Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Desde
hace varias décadas que los uru chipaya luchan por su supervivencia. Tres son
las principales amenazas que hoy en día se ciernen sobre este milenario pueblo
indígena: el cambio climático, la severa contaminación minera que padecen los
humedales que les permiten sobrevivir, y el avasallamiento de sus tierras por
parte de sus vecinos aymaras y, en menor medida, quechuas.
Huelga
recordar que la existencia de esta nación indígena, una de las más antiguas del
país, ha estado íntimamente ligada a la cuenca del río Desaguadero, que va
desde el Titicaca hasta el Poopó, pasando por el lago Uru Uru. De allí que
incluso se autodenominan gente de las aguas y los lagos (qhas qut suñi). Sin
embargo, durante los últimos años el calentamiento global ha modificado
sustancialmente su entorno, con sequías cada vez más severas que se intercalan
con intensas inundaciones.
Por
caso, la evaporación de gran parte del Poopó en diciembre de 2015 dejó a los
uru chipaya sin su principal fuente de sustento, los peces de ese lago, y sin
agua dulce para sobrevivir junto a sus animales de pastoreo. Por ello, muchos
se vieron obligados a migrar a zonas aledañas. Dos años después, las aguas
regresaron, pero con tal intensidad que en las últimas semanas han necesitado
ayuda de la cooperación internacional para superar las inundaciones de sus
viviendas y cultivos.
En
cuanto a los peces del Poopó y de otros humedales, lamentablemente aún no se
han recuperado por completo. Ello debido a la falta del líquido elemento, pero
también y sobre todo por la severa contaminación de las actividades mineras,
que vierten residuos tóxicos sin tratamiento a al menos 11 cuencas hídricas del
país, entre ellas la del Desa- guadero, según un reciente estudio del Banco
Mundial, con los consecuentes impactos que estas sustancias químicas producen
en la salud de las personas y animales, amén de perturbar la fertilidad de los
suelos.
Ante
este desolador panorama, los uru chipaya han encontrado en la siembra de quinua
en la parte hoy seca de su territorio lacustre una alternativa de
supervivencia, al tratarse del producto de exportación estrella del altiplano.
Empero, esta opción no ha sido del agrado de sus vecinos quechuas y aymaras,
principalmente, quienes en los últimos años han instalado cercos de maderas y
alambres de púas (conocidos como callapos) alrededor de las comunidades
asentadas a orillas del lago Poopó para apropiarse de sus territorios, tal como
pudieron constatar los legisladores que viajaron a aquella zona luego de que
los uru muratos protagonizaran una marcha de protesta en marzo de 2013, en
demanda de medidas que garanticen su territorio.
Se
trata, en suma, de amenazas de magnitud que ponen a prueba el rol del Estado y
de sus instituciones, obligadas a garantizar la supervivencia y los derechos de
los pueblos ancestrales más vulnerables del país, cuya desaparición
constituiría una herida de muerte contra el ajayu nacional.
Publicado en la Editorial del periódico La Razón
Publicado en la Editorial del periódico La Razón
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