Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por
Alejo Brignole
El
pensamiento antiimperialista —es decir, la crítica a los imperialismos desde
una mirada humanista e incluso económica— muchas veces surge desde el propio
seno de las naciones hegemónicas.
Son
sus intelectuales, pensadores y activistas los que no se dejan seducir por las
artificiales y perversas ideas de grandeza, denunciando la irracionalidad, el
crimen y el rebajamiento moral que implica cualquier doctrina colonialista.
Cuando
el escritor polaco nacionalizado inglés Joseph Conrad escribió en 1899 su
famoso relato El corazón de las tinieblas, utilizó argumentalmente los horrores
del colonialismo a través de la mirada de dos personajes: un empleado imperial
en el Congo Belga, llamado Charlie Marlow, y el traficante de marfil llamado
Kurtz. Ambos, a pesar de formar parte del aparato opresor, reconocen por vías
psicológicas diferentes la inhumanidad de los procedimientos coloniales (la
novela de Conrad serviría de base para la aclamada película de 1979, Apocalypse
Now, de Francis Ford Coppola).
Dentro
de cada imperialismo siempre existieron voces críticas de la propia hegemonía o
de sus consecuencias. En la América hispana del siglo XVI fue Fray Bartolomé de
las Casas el que denunció las atrocidades del primitivismo colonial español
aplicado a las comunidades indígenas. En Brasil, hacia 1900 y durante el auge
de la explotación de caucho por empresas británicas, fue el irlandés Roger
Casement el encargado de anunciar sus crímenes. Como dato curioso, Casement
había conocido a Joseph Conrad en el Congo siendo ambos funcionarios coloniales
de Bélgica.
Hacia
mediados del siglo XX, el filósofo existencialista Jean-Paul Sartre, junto al
escritor Albert Camus, fueron en Francia la voz de denuncia contra la
dominación en Argelia. La lista de casos podría seguir, revelando una situación
que resulta filosóficamente evidente: toda opresión colonial e imperialista
atenta contra la dignidad de los pueblos y afecta la propia naturaleza del concepto
civilizatorio.
En
el caso del imperialismo más actual, que es el estadounidense, también destacan
críticos internos de enorme relevancia como el lingüista Noam Chomsky o el ya
fallecido Howard Zinn, autor de una original obra publicada en 1980 de divulgación
histórica alternativa titulada La otra historia de los Estados Unidos. Allí
Zinn narra la evolución histórico-política estadounidense desde la perspectiva
de sus perjudicados: sus vecinos fronterizos, las minorías, los pueblos
originarios y los afroamericanos, entre otros.
Actualmente
es el cineasta Oliver Stone el que ha tomado la posta de Zinn y se dedica a
mostrar las políticas imperialistas de su país mediante documentales, o con su
libro de 2012 La historia no contada de Estados Unidos. La filmografía
testimonial de Stone incluye trabajos sobre Edward Snowden (2016) o sobre Fidel
Castro (Comandante, de 2003).
En
general, siempre ha habido tensiones internas en los países imperialistas
suscitadas entre los detractores del expansionismo y sus negacionistas. Los
primeros cuestionan los alcances concretos y filosóficos de la hegemonía que
ejercen, y los segundos ven en los avances imperialistas una fuerza positiva en
favor de la humanidad y de la promoción de valores civilizados.
Hoy
estos debates no son ajenos en el seno de la sociedad norteamericana, que vive
un período histórico en el que las pulsiones imperialistas y antidemocráticas
—incluso internas— ya no pueden maquillarse entre la opinión pública. Surgen
así defensores y críticos de unas desviaciones evidentes que ponen sobre la
mesa la verdadera naturaleza de la realpolitik estadounidense.
En
este aspecto, Estados Unidos ha hecho un trabajo destacable en el último siglo,
manteniendo ignorante a su propia sociedad sobre los verdaderos alcances de su
política exterior, criminalmente agresiva y destructiva del derecho
internacional.
A
pesar de ello, podemos hallar al historiador militar de origen ruso
nacionalizado estadounidense Max Boot —integrante de las más conservadoras
usinas de pensamiento estratégico–, que sostiene la utilidad y benevolencia de
las intervenciones de EEUU en el mundo. Boot es autor de la premisa “Poder
estadounidense para promover ideas estadounidenses”.
Sin
embargo, como muchos intelectuales que elaboran este tipo de pensamientos
acríticos y validantes del imperialismo, lo hace desde posturas ahistóricas. Es
decir, carentes de sustento sobre los hechos constatables que el pasado y el
presente ofrecen. En el caso estadounidense, se silencian sus continuos
genocidios elaborados sobre bases programáticas, sus guerras intervencionistas
y sus ataques continuos a las democracias de signo contrario. Ignoran su
antihumanismo, en definitiva.
En
la misma línea, el historiador y escritor británico Niall Ferguson sostiene que
la naturaleza de la política exterior norteamericana es, en efecto,
imperialista, pero no necesariamente cuestionable. Ferguson afirma que todos
los imperios (por caso Roma o el Imperio británico) poseían aspectos tanto
positivos como negativos, pero que los aspectos positivos del imperialismo
estadounidense superarán a los negativos si éste aprende de sus errores.
Estas
conclusiones, no obstante, no resisten un análisis de tipo primario, por cuanto
el propio decurso mundial, el medio ambiente y la crisis terminal del
capitalismo difícilmente puedan dar origen a pronósticos favorables. Todas las
grandes problemáticas que se ciernen sobre la humanidad tienen una etiología
afín, que es la supremacía irracional de un Estado agresor como Estados Unidos
que ha llevado al límite no sólo al planeta, sino a los tejidos humanos y
sistemas políticos sometidos a su militarismo.
Esta
interpretación del rol estadounidense no es —como suponen algunos— un fenómeno
nuevo o incrementado a partir de la caída del bloque soviético que dejó al
mundo indefenso frente a una superpotencia avasallante.
Mucho
antes, el escritor norteamericano Samuel Langhorne Clemens, conocido por el
seudónimo de Mark Twain (1935-1910) y autor de las célebres novelas Las
aventuras de Tom Sawyer y Las aventuras de Huckleberry Finn, entre una profusa
obra, fue el fundador de la Liga Antiimperialista de los Estados Unidos. Del
propio Twain podríamos citar algunos potentes fragmentos muy ilustrativos de su
pensamiento descolonial y antiimperialista.
Entre
las muchas reflexiones sobre el problema que su propio país —EEUU— significaba
para cualquier humanista y para la propia civilización, Mark Twain escribió:
“El cubano José Martí puede considerarse como el primer formulador de un
pensamiento antiimperialista en América Latina, en gran medida porque la lucha
por la independencia de Cuba del colonialismo español coincidió con el ascenso
de las nuevas formas de dominación que comenzaba a desarrollar Estados Unidos,
relacionando desde su mismo origen antiimperialismo con el sentimiento
antinorteamericano. Subrayando la idea de Nuestra América para oponerla a la
América anglosajona, Martí sostuvo que ‘los pueblos de América son más libres y
prósperos a medida que más se apartan de los Estados Unidos’”.
Más
tarde, y cuando EEUU inicia la guerra contra Filipinas, el autor hizo un
comentario—en un artículo de 1900 en el New York Herald— sobre la política
exterior de su país en el conflicto: “Debería ser, creo yo, nuestro placer y
deber el hacer a aquella gente libre [los filipinos] y dejar que traten sus
cuestiones domésticas a su manera. Y por eso soy antiimperialista. Estoy en
contra de que el águila ponga sus garras en cualquier otra tierra”.
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