Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás
Por: Ricardo Bajo
El
primer espectador que llega a la cola del Cine Teatro Municipal 6 de Agosto
tiene la cabeza cana y camina despacio. Se acerca al “Badanowski” y le pregunta
si ya va a empezar la película muda. El señor mayor no es cualquier señor, en
sus años mozos llevaba rollos pesados de un cine a otro, corriendo, como si la
vida de los protagonistas de las películas dependieran de su velocidad: del
Princesa en la Comercio al París en la plaza Murillo, a la carrera. De repente,
la cola se ha hecho larga. Y lo que más asombra es la gente joven que quiere
ver cine mudo. Cuando media hora después arranca Un viaje a la luna (1902) y
después Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1920) ya son más de 100 espectadores en la sala,
oscura y silenciosa salvo por el sonido furioso de un piano enternecedor.
¿Cómo
ver y escuchar cine mudo en el siglo XXI? ¿Por qué de repente la prehistoria
del celuloide se ha puesto de moda y llama la atención de los jóvenes? Hace un
siglo las instrucciones para ver cine silente y comportarse durante la
proyección eran sencillas: “señoras, tengan ustedes la amabilidad de quitarse
el sombrero o ¿les gustaría sentarse detrás del gran tocado que ustedes están
usando?”. Los ruidos y los obstáculos visuales eran un problema. Ahora lo son
los celulares, la incapacidad que tenemos de desconectarnos por un par de horas
del mundo, el miedo de no contestar al “guasap”, el abismo de no recibir un “me
gusta”; de no reportarnos ante el padre, la novia, la esposa y la madre que nos
parió.
Esto
no pasa con el cine mudo, es raro. Creo que existe un pacto. Un pacto entre el
pasado y sus espectadores. Quizás es la magia del cine mudo. Tal vez es el
esfuerzo que hay que hacer para codificar de nuevo imagen sin sonido y esas
frases que nos explican el milagro de pisar la luna con la imaginación, de
temer los dedos alargados y tenebrosos de míster Hyde, o de querer salir
corriendo porque viene hacia nosotros, como el tren, el maldito jorobado de
Notre Dame.
Ahora
que las películas, rápidas y furiosas, son fabricadas por computadoras y hasta
los filmes para niños mayores se hacen con pura tecnología, el cine mudo nos
devuelve la magia de lo artesanal, de lo hecho con las manos, despacito.
Georges Méliès, el autor de Un viaje a la luna, el primer filme de ciencia
ficción de la historia del cine, coloreaba los filmes a mano, con unas placas
llamadas pochoris, como el orfebre que hace pescaditos de oro.
Viendo
estos añejos filmes te das cuenta también de que muchas de las cosas casi
imperceptibles que hoy aparecen en las películas o en la tele tienen su origen
en el cine mudo. Si cuando vemos en una sala que el chofer de un carro dirige
la mirada hacia el retrovisor suponemos que se viene una persecución, lo
sabemos porque a alguien alguna vez se le ocurrió convertir ese gesto en
símbolo de suspenso. Quizás es por eso que gusta el cine mudo a los changos; es
que te trata como un espectador inteligente, te “obliga” a pensar, te seduce
lentamente para soñar. ¿No es el cine de hoy en día, el masivo de pipocas y
sorbito desagradable de refresco, fabricado para justamente lo contrario, para
que no pienses, para que no sientas, para adormecer? En el cine mudo lees, para
ver, otra cosa tan vieja que algún día tendrá que ponerse de “moda”. Entonces
leer se convertirá en el verdadero súper poder.
Allá
en la prehistoria muda del cine las pelis eran rodadas en una frecuencia de 16
fotogramas por segundo, no los veloces 24 fotogramas por segundo de la
actualidad. Quizás esa alteración del ritmo, esa querencia por la pausa, por lo
lento, es la que nos desconecta. Probablemente eso es lo que más gusta a las
nuevas generaciones. Y acaso es lo que vuelve a enamorar al señor mayor que en
sus tiempos felices iba corriendo con sus rollos llenos de magia a cuestas por
las calles de La Paz.
O
quizás simplemente sea la curiosidad. Hoy, miércoles, toca otra vez cine mudo
en el 6 de Agosto, pasan el Viaje a la luna y el jorobado. Y en dos semanas, el
Acorazado Potemkin de Su Majestad. La revolución siempre fue silenciosa, como
la del viejo cine.
El autor es periodista y director de la edición
boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique.
y Twitter: @escuelanfp
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