Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Atilio Boron
La
dialéctica de la revolución y el enfrentamiento de clases que la impulsa,
aproxima la crisis venezolana a su inexorable desenlace. Las alternativas son
dos y sólo dos: consolidación y avance de la revolución o derrota de la
revolución. La brutal ofensiva de la
oposición -criminal por sus métodos y sus propósitos antidemocráticos-
encuentra en los gobiernos conservadores de la región y en desprestigiados ex
gobernantes figurones que inflan su pecho en defensa de la “oposición
democrática” en Venezuela y exigen al gobierno de Maduro la inmediata
liberación de los “presos políticos”. La canalla mediática y "la
embajada" hacen lo suyo y multiplican por mil estas mentiras. Los
criminales que incendian un hospital de niños forman parte de esa supuesta
legión de demócratas que luchan para deponer la “tiranía” de Maduro. También lo
son los terroristas -¿se los puede llamar de otro modo?- que incendian, destruyen,
saquean, agreden y matan con total impunidad (protegidos por las policías de
las 19 alcaldías opositoras, de las 335 que hay en el país). Si la policía
bolivariana -que no lleva armas de fuego desde los tiempos de Chávez- los
captura se produce una pasmosa mutación: la derecha y sus medios convierten a
esos delincuentes comunes en “presos políticos” y “combatientes por la
libertad”, como los que en El Salvador asesinaron a Monseñor Oscar Arnulfo Romero y a los jesuitas de la
UCA; o como los “contras” que asolaron la Nicaragua sandinista financiados por
la operación “Irán-Contras” planeada y ejecutada desde la Casa Blanca.
El
modelo de transición que anhela la contrarrevolución venezolana no es el
"Pacto de la Moncloa" ni ningún pacífico arreglo institucional sino
la aplicación a rajatabla del modelo libio.
Resumiendo:
lo que está sucediendo hoy en Venezuela es que la contrarrevolución trata de
tomar las calles –y lo ha logrado en varios puntos del país- y producir, junto
con el desabastecimiento programado y la guerra económica el caos social que
remate en una coyuntura de disolución nacional y desencadene el desplome de la
revolución bolivariana. Reflexionando
sobre el curso de la revolución de 1848 en Francia Marx escribió unas líneas
que, con ciertos recaudos, bien podrían aplicarse a la Venezuela actual. En su
célebre El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, describía la situación en
París diciendo que “en medio de esta confusión indecible y estrepitosa de
fusión, revisión, prórroga de poderes, Constitución, conspiración, coalición,
emigración, usurpación y revolución. El burgués, jadeante, gritase como loco a
su república parlamentaria: « ¡Antes un final terrible que un terror sin fin! » Sería imprudente no tomar estas palabras muy
seriamente, porque eso es precisamente lo que el imperio y sus secuaces tratan
de hacer en Venezuela: lograr la aceptación popular de “un final terrible” que
ponga término a “un terror sin fin.” A
tal efecto Washington aplica la misma receta administrada en tantos países:
organizar la oposición y convertirla en la semilla de la
contrarrevolución, ofrecerle
financiamiento, cobertura mediática y diplomática, armas; inventar sus líderes, fijar la agenda y
reclutar a mercenarios y malvivientes de la peor calaña que hagan la tarea
sucia de "calentar la calle" matando, destruyendo, incendiando,
saqueando, mientras sus principales
dirigentes se fotografían con presidentes, ministros, el Secretario General de
la OEA y demás agentes del imperio. Esto mismo hicieron hace unos años con gran
éxito en Libia, en donde Washington y sus compinches inventaron los
“combatientes por la libertad” en Benghasi. La prensa hegemónica difundió esa
falsa noticia a los cuatro vientos y la OTAN hizo lo que hacía falta. El
resultado final: destrucción de Libia bombardeada a mansalva durante meses,
caída y linchamiento de Gadafi, entre las risotadas de una hiena llamada
Hillary Clinton. En Venezuela están
aplicando el mismo plan, con bandas armadas que destruyen y matan lo que sea
ante una policía poco menos que indefensa.
