Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Xavier
Albó
Este
año, al igual que hace 33 años, el aniversario de las muertes martiriales de
Lucho Espinal y del obispo Óscar Arnulfo Romero ha vuelto a ser en vísperas de la
Semana Santa, en la que se acumulan los grandes signos de “este Dios encarnado
en Jesús, que sufre con los que sufren, muere con los que mueren injustamente y
que busca con nosotros y para nosotros la vida” (Pagola), la cena, el lavatorio
de los pies, la traición de uno de los suyos, la inmolación como un cordero
llevado al matadero y —al final— la resurrección en la madrugada del domingo.
Durante
aquella Semana Santa era imposible no quedar hondamente impactados, por las
semejanzas entre el Vía Crucis de Cristo y el de esos dos cristianos tan
coherentes. En el caso de Espinal, lo salieron a buscar también de noche como a
un malhechor y lo llevaron literalmente como oveja al matadero, como en el
canto de Isaías; un golpe con un fierro le marcó como una cruz en el esternón,
le dispararon una ráfaga y, ya muerto, lo dejaron botado en un basural.
Apenas
dos días después pero a miles de kilómetros, en El Salvador, este martirio
quedaba ligado con el asesinato del obispo Óscar Arnulfo Romero, en este caso,
de un balazo en el corazón en el momento que “San Romero de América” (como le
llama Casaldáliga) estaba levantando la hostia durante su misa en la humilde
capilla de unas religiosas.
Yo
viví la muerte de Espinal a la distancia en Caranavi, donde, en medio de un
censo agropecuario de Cipca por las casi 200 comunidades de aquella colonia,
nos llegó por radio la infausta noticia. Ahí coincidimos con Adrián Camacho,
quien hasta poco antes había sido un cercano colaborador de Lucho en el
semanario Aquí. Mientras juntos llorábamos aquella muerte, nos enteramos de la
segunda parte: el asesinato de Romero. A los pocos días y a invitación del
párroco de Caranavi, presidí y prediqué en la misa solemne de Jueves Santo.
Hice la inevitable comparación entre esos dos asesinatos y el de Cristo. Llegó
el momento de dar la paz y allá en primera fila estaba nada menos que el
comandante del cuartel, junto con las demás autoridades locales. Dudé, ¿acaso
puedo darle el abrazo de paz en esas circunstancias? Al final, se lo di, pero
añadiendo en voz bien audible: “Nunca usen sus armas en contra del pueblo”. Y
al tercer día Cristo resucitó de entre los muertos. El sacrificio hasta la
muerte nunca es el final ni la derrota definitiva. Es parte de la entrega y el
amor total.
Años
antes Lucho ya había escrito en una de sus Oraciones a quemarropa, titulada
Cristo glorioso: “¡Qué nos importa la espera! Aceptamos con ilusión la lucha y
la muerte porque tú, nuestro amor, no mueres... Enséñanos a vocear tu optimismo
por todo el mundo, porque tú enjugarás las lágrimas de los ojos de todos, y
para siempre, y la muerte desaparecerá”.
Asimismo,
el obispo Romero, en la homilía de su misa aquel mismo 24 de marzo de 1980,
minutos antes de su martirio, había dicho: “El Reino ya está misteriosamente presente
en nuestra tierra... Esta es la esperanza que nos alienta a los cristianos.
Sabemos que todo esfuerzo por mejorar una sociedad, sobre todo cuando está tan
metida esa injusticia y el pecado, es un esfuerzo que Dios bendice, que Dios
quiere, que Dios exige.”
Creyentes
o no, avivemos, llenos de respeto, el fuego y la memoria de este Jesús y de sus
más coherentes seguidores.
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