Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por:
Javier Tolcachier
Algo
más de ocho millones seiscientos mil venezolanos han participado en la elección
presidencial de este domingo, cuyo resultado ha sido la renovación de mandato
al actual presidente Nicolás Maduro. También se eligieron los nuevos consejos
estaduales, aunque la mira estuvo puesta en el máximo cargo ejecutivo del
Estado.
El
actual gobernante obtuvo 68% de los votos válidos emitidos, frente a 21% de su
principal contrincante, Henri Falcón. Javier Bertucci fue apoyado por un 11% de
las preferencias y el cuarto en la contienda, Reinaldo Quijada cosechó algo
menos de 35 mil votos.
El
acto electoral transcurrió de manera inobjetable y sin incidencias mayores,
según atestiguan los observadores internacionales invitados a participar. En
comparación con las flagrantes irregularidades ocurridas en las recientes
elecciones hondureñas o las denunciadas por el candidato Efraín Alegre en
Paraguay, el evento eleccionario puede ser caracterizado como absolutamente
legítimo.
Tampoco
puede acusarse al gobierno bolivariano de forzar a los electores a concurrir a
las urnas, ya que el voto en la nación caribeña es optativo, distinto al caso
argentino en el que la población debe asistir compulsivamente a votar.
En
razón de esta libertad para ejercer o no el derecho a voto, es que la oposición
más radical no puede autoadjudicarse por completo la abstención, aunque su
llamamiento haya propiciado dicha actitud.
La
cifra de votantes que acudió a votar fue, en proyección del CNE, del 48%, algo
más de seis puntos mayor que la registrada el año pasado en ocasión de la
elección de la Asamblea Nacional Constituyente.
Sin
duda que el boycott de la derecha nacional e internacional incidió, con mayor
impacto en las clases medias y altas, aunque sin duda no en la medida esperada
por sus dirigentes. Por lo demás, la abstención debe ponderarse teniendo en
cuenta también cierto cansancio electoral en la población – convocada cuatro
veces en un año a las urnas –, el existencia de un número incierto de
venezolanos inscritos en el padrón que han emigrado y algunas acciones de
amedrentamiento o boicot, lo cual reduce el universo total posible de votantes.
Estos
avatares, si bien evidencian el conocido antagonismo de una porción de la
sociedad frente a la Revolución Bolivariana, no hacen mella en la legitimidad
misma del comicio.
En
término de caudal propio de votos, Nicolás Maduro obtuvo una cifra cercana a
los seis millones de sufragios (5.823.728 en el primer corte con el 92%
escrutado), perdiendo una parte de los siete millones y medio de votos
obtenidos en 2013.
Es
lícito pensar, en un primer acercamiento, que entre ellos hay un contingente de
adherentes disconformes con la conducción actual y que cierta parte de la
población acusa el embate de las dificultades cotidianas, junto al desgaste natural
de todo gobierno. Por otra parte, el alto número de votos obtenidos y la
claridad del triunfo hablan de la mantención de un amplio núcleo duro de apoyo
al chavismo en la población venezolana.
Si
se trata de atender a críticas externas, como las expresadas por parte del
recientemente re-electo presidente Sebastián Píñera, Chile es uno de los países
con mayor abstención del mundo, un 51% en la última elección.
Algo
similar se manifiesta históricamente en Colombia, otros de los países
inquisidores de la calidad democrática venezolana. El presidente saliente Juan
Manuel Santos fue electo con algo más de la mitad de los votos del 48% de los
votantes. Porcentaje idéntico al registrado en la elección en Venezuela, algo
superior al promedio de la historia electoral colombiana entre 1978 y 2010,
según datos de un informe de la propia Registraduría Nacional.
¿Y
qué hay de los Estados Unidos, el autodenominado guardián universal de la
democracia? En la última elección presidencial hubo un 55.4% de votos válidos
sobre el total de inscriptos, pero debido a un sistema de elección indirecto,
gobierna allí el candidato que sacó una menor votación popular que su
contendiente (46% Trump frente a 48% Clinton).