Por
comparación, la ofensiva imperial lanzada contra Salvador Allende en los años
setentas fue un juego de niños al lado de la inaudita ferocidad del ataque
sobre Venezuela. No hubo en Chile una oposición que contratara bandas
criminales para ir por los barrios populares disparando a mansalva para
aterrorizar a la población; tampoco un
gobierno de un país vecino que apañara el contrabando y el paramilitarismo, y
una prensa tan canalla y efectiva como la actual, que hizo de la mentira su
religión. Días pasados publicaron la foto de un joven vestido con uniforme de
combate y arrojando una bomba molotov sobre un carro de policía y en el
epígrafe se habla ¡de la "represión" de las fuerzas de seguridad
chavistas cuando eran éstas las que eran reprimidas por los revoltosos! Esa prensa proclama indignada que la
represión cobró la vida de más de treinta personas pero oculta aviesamente que
la mayoría de los muertos son chavistas y que por lo menos cinco de ellos
policías bolivarianos ultimados por los "combatientes por la
libertad." Los incendios, saqueos y asesinatos, la incitación y la
comisión de actos sediciosos son publicitados como la comprensible exaltación
de un pueblo sometido a una monstruosa dictadura que, curiosamente, deja que
sus opositores entren y salgan del país a voluntad, visiten a gobiernos amigos
o a instituciones putrefactas como la OEA para requerir que su país sea
invadido por tropas enemigas, hagan periódicas declaraciones a la prensa,
convaliden la violencia desatada, se reúnan en una farsa de Asamblea Nacional,
dispongan de un fenomenal aparato mediático que miente como jamás antes, vayan
a terceros países a apoyar a candidatos de extrema derecha en elecciones
presidenciales sin que ninguno sea molestado por las autoridades. ¡Curiosa
dictadura la de Maduro! Todas estas protestas y sus instigadores están
encaminadas a un solo fin: garantizar el triunfo de la contrarrevolución y
restaurar el viejo orden pre-chavista mediante un caos científicamente
programado por gentes como Eugene Sharp y otros consultores de la CIA que han
escrito varios manuales de instrucción sobre como desestabilizar gobiernos.[1]
El
modelo de transición que anhela la contrarrevolución venezolana no es el
"Pacto de la Moncloa" ni ningún pacífico arreglo institucional sino
la aplicación a rajatabla del modelo libio. Y, por supuesto, no tienen la menor
intención de dialogar, por más concesiones que se les haga. Pidieron una
Constituyente y cuando se la otorgan acusan a Maduro de fraguar un autogolpe de
estado. Violan la legalidad institucional y la prensa del imperio los exalta
como si fueran la quintaesencia de la democracia. No parece que la
rehabilitación de Henrique Capriles o inclusive la liberación de Leopoldo López
podrían hacer que un sector de la oposición admitiera sentarse en una mesa de
diálogo político para salir de la crisis por una vía pacífica porque la voz de
mando la tiene el sector insurreccional. La derecha y el imperio huelen sangre
y van por más, y medidas apaciguadoras como esas los envalentonarían aún más
aunque admito que mi análisis podría estar equivocado. Desde afuera, gentuzas
como Luis Almagro que emergen cubiertos de estiércol desde las cloacas del
imperio orquestan una campaña internacional contra el gobierno bolivariano. Y
países que jamás tuvieron una constitución democrática y surgida de una
consulta popular en toda su historia, como Chile, tienen la osadía de pretender
dar lecciones de democracia a Venezuela, que tiene una de las mejores
constituciones del mundo y, además, aprobadas por un referendo popular.
