Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por:
Olga Rodríguez
Mi compañero es hijo de un asesinado y
desaparecido de la dictadura argentina. Siendo aún muy niño su padre fue
secuestrado por los militares. Nunca lo volvieron a ver. Tras unos meses de
escondites y miedos en Buenos Aires, su madre huyó del país con él y sus hermanas.
Creció en Madrid, pensando que quizá un día, al doblar una esquina de una calle
o al entrar en una cafetería, se reencontraría con ese hombre llamado papá
porque mientras su cadáver no apareciese las esperanzas de que estuviera vivo
permanecían.
Más tarde, en la adolescencia, asumió que
su padre estaba definitivamente muerto. Su madre le enseñó a sentirse
orgulloso, a pesar de que en Argentina, por entonces, aún se aplicaba la teoría
del doble demonio: si lo mataron sería por algo. Si violaron a todas esas
mujeres sería por algo. Si le reventaron los dedos sería por algo. El terror
legitimado, la locura normalizada.
Después llegó la memoria. La justicia. La
verdad. Poco a poco. Sigue llegando. La lucha contra la impunidad no es fácil,
pero resulta imprescindible para dar espacio al civismo, a la salud mental de
la sociedad. Se puso fin a las leyes de punto final, a la amnistía para los
represores. Hijos, nietos, madres, abuelas, esposos, compañeras, han podido
sentarse ante un tribunal y contarle a la justicia cómo fue. Cómo mataron a los
suyos. Cómo los torturaron. Cómo robaron a sus hijos. Cómo los desaparecieron.
Dolor
y miedo
Han podido relatar el dolor con el que han
sobrevivido desde entonces, el miedo con el que huyeron, el empezar de cero, lejos,
con otros acentos, la esperanza albergada en el exilio, la pregunta "¿y si
no está muerto?", las explicaciones a los pequeños, "a tu padre se lo
llevaron”, los primeros hallazgos de niños robados, criados por los asesinos de
sus madres biológicas.
Mi compañero pudo hacerlo. Contar ante un
juez lo que recordaba. Y lo que más tarde algunos testigos le dijeron: "La
última vez que vi a tu viejo fue en la ESMA". El caso de su padre, como
tantos otros más, está pendiente de sentencia.
Alrededor de 600 represores de la dictadura
han sido ya condenados, y siguen los juicios. Cada testimonio de testigos,
víctimas y supervivientes aporta luz a tanta oscuridad. Cada sentencia contra
estos criminales de lesa humanidad contribuye al despertar de la conciencia colectiva,
a la rúbrica de un cometido clave: que no vuelva a pasar.
La
puerta abierta
Que no vuelva a pasar. Pero estos días algo
ha pasado. Estos días un fallo de la Corte Suprema argentina, con el voto clave
de dos jueces nombrados por el Gobierno de Macri, ha reducido a la mitad la
condena de un represor de la dictadura y ha dejado la puerta abierta para que
lo mismo se aplique a todos.
En la práctica la mitad de los encarcelados
podrían salir libres de forma inmediata. En un país en el que en plena democracia,
en el 2006, desapareció para siempre un testigo de un juicio contra un
represor. En un país en el que ninguno de los acusados, excepto uno, ha querido
mostrar arrepentimiento o colaborar con la justicia para contar dónde están los
cuerpos de los 30.000 desaparecidos o los niños robados. En un país en el que
aún quedan muchas heridas que tratar.
En un país en el que la Iglesia católica
fue cómplice de la dictadura. En un país en el que ahora esa Iglesia trata de
promover beneficios para los militares condenados como criminales de lesa
humanidad que nunca han pedido perdón, mostrado arrepentimiento, dado
información. La frase de monseñor Casaretto, uno de los principales referentes
de la Iglesia argentina, resume bien su postura: "Cuanta más justicia
aplicamos menos verdad recuperamos". Lo dice en ese lugar en el que a
través de los juicios se ha logrado reconstruir tanto.
Reacción
social
Este miércoles 10 de mayo miles de personas
salieron en Argentina a protestar contra el fallo de la Corte. A recordar la
importancia de la justicia como representación de esa frase: lo que no se
castiga, se repite. La reacción social está siendo enorme.
Naciones Unidas ha proclamado extensas
listas de derechos humanos pero la inmensa mayoría no tiene más derecho que
ver, oír y callar, escribió Eduardo Galeano. La ley internacional está escrita
en tinta sobre papel pero las víctimas de la dictadura argentina se arriesgan a
ir perdiendo el derecho a la verdad, justicia y reparación que cualquier
sociedad sana merece. Porque sin justicia no hay más que un futuro repitiendo
la impunidad del pasado. Porque sin reparación no hay civismo posible. Porque
el perdón tiene que ir dirigido antes a las víctimas que a los verdugos.
y Twitter: @escuelanfp
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