Incluso
la acusación de utilizar un sistema clientelar o de voto cautivo, debería
ruborizar a los gobiernos de América Latina erigidos en fiscales de la
democracia venezolana. Una extensa galería de esas prácticas puede ser
estudiada en el enorme prontuario antidemocrático mexicano, otro de los
gobiernos que apoya la embestida contra Venezuela.
La
condena a la maquinaria de movilización popular desarrollada por el chavismo,
que le ha garantizado tantas victorias electorales, se explica por el desprecio
interesado de los críticos por la organización popular - decisiva para lograr
conquistas sociales largamente negadas a las mayorías postergadas.
El
triunfo electoral de Nicolás Maduro y de la Revolución Bolivariana, es muy
relevante, ya que se inscribe en un contexto de guerra económica, de sanciones
comerciales, de intento de asfixia financiera, de especulación monetaria aguda,
de acaparamiento intencionado de bienes de consumo básicos o su
comercialización ilegal, de acoso y difamación a sus principales figuras
emblemáticas. En suma, un cuadro similar a las desestabilizaciones que
sufrieron muchos gobiernos progresistas o de izquierdas, que se opusieron a la
sinrazón colonialista del estado del Norte.
El
principal problema de la democracia en Venezuela, no es producto de sus
desavenencias políticas internas, ciertamente existentes, sino que proviene de
afuera.
El
problema no es Venezuela, sino la política exterior estadounidense
No
hay bases sólidas para deslegitimar la reelección de Nicolás Maduro para otro
período de gobierno. Sin embargo, el “régimen” estadounidense (apelativo que
suele usarse en la prensa hegemónica de derecha para gobiernos no afines),
insiste y conspira para el no reconocimiento del gobierno electo por amplia
mayoría en Venezuela. Para ello, cuenta con un séquito de voces conservadoras
en América Latina y Europa, cuyos méritos democráticos, pero sobre todo
sociales, son escasos.
Muestra
sobrada ha dado el gobierno español de Rajoy reprimiendo a la población de
Cataluña luego del referendo ganado por el independentismo, encarcelando a
varios líderes y obligando al exilio a su presidente electo. Europa entera se
encuentra asediada por una ola de extremismo neofascista producto del severo
ajuste al que el sistema de usura internacional ha sometido a su población. No
está en condiciones de dar lecciones de ninguna naturaleza.
El
extremismo ha sido también la característica sobresaliente del gobierno de
Trump, poniendo al borde de un cataclismo nuclear al planeta. La amenaza de
borrar de la faz de la tierra a Corea del Norte, la ruptura del Acuerdo con
Irán sobre su producción nuclear, el abandono del Acuerdo de París sobre Cambio
Climático, el recrudecimiento de sanciones contra Cuba, Rusia y la misma
Venezuela, indican a las claras el sesgo unilateral de la actual política
exterior norteamericana.
El
aumento del gasto en armamento y la exigencia a sus aliados en la NATO de hacer
lo propio, los ataques contra Siria, la complicidad con el régimen israelí,
culpable del asesinato y el apartheid del pueblo palestino, la alianza con la
monarquía saudita, responsable de múltiples violaciones a los derechos humanos
en su propio país y de la muerte de cientos de miles de yemenitas, constituyen
evidencia franca del cariz violento de los que hoy ocupan la Casa Blanca.
En
América Latina, luego de repetidos intentos por doblegar y derrocar
antidemocráticamente al gobierno electo, el encono geopolítico norteamericano
se ha transformado en amenaza explícita de intervención armada.
