Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por:
Luis Oporto Ordóñez
Los
ejércitos de todas partes tuvieron mujeres, siguiendo a sus tropas como las
“Rabonas” bolivianas que acompañaron a sus hombres al frente de batalla. Otro
grupo de mujeres participó en el frente de guerra cumpliendo tareas en las
Ambulancias del Ejército y la historia recogió la valiente y temeraria
actuación de la niña Genoveva Ríos, quien rescató la tricolor nacional, en un
heroico episodio. Ante la ausencia forzada de hombres, en el interior de la
república, miles de mujeres quedaron a cargo del hogar y tomaron bajo su
responsabilidad la organización de kermeses para la recaudación de fondos y
trabajos de beneficencia.
Abnegadas
enfermeras
La
historia ha recogido los nombres de Andrea Rioja de Bilbao, Ana M. de Dalence,
María N. Vda. de Meza y su hija Mercedes, que formaron parte del cuerpo de
Ambulancias de Guerra, atendiendo a los heridos, tomando a su cuenta “la
lenzería, la inspección de cocina y la del aseo general de la Ambulancia”,
apoyadas por Vicenta Paredes Mier, quien llegó desde Tocopilla, luego de la
invasión chilena, y pidió ser enrolada en la Ambulancia, ante lo cual el Dr.
Dalence la comisionó como Inspectora de Cocina, apoyada por Rosaura Rodríguez,
como Cocinera. Entre todas ellas destaca la temeraria figura de la cruceña Ignacia
Zeballos. Y de las nueve hermanas de la Caridad de la comunidad Religiosa de
Santa Ana, que llegaron procedentes de Italia a Tacna el 20 de enero de 1879,
para atender a los heridos que colmaban las Ambulancias desde el frente de
guerra. [1]
Las
Rabonas
Joaquín
de Lemoine, un testigo privilegiado de su época, describió a las Rabonas: su
fisonomía: “Mestiza, baja de estatura, de formas turgentes, facciones
incorrectas, tez cobriza, cabellera de ébano”, su llamativa vestimenta: “Azul,
acampanada y corta pollera de bayeta”, [2] los medios de transporte: “Allá van
cabalgadas en acémilas y asnos, llevando pendientes, tanto por detrás y por
delante, como por uno y otro costado, útiles de cocina, comestibles, arreos
harapientos de viaje, un niño de pechos a la espalda, un kepi en la cabeza, un
fusil en la maleta, una fornitura en la cintura o una bayoneta en la mano”; sus
insospechados roles haciendo labor de inteligencia, para advertir a su hombre
de su destino: “Han sido las primeras en saber el orden del día(…)”, para
atenderlo en su necesidad: “Pero de lo que sí se curan es de tomar la delantera
a las fuerzas militares, para esperar cada una su soldado respectivo en la
jornada, con el desayuno formado de cuanto han podido plagiar en el camino.
Rateras de oficio”, y el papel de mancebas, amantes dispuestas a todo, prestas
a saciar escondidos deseos en el vivac: “acurrucadas en el suelo, la cabeza
empolvada, forman abigarrados grupos en torno de fogatas (…), el silencio
desaloja al bullicio. La multitud (hombres y mujeres) revuelta, se refugia bajo
las alas del sueño, es un harem al aire libre, un serrallo sin eunucos. Y en
premio de ello, si el rapto fue el principio de su amor, el abandono será el
fin”. Muchas veces era tratada con rigor inadmisible: “Semeja a la negra
esclava bajo el látigo del amo(…)”; aun así, “al primer toque de corneta
continúa el ejército su marcha. La mujer besa la mano de su adorado tormento, y
sigue tras él”. [3]
Osadas
mujeres en el campo de batalla, incomprendidas viudas en La Paz
Tras
un combate, las Rabonas corrían al campo de marte, para clamar piedad ante el
enemigo que busca sobrevivientes para someterlos al “repaso”. Si su hombre
murió en el campo de batalla, mendigan el pago de salarios devengados,
sufriendo la insensibilidad de la administración gubernamental.
