta a
Eduarda, en el que la autora advierte de ello, hasta estas palabras de Adela
Zamudio, escritora boliviana del siglo XX: Si alguno versos escribe /de alguno
esos versos son,/ que ella sólo los suscribe./ (Permitidme que me asombre.)/ Si
es alguno no es poeta,/ ¿Por qué tal suposición?/ ¡Porque es hombre! Están
también los hechos históricamente comprobados: el célebre caso de María
Lejarraga, autora de las obras firmadas por su marido Gregorio Martínez Sierra.
Y el hecho de que a Zelda Fitzgerald también fue su marido quien le prohibió
publicar su Diario porqué él lo necesitaba para su propio trabajo.
Y el
que las primeras obras de Colette aparecieran firmadas con el nombre de su
marido, quien incluso cobró el dinero de su venta. Alguien me dirá que voy muy
atrás y que la humanidad ha cambiado en los últimos veinte siglos. Pues bien,
en el año 2000 y en España sólo un diez por ciento de los libros publicados
están escritos por mujeres.
Cambiar la lengua cambiará la realidad
No
obstante, hay algunas capaces de trepar la cuesta de lo prohibido, de robarle a
la vida ese diez por ciento de energía necesario para mantener la cabeza fuera
del agua. Y la mantienen. Y escriben. Y se lo editan. Y aquí seguimos todas las
demás. Luchando y celebrando los nuevos éxitos, Extendiendo la red para que
todas las mujeres de la tierra tengan derecho a la voz, a la palabra. Sabiendo
que vemos el mundo a través del cañamazo formado por la lengua y motivadas por
la certeza de que el lenguaje sexista, el que hemos aprendido, contribuye a la
perpetuación del patriarcado.
Sabiendo
también que cuando tengamos una lengua que nos represente cambiará la realidad.
Por eso seguimos adelante. Y no dormimos más a las niñas con cuentos de hadas.
Les decimos que las niñas buenas van al cielo y las malas van a todas partes. Y
que colorín colorado, esta historia no ha acabado.
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