La
experiencia acumulada por los EEUU en un gran número de conspiraciones
anteriores, hace pensar en la confluencia de tácticas ilícitas diversas, entre
las cuales se encontrarían operaciones de bandera falsa, financiamiento de
grupos mercenarios, cooptación de miembros de las Fuerzas de Seguridad o
constitución de supuestas “alianzas de la comunidad internacional o
latinoamericana”. Incluso no pueden descartarse los intentos de magnicidio.
Más
allá de alcanzar o no el objetivo de remover al gobierno bolivariano, lo que se
persigue con toda esta presión es instituir una suerte de castigo ejemplar -
tan antiguo como la historia misma – para intimidar a todo aquel que ose
rebelarse contra la injusticia instituida.
Lo
más probable es que por ahora no se llegue a una agresión abierta, que no
cuenta con consenso ni siquiera entre los gobiernos de derecha y que
seguramente sería fuertemente resistida. Pero no hay duda alguna que EEUU
continuará operando para cerrar un cerco férreo sobre Venezuela, táctica que no
solamente ocasionará agudos problemas a la población que supuestamente se dice
querer ayudar sino que, tal como ocurrió con Cuba en los años 60’, tendrá como
contrapartida el reforzamiento de alianzas del gobierno venezolano con Rusia,
China, Turquía, Irán y otros actores de la multipolaridad emergente.
Medios
que justifican el fin
La
enciclopedia en línea Wikipedia señala que la expresión “el fin justifica los
medios” - cuyo origen fue injustamente atribuido a la orden jesuita por sus
detractores - fue estampada por Napoleón en la última página de un ejemplar de
“El Príncipe” de Nicolás Maquiavelo, presumiblemente como síntesis de su
lectura. Sin duda que el principio puede ser atribuido al filósofo político
florentino, sobre todo en atención al contenido del capítulo XVIII de esa obra.
El pasaje más elocuente del mismo: “Dedíquese, pues, el príncipe a superar
siempre las dificultades y a conservar su Estado. Si logra con acierto su fin,
se tendrán por honrosos los medios conducentes al mismo”.
Siglos
después, en una igualmente pragmática inversión del aforismo, son los medios
los llamados a justificar el fin. Los medios masivos de difusión.
Es
a través de ellos, con propaganda, información sesgada y apelando a elaborados
guiones cinematográficos, que se intenta convencer a los públicos sobre las
bondades del sistema capitalista, la cultura occidental y sobre la necesidad y
justeza de las guerras (¿cruzadas?) que son emprendidas en su nombre.
Dichos
medios, propiedad de unos pocos grupos económicos, monopolizan el espectro
concentrando abrumadoramente las audiencias. Deciden cuáles contenidos deben
mostrarse y cuáles no, ejerciendo una indebida pero efectiva manipulación y
censura informativa. Sus líneas editoriales impiden el libre ejercicio de la
profesión periodística, expulsando de sus filas a todo aquel que no se avenga a
militar ideológicamente sus propósitos comerciales y políticos, traicionando
elementales principios deontológicos.
Estos
vehículos audiovisuales hegemónicos son los habitualmente utilizados para
generar sentidos comunes previos a una agresión contra un país. La demonización
del enemigo, la insidiosa caricaturización de alguno de sus aspectos, son las
técnicas usadas para generar aversión y espanto en el desprevenido espectador.
Esta
agresión comunicacional es siempre el primer paso para ablandar la opinión
pública, para producir una matriz de aceptación, a fin de justificar el inmenso
sufrimiento que traerá a su paso la devastación bélica.
Así
sucedió con Libia, con Irak, con Siria – por sólo mencionar eventos recientes –
y la misma añeja estratagema se está utilizando contra Venezuela.
Por
ello, como defensa preventiva y efectiva de la paz, es preciso detener la
oleada de desinformación que preanuncia el conflicto y resistir sus efectos
nefastos. Si para las personas de buena voluntad es universalmente aceptado que
el fin no justifica de ningún modo los medios, se hace necesario instituir
también la máxima inversa. Los medios no deben servir para justificar ningún
fin.
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