Hilaria
Trujillo, potosina, esposa del Sargento 1° David Pardo de la segunda compañía
del Batallón “Sucre” 2° de Línea, acompañó a su marido y lo asistió en el
combate de El Alto de la Alianza, donde aquel perdió la vida. Se refugió en La
Paz, donde llegó venciendo el desierto, e implora (por carta de 8 de julio de
1880), al ilustre Belisario Salinas, Ministro de Guerra, “se le pague los
sueldos devengados de su marido de los meses de marzo, abril y mayo”, empezando
para ella un vía crucis que la llevó a identificar, y luego rogar, a los jefes
del sargento Pardo que atestiguaran. Éstos, dignos militares, declararon por
escrito, ante el, ministro: “Éste combatió en el Alto de la Alianza donde lo vi
muerto y tendido en el suelo, que asimismo la conoce a Hilaria Trujillo quien
lo ha acompañado en toda la campaña y vivían hace muchos años ilícitamente, así
mismo le consta que ésta es pobre y sin recursos de ninguna clase y al mismo
tiempo forastera que asimismo le consta que estuvo impago por sus haberes de
marzo, abril y mayo últimos”. Luego de demostrar ante el Fiscal que tuvo un
hijo ‘ilegítimo’ con el sargento Pardo, el 18 de agosto de ese año, se instruyó
a la Caja Nacional se le abonara los sueldos devengados.
Luciana
Lastra, de Potosí, viuda del cadete César Pimentel, acudió al Ministro de
Guerra el 3 de julio de 1880, con ese mismo motivo, afirmando que: “Después de
cinco años de servicio ininterrumpido a la patria [el cadete César Pimentel] ha
muerto en el combate que hubo lugar el 26 de mayo último el Campo de la
Alianza, dejándome a mí en lejanas tierras y sin amparo alguno”. El Comandante
Ayoroa, en cuyas filas sirvió el cadete, presto suscribe el 9 de julio, que:
“Es justo el reclamo que hace la presentante por ser mujer de César Pimentel
que murió en defensa de la patria”. Ante la situación aflictiva de Luciana
Lastra, declaran a su favor el Sargento 2° Felipe Núñez, afirmando que “la
presentante lo ha acompañado al finado durante toda la campaña y en ella ha
tenido dos hijos menores de edad”, hecho que demuestra la afectada, acudiendo
al cura rector de la Catedral, presbítero Marcelino Ortiz, quien expide los
certificados de bautismo, de Mariano y de Enrique. Ante la falta de respuesta,
Luciana, acude al presidente de la República Narciso Campero, con lo que logra
la atención positiva de su pedido lastimero, sin embargo con una insensibilidad
innombrable, típica de la burocracia estatal en tiempos de paz y de guerra, el
ilustre Ministro Belisario Salinas, el 10 de agosto “ordena que la ocurrente se
haga discernir el cargo de curadora de menores”. La sufrida mujer acude, esta
vez, al Juez Instructor, quien le otorga la calidad de curadora de menores.
Finalmente, el presidente Campero ordena a la Caja Nacional se pague “el valor
que arroja la liquidación”, el 15 de septiembre de 1880.
¿Cuál
era ese ‘valor de liquidación’? ¿Habrá sido una suma significativa? El
siguiente cuadro, muestra las miserables cifras: haber mensual: Bs. 18,40, que
en tres meses suman Bs. 55,20. De esa exigua suma se descuentan los diarios
(adelantos) que solicitó el cadete, suma que ascendía en el trimestre a Bs.
36,80. El saldo es exiguo: Bs. 18,40. De esa suma, La Rabona, debía pagar el
papel de sello, los honorarios del abogado, el juez y el cura.
Historiador,
docente titular (UMSA), jefe de la Biblioteca y Archivo Histórico de la
Asamblea Legislativa Plurinacional, Presidente del Comité Regional de América
Latina y el Caribe del Programa Memoria del Mundo de la UNESCO-MOWLAC.
Imagen: “El repase”, óleo de Ramón Muñiz. Soldado chileno a punto de ultimar a un herido peruano auxiliado por una Rabona.
1 Dalence, Zenón: Informe histórico del
servicio prestado por el Cuerpo de Ambulancias del Ejército Boliviano. La Paz,
1881.
2 Lemoine, Joaquín de: “La Rabona”, en:
Diamantes sudamericanos. [París], Louis-Michaud, [1908], p. 29.
3 Ídem, pp. 32-33.
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Muy Interesante . Muchas gracias por la información histórica .
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