Maduro
ofreció nada menos que convocar a una Constituyente para evitar una guerra
civil y la desintegración nacional. Si la oposición confirmara en los próximos
días su rechazo a ese gesto patriótico y democrático el único camino que le quedará
abierto al gobierno será dejar de lado la excesiva e imprudente tolerancia
tenida con los agentes de la contrarrevolución y descargar sobre ellos todo el
rigor de la ley, sin concesión alguna. La oposición no violenta será respetada
en tanto y en cuanto opere dentro de las reglas del juego democrático y los
marcos establecidos por la Constitución; la otra, el ala insurreccional de la
oposición, deberá ser reprimida sin demora y sin clemencia. El gobierno
bolivariano tuvo una paciencia infinita ante los sediciosos, que en Estados
Unidos estarían presos desde el 2014 y algunos, Leopoldo López, por ejemplo,
condenado a cadena perpetua o a la pena capital. Su mayor pecado fue haber sido
demasiado tolerante y generoso con quienes sólo quieren la victoria de la
contrarrevolución a cualquier precio. Pero ese tiempo ya se acabó. La
inexorable dialéctica de la revolución establece, con la lógica implacable de
la ley de la gravedad, que ahora el gobierno debe reaccionar con toda la fuerza
del estado para impedir a tiempo la disolución del orden social, la caída en el
abismo de una cruenta guerra civil y la derrota de la revolución. Impedir ese
“final terrible” del que hablaba Marx antes del “terror sin fin.” Si el
gobierno bolivariano adopta este curso de acción podrá salvar la continuidad
del proceso iniciado por Chávez en 1999, sin preocuparse por la ensordecedora
gritería de la derecha y sus lenguaraces mediáticos que de todos modos ya hace
tiempo vienen aullando, mintiendo e insultando a la revolución y sus
protagonistas. Si, en cambio, titubeara y cayera en la imperdonable ilusión de
que a los violentos se los puede apaciguar con gestos patrióticos o rezando
siete Ave Marías, su futuro tiene el rostro de la derrota, con dos variantes.
Uno, un poco menos traumático, terminar como el Sandinismo, derrotado
“constitucionalmente” en las urnas en 1989. Sólo que Venezuela está asentada
sobre un inmenso mar de petróleo y Nicaragua no, y por eso hay que desterrar el
espejismo de que si los sandinistas volvieron al gobierno los chavistas podrían
hacer lo propio, diez o quince años después de una eventual derrota. ¡No! El
triunfo de la contrarrevolución convertiría de hecho a Venezuela en el estado
número 51 de la Unión Americana, y si Washington durante más de un siglo ha
demostrado no estar dispuesto a abandonar a Puerto Rico ni en mil años se iría
de Venezuela una vez que sus peones derroten al chavismo y se apoderen de este
país y su inmensa reserva petrolera. La revolución bolivariana es social y
política y, a no olvidarlo, una lucha de liberación nacional. La derrota de la
revolución se traduciría en la anexión informal de Venezuela a Estados Unidos.
La segunda variante de una posible derrota configuraría el peor escenario.
Incapaz de contener a los violentos y de restablecer el orden y una cierta
normalidad económica una insurrección violenta aplicaría el modelo libio para
acabar con la revolución bolivariana. No olvidar que ahora la número dos del
Comando Sur es nada menos que un personaje tan siniestro e inescrupuloso como
Liliana Ayalde, quien fuera embajadora de Estados Unidos en Paraguay y Brasil y
que en ambos países fue la artífice fundamental de sendos golpes de estado. Una
mujer de armas tomar a quien no le temblaría la mano a la hora de lanzar las
fuerzas del Comando Sur contra Venezuela, derribar su gobierno y, como en
Libia, hacer que una turbamulta organizada por la CIA termine con el
linchamiento de Maduro como sucediera con Gadafi, y el exterminio físico de la
plana mayor de la revolución. La dirigencia bolivariana, la obra de Chávez y la
causa de la emancipación latinoamericana no merecen ninguno de estos dos
desenlaces, ninguno de los cuales es inevitable si se relanza la revolución y
se aplasta sin miramientos a las fuerzas de la contrarrevolución.
[1] El
más completo de esos infames manuales escrito por Eugene Sharp es De la
Dictadura a la Democracia publicado en Boston por la Albert Einstein
Institution, una ONG pantalla de la CIA. Sharp se considera el creador de la
teoría de la “no violencia estratégica”. Para comprender lo que significa esto,
y para comprender también lo que está ocurriendo hoy en Venezuela, aconsejo
fervientemente leer ese libro y sobre todo el Apéndice, en donde su autor
enumera 197 métodos de acción no violentas, entre los que se incluyen “forzar
bloqueos económicos”, “falsificar dinero y documentos”, “ocupaciones e
invasiones”, etcétera. Todas acciones “no violentas”, como puede verse.
y Twitter: @escuelanfp
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