Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Marcelo Medrano Hurtado
La
ceniza
Eran
las 8 y 15 de la mañana del 6 de agosto de 1945 cuando, a 600 metros de
altitud, la bomba explotó en una bola de fuego infernal; en microsegundos, el
aire hirvió a decenas de millones de grados centígrados. Abajo, se incendiaron,
reventaron, se desintegraron, se vaporizaron. Tras la explosión, la onda de
choque a unos treinta mil grados centígrados (cinco veces la temperatura de la
superficie del sol) avanzó a velocidades escalofriantes devorando absolutamente
todo. Vino entonces la segunda esfera de fuego a reforzar la primera, y se
extendió por kilómetros… Luego, en la hirviente atmósfera de devastación, hubo
un perfecto silencio que el viento interrumpió con la lluvia de ceniza humana
de 70 mil personas.
El
poder
Obama
en Hiroshima, hace pocos días, fue directo: “Han pasado 71 años desde aquel
día. Era una mañana luminosa y sin nubes. La muerte cayó del cielo y el mundo
cambió”. Para el poderoso, la muerte sobre la ciudad solo llegó como destino
fatal, sin mano visible que portara ese demencial sol sobre aquellos humanos
copos de ceniza. El secretario de Estado estadounidense, John Kerry, en su
visita a Japón en abril de este año, indicó que Estados Unidos no iba a
disculparse con nadie por el lanzamiento de las bombas atómicas. Efectivamente,
eso ocurrió. La mayor potencia en armamento nuclear no tiene que mendigar
perdones ni comprensión.
Quien
sí pidió perdón al mundo tras el uso de las bombas fue Albert Einstein. En
1939, y alarmado por las investigaciones en fisión nuclear realizadas por la
Alemania nazi, escribió una carta al presidente norteamericano Roosevelt
solicitándole avanzar en esa misma línea de trabajo. En octubre de 1941, dos
meses antes del ataque japonés a Pearl Harbor, en el Pacífico, y que involucró
a los Estados Unidos directamente en la Segunda Guerra Mundial, Roosevelt
recibió la aprobación para la creación de la bomba atómica.
Einstein
se convirtió, luego, en ferviente defensor de la paz y de la necesidad de un
gobierno supranacional que poseyera el conocimiento y el control de todo
armamento atómico. En 1953, en carta al filósofo japonés Seiei Shinohara,
Einstein le mostró su remordimiento: "Condeno totalmente el recurso de la
bomba atómica contra Japón, pero no pude hacer nada para impedirlo";
sentimiento que, plasmado en su melancólica mirada de postguerra, le acompañó
todos esos años hasta el día de su muerte.
La
demencia
El
mundo puede explotar varias veces con el armamento actualmente existente. Tras
la desaparición de la Unión Soviética, la amenaza atómica se diluyó de las
agendas progresistas. Sin embargo, la locura en su uso está latente. En 2009,
durante uno de los genocidios de Israel sobre la Franja de Gaza, el entonces
diputado y luego ministro de relaciones exteriores, el sionista Avigdor
Lieberman, pidió a su gobierno la misma solución al problema palestino que la
usada por los Estados Unidos contra Japón. Israel –que no Irán- posee unos 400
misiles con carga atómica. Sin control. O el reciente deseo del candidato
presidencial republicano Donald Trump al proponer que Japón y Corea del Sur se
armen con arsenal nuclear para enfrentar a Corea del Norte sin ayuda de Estados
Unidos, en declaraciones que después reculó.
La
militancia
Al pie
del obelisco de 169 metros de altura, en honor a Washington, una camioneta alarma
a toda la nación. En su interior habría 500 kilos de explosivos. El
secuestrador del monumento de mármol y granito iba a “hacer (lo) estallar si no
se prohíben las armas nucleares". Tras varias horas en que
infructuosamente exigía, como ‘rescate’, que se inicie un “debate nacional”
sobre el armamento nuclear, era fulminado aquel 8 de diciembre de 1982, en vivo
y en directo, por los francotiradores.
Antes,
Norman Mayer, ‘kamikaze antinuclear’ de 70 años, había permanecido dos meses en
un plantón frente a la Casa Blanca, sin resultados. En el obelisco, la
camioneta estaba vacía.
La
grulla
Y, como
es obvio, Obama tampoco habló de la lluvia negra que cayó sobre los
sobrevivientes. 245 mil personas murieron hasta finales de 1945 y miles más de
hibakushas, como Sadako, llevaron impregnados en su piel el horror de aquellos
6 de agosto, en Hiroshima, y 9 de agosto, en Nagasaki. Para 1954, Sadako Sasaki
acusó ya los primeros síntomas con hinchazón del cuello y el púrpura en sus
piernas. Fue internada. A sus doce años, en una cama de hospital, se aferró a
la vida: con todas sus fuerzas, en desesperada lucha contra la leucemia,
comenzó a doblar inanimados papeles para dar vida a mil grullas de origami que,
según la esperanzadora leyenda japonesa, cumpliría sus deseos imposibles.
Mientras su habitación pequeña se poblaba de decenas y, luego, cientos de
coloridas grullas, cada pliegue en cualquier pedazo de papel se le hizo más
difícil hacerlo… El 25 de octubre de 1955, falleció; pero las grullas en
origami son, ahora, símbolo del deseo de paz.
La
urgencia
La
historia indica que el lanzamiento de las bombas atómicas condicionó la
rendición de Japón ante los Estados Unidos, y no ante la Unión Soviética que,
tras derrotar al fascismo en Europa, se preparaba para el combate en el
Pacífico. Que el frente comunista se amplíe hasta Japón fue frenado con dos esferas
de fuego. Setenta años después, una madrugada atómica es un fantasma que se
cierne sobre el planeta. El armamento nuclear es un problema para la humanidad,
y su solución pasa por un sistema no capitalista. Aquello de “socialismo o
barbarie” conlleva, ahora, la urgente necesidad de la militancia mundial
antinuclear.
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