Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Gisela Brito
La
legitimidad de un gobierno en buena parte se sostiene en su capacidad para
garantizar estabilidad a la población. Certidumbre. En la Argentina de la era
Macri el incremento de la conflictividad social comienza a marcar la agenda
política. Cientos de miles de ciudadanos afectados por el ajuste económico
provenientes de diversos sectores sociales se sienten interpelados a abandonar
sus ocupaciones cotidianas para hacer oír sus demandas irrumpiendo en el
espacio público. Los fallidos intentos oficiales por mostrar datos que avalen
“el fin de la recesión” dan cuenta de que el gobierno enfrenta, además de la
crisis económica, una crisis política y de credibilidad. Existen varios
elementos que se conjugan para dar cuenta de ello.
En los últimos meses ha ido cuajando un
clima de opinión pesimista respecto al futuro de la economía del país -y de la
personal-, sustentado en la alta inflación, la reaparición del fantasma del
desempleo y las desorbitantes subidas de tarifas en los servicios públicos. A
pesar de ello, el gobierno insiste en que la recuperación económica está en
marcha, y como único argumento para explicar la disociación entre su relato y
la realidad social sostiene que la misma se debe a que “la calle todavía no
siente la recuperación”.
Paradójicamente, Cambiemos se enfrenta
a una situación en la que debe salir a desmentir con cifras en la mano la
opinión mayoritaria de la ciudadanía. ¡Créannos! parece vociferar el gobierno.
El país oficial poco se asemeja al país real. Estadísticas contra expectativas
sociales. Exactamente lo contrario de lo que primó en el inicio del mandato de
Mauricio Macri. Para amplios sectores de la población, prevalecía
mayoritariamente un clima favorable basado en la esperanza en que la economía
mejoraría en un futuro cercano. Sin embargo, el superávit aspiracional con el
que contaba el PRO comienza a mostrar signos de agotamiento en un cortísimo
lapso de tiempo.
Este momento bisagra parece estar
generando un giro en el “estilo” discursivo de Mauricio Macri. Durante la campaña
electoral y el primer año de gobierno, el presidente forjó un estilo de liderazgo zen, más allá del bien y del mal, que
prometía paz, armonía y esperanza de un futuro mejor. Pero en las últimas
semanas ha emergido otro Macri. En el discurso de apertura de sesiones
legislativas el presidente inauguró un tono mucho más agresivo que el que lo
caracterizaba. Ello se relaciona con otra novedad reciente que denota una
posición cada vez más defensiva por parte del gobierno: la apelación a la
teoría de la conspiración para leer el escenario político. Diferentes voceros
oficialistas, incluidos los principales medios de comunicación, han comenzado a
agitar el fantasma del boicot desestabilizador detrás del cual sitúan a un
difuso “kirchnerismo”. Es la única explicación que le otorgan a las sucesivas
manifestaciones de una conflictividad social creciente.
Los principales dirigentes de Cambiemos
también están adoptando este nuevo tono. El Jefe de Gabinete Marcos Peña perdió
los papeles en su última presentación ante el Congreso y exhortó a la oposición
a “hacerse cargo de algo”, en referencia a la situación actual (!). María
Eugenia Vidal, gobernadora de Buenos Aires, encabeza intransigente una pulseada
a todo o nada con los docentes. En una reciente conferencia de prensa dejó de
lado su imagen de hada madrina ingenua y exigió a los dirigentes sindicales que
“digan si son kirchneristas” (!).
Así, en la cúpula de Cambiemos se
observa el pasaje a un tipo de liderazgo que busca polarizar con el gobierno
anterior en un tono mucho más agresivo. Ello se explica en que apelar a la
“pesada herencia” recibida y a las “buenas intenciones” propias ya no es
suficiente para calmar las ansias de una opinión pública que demanda respuestas
concretas a la crisis. En ese contexto, el gobierno exhibió otra novedad:
convocó -solapadamente- a sus partidarios a marchar en defensa de sus políticas
el pasado 1 de abril. La concentración “espontánea” es significativa porque es
la primera vez que Cambiemos exhibe poder de movilización, aunque resulta
evidente que la convocatoria quedó reducida a su núcleo duro -amalgamado casi
exclusivamente por el rechazo visceral al gobierno anterior-. Se trata de un
sostén importante, sobre todo en el escenario actual, pero que en ningún caso
le garantizaría un apoyo electoral mayoritario.
Las elecciones legislativas de octubre
están a la vuelta de la esquina y todo indica que la estrategia que adoptará el
gobierno es apostar a plebiscitar al kirchnerismo de manera cada vez más
belicosa. El siguiente paso para contener la conflictividad social será, según
ha anunciado la propia ministra de seguridad, la represión de la protesta. La
espiral continúa en marcha.
En el escenario político actual, la
máxima duranbarbiana que indica que las decisiones
políticas deben guiarse por el humor social radiografiado en las encuestas
comienza a exhibir sus evidentes límites. Cambiemos se topó antes de lo
esperado con una verdad de perogrullo:
gobernar no es tan fácil como prometer. La política requiere asumir
responsabilidades ante la sociedad, ante todos los sectores de la sociedad. Y
los conflictos no pueden desterrarse sólo porque el deseo de armonía lo exija.
Administrarlos es parte del ejercicio de gobierno, y la virtualidad con que se
lo haga influye en la percepción y apoyo de los votantes. De eso se trata. Pero
todo ello escapa al marco de pensamiento de la coalición gobernante. Para
Cambiemos, el antagonismo es una distorsión de la política, y la democracia
podría construirse a partir de un idílico consenso social que, como por arte de
magia, garantizaría la tan mentada “gobernabilidad”. Hacer buena comunicación
política en el contexto de campañas electorales es una cosa, y gobernar, otra.
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