Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Pablo Solón
Los activistas de izquierda en el Gobierno generalmente hablamos del peligro de la derecha, del imperialismo y de la contrarrevolución, pero casi nunca mencionamos el peligro que representa el poder en sí mismo. Los dirigentes de izquierda creen que estando en el poder podrán transformar la realidad del país y no son conscientes que ese poder los acabará también transformando a ellos mismos.
En los primeros momentos de un proceso de cambio generalmente el nuevo Gobierno promueve -por vía constitucional o insurreccional- la reforma o transformación de las viejas estructuras de poder del Estado. Estos cambios, aunque radicales, nunca serán suficientes para evitar que los nuevos gobernantes sean cooptados por la lógica del poder que está presente tanto en estructuras de poder reaccionarias como en estructuras de poder revolucionarias. La única opción para evitar que un proceso de cambio sucumba está fuera del Estado: en la fortaleza, independencia del Gobierno, autodeterminación y movilización creativa de las organizaciones sociales, de los movimientos y los diferentes actores sociales que dieron nacimiento a esas transformaciones.
En el caso boliviano, que comparativamente a otros procesos de cambio era muy privilegiado por la fuerte presencia de vigorosas organizaciones sociales, uno de nuestros errores más graves fue debilitar a las organizaciones sociales incorporando a las estructuras del Estado a una gran parte de sus dirigentes que terminaron expuestos a las tentaciones y la lógica del poder. Antes que cooptar a toda una generación de dirigentes había que formar verdaderos equipos para gestionar las reparticiones clave del Estado.
Entregar sedes sindicales, motorizados, pegas y beneficios a las organizaciones sociales que promovieron el proceso de cambio incentivó una lógica clientelar y prebendalista. Por el contrario, debíamos haber potenciado la independencia y capacidad de autodeterminación de las organizaciones sociales para que sean un verdadero contra-poder que proponga y controle a quienes habíamos pasado a ser burócratas estatales. El verdadero Gobierno del pueblo no está ni nunca estará en las estructuras del Estado.
Continuamos con una estructura jerárquica estatal del pasado y no impulsamos una estructura más horizontal.
Sin duda el concepto de "El jefe” o "El jefazo” fue un gravísimo error desde un principio. El culto a la personalidad jamás debió ser alimentado.
En un principio, muchas de estas equivocaciones se cometieron presionados por las circunstancias y debido al propio desconocimiento de cómo administrar de manera diferente un aparato del Estado. A nuestra inexperiencia se sumó la conspiración y el sabotaje de la derecha y el imperialismo que obligó a cerrar filas muchas veces de manera acrítica (caso Porvenir, negociación de artículos de la Constitución Política del Estado, etc.). Los aciertos y triunfos contra la derecha, lejos de abrir una nueva etapa para reconducir el proceso e identificar nuestros errores, acentuaron las tendencias más caudillistas y centralistas.
La lógica del poder es muy similar a la lógica del capital. El capital no es una cosa sino un proceso que sólo existe en tanto genera más capital. Capital que no se invierte y no da ganancias es un capital que sale del mercado. El capital para existir debe estar en permanente crecimiento. De igual forma opera la lógica del poder.
Sin darte cuenta, lo más importante en el Gobierno pasa a ser como preservarte en el poder y como adquirir más poder para asegurar tu continuidad en el poder. Los argumentos para esta lógica que antepone la permanencia en el poder y su expansión a toda costa son en extremo convincentes y nobles: "si no se tiene mayoría absoluta en el Congreso la derecha volverá a boicotear al Gobierno”, "a mayor cantidad de gobernaciones y municipios que se controlan mejor se puede ejecutar los planes y proyectos”, "la justicia y otras reparticiones del Estado deben estar al servicio del proceso de cambio”, "acaso quieres que vuelva la derecha”, "qué será del pueblo si perdemos el poder…”.
Si el error primigenio del proceso de cambio fue creernos "el Gobierno del Pueblo”, el momento de inflexión del proceso de cambio comenzó con el segundo mandato de Gobierno. En 2010 se alcanzaron más de dos tercios en el Parlamento y había energía suficiente para realmente avanzar hacia una transformación de fondo en la línea del Vivir Bien. Era el momento de fortalecer más que nunca el contrapoder de las organizaciones sociales y la sociedad civil para limitar el poder de quienes estábamos en el Gobierno, el Parlamento, las gobernaciones y los municipios. Era el momento de concentrar esfuerzos para promover nuevos liderazgos y activistas creativos que nos reemplacen porque las dinámicas del poder nos iban a triturar.
Sin embargo lo que se hizo fue todo lo contrario. Se centralizó aun más el poder en manos de los jefes, se transformó al Parlamento en un apéndice del Ejecutivo, se continuó fomentando el clientelismo de las organizaciones sociales, se llegó al extremo de dividir a algunas organizaciones indígenas y se intentó controlar el poder judicial a través de burdas maniobras que acabaron frustrando el proyecto de contar con una Corte Suprema de Justicia idónea, independiente y electa por primera vez en la historia.
En vez de promover libre pensantes que incentivaran el debate en todos los espacios de la sociedad civil y el Estado, se censuró y persiguió a quienes discrepaban con las posiciones oficiales. Se cayó en una terquedad absurda de querer justificar lo injustificable como Chaparina y de buscar revertir a toda costa la victoria de los indígenas y ciudadanos que habían hecho retroceder el proyecto de la carretera por el TIPNIS. Este contexto, donde la obsecuencia era premiada y la crítica era tratada como la peste, incentivó el control de los medios de comunicación a través de diferentes vías, minó el surgimiento de nuevos dirigentes y fortaleció el engaño de que el proceso de cambio de millones de personas dependía de un par de personas.
La lógica del poder había capturado al proceso de cambio y lo más importante pasó a ser la segunda reelección y ahora la tercera reelección.
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