Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Alfredo Rada
El
Cuartel de la Montaña,
donde están los restos del comandante Hugo Chávez, se ha convertido en uno de
los lugares más visitados de la ciudad de Caracas. Impresiona su solemnidad y
uno no puede menos que sentirse conmovido al recorrer el memorial construido en
homenaje al hombre que, justamente desde este cuartel ubicado en lo alto de una
de las barriadas caraqueñas más populares, comandó el levantamiento militar
contra el gobierno neoliberal de Carlos Andrés Pérez en febrero de 1992.
Si Chávez
pudiera ser sintetizado en una de las imágenes fotográficas que se exponen en
el museo elijo la de su última concentración de masas, ésa en la que totalmente
empapado por una lluvia torrencial arenga a la multitud que lo escucha con
reverencia. Fue el cierre de campaña de las presidenciales del año pasado, en
vísperas de su último gran triunfo político, cuando nadie imaginaba el
desenlace fatal del pasado 5 de marzo.
Su
cadáver no pudo ser embalsamado y fue lo mejor, porque una manera de devaluar a
los revolucionarios es convertirlos en momias, tal como hicieron los
estalinistas en Moscú con Lenin. Lo que debe trascender de un revolucionario es
su obra, su ejemplo y sus ideas, como perduraron las de Ernesto Ché Guevara,
sin importar que durante tres décadas no se descubra el lugar dónde estaba
enterrado.
Catorce
años de proceso bolivariano han transformado a Venezuela en un país marcado por
el legado de Chávez, tanto en ese “pueblo chavista” que le aseguró en las
calles y en las urnas un rosario de triunfos democráticos, nada menos que en 16
de 17 elecciones en todos esos años, como en sus opositores que no pueden
abstraerse de su mito y prometen en sus discursos la continuidad de sus
políticas sociales.
No será
fácil la transición desde un liderazgo tan fuerte hacia uno nuevo, el emergente
de Nicolás Maduro. Como se ha visto en la jornada electoral de hace una semana,
si bien el respaldo mayoritario ha permitido una victoria de la izquierda por
una diferencia de 300.000 votos sobre el derechista Capriles, la oposición está
logrando capitalizar varios errores en la gestión gubernamental bolivariana en
áreas tan sensibles como la corrupción pública, la inseguridad ciudadana y la
devaluación monetaria. Justamente estos tres aspectos ha priorizado el nuevo
presidente y en torno a ellos se darán las principales confrontaciones en los
siguientes años.
En el
Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV), Maduro representa a las
corrientes más revolucionarias y menos patrimonialistas; por esta razón fue
plenamente acertada la decisión de Hugo Chávez que en su último mensaje al
pueblo venezolano, expresó su voluntad “plena como la luna llena” de entregar
la posta a Maduro para la profundización del proceso bolivariano. Sin embargo,
para lograr tal cometido, el nuevo presidente tendrá que afectar privilegios,
no solamente de la tradicional burguesía venezolana, sino de grupos adinerados
y burocratizados al interior del propio gobierno.
Dentro
del PSUV se debate arduamente sobre la rectificación y el reimpulso del proceso
y en esas discusiones con frecuencia se cita una frase del propio Chávez: “¿Por qué no hacer programas con los
trabajadores? Donde salga la autocrítica, no le tengamos miedo a la crítica ni
a la autocrítica. Eso nos alimenta”. El reimpulso revolucionario sólo podrá
hacerse fortaleciendo la organización de la base social y territorial del
gobierno, aquello que Maduro en su primer mensaje como presidente electo desde
el Palacio de Miraflores denominó el “poder popular y los consejos comunales”.
Las
condiciones políticas son más difíciles ahora que en la época de Chávez pues el
nuevo liderazgo todavía no está consolidado y tiene enfrente a una oposición
envalentonada por su crecimiento en las urnas. Escuchando los discursos de
Henrique Capriles –repetidos hasta el cansancio por los canales de televisión
privados venezolanos que no disimulan su pleno respaldo a la derecha- queda la
impresión de un candidato cuya misión es convertirse en un ariete que desgaste
al gobierno, que canalice el descontento antes que proponer un programa
alternativo de país.
Todo en
Capriles es provocación e iracundia aunque a momentos con barniz demócrata
porque se ve obligado a guardar las formas. De aquí nacen sus contradicciones
flagrantes: el domingo 14 de abril por la noche, luego de conocidos los
resultados electorales, dijo que la diferencia entre el primero (Maduro) y él
había sido “así de chiquitica”, pero acto seguido habló de la necesidad de un
recuento, aunque no presentó la solicitud formal para hacerlo, al día siguiente
acusó de fraude al Consejo Nacional Electoral de Venezuela para terminar
afirmando que él había ganado. Estas incoherencias pueden abrir fisuras
internas en la opositora Mesa de Unidad Democrática (MUD) pues no todas las
corrientes parecen adherir a la estrategia y menos a los métodos fascistas de
Capriles.
Esa
estrategia –simple aplicación de los manuales de conspiración elaborados en
Washington- pretende por todos los medios impedir la consolidación de un
chavismo sin Chávez, busca que el nuevo presidente Maduro inicie su gestión
deslegitimado y por tanto vulnerable a las presiones internas y externas.
Pretende quebrar la cohesión de las fuerzas armadas bolivarianas, de aquí que
los opositores hagan numerosas referencias a la “institucionalidad” castrense.
En Venezuela las acciones de la oposición se orientan a la desestabilización y
la confrontación política para intentar sacar del poder a Maduro en un eventual
referéndum revocatorio dentro de tres años.
Parte de
esa estrategia fueron los planificados ataques del lunes 15 de abril a los Centros
de Diagnóstico Integral (CDIs), en los que atienden médicos cubanos y
venezolanos, los asedios a televisoras y radios estatales y comunitarias, el
incendio de viviendas populares recién construidas y de locales del PSUV así
como el asesinato de ocho personas, casi todas ellas vinculadas al chavismo.
Las
cadenas noticiosas internacionales calificaron como “enfrentamientos” estos
ataques fascistas, para así repartir culpas entre oficialistas y opositores,
quitándole responsabilidad a Capriles, cuyos exaltados discursos originaron los
ataques. Pero de estas cosas prefieren no hablar los analistas que en estos
días escribieron profusamente sobre Venezuela en los periódicos bolivianos. No
fueron los únicos en guardar silencio; también José Miguel Insulza, que preside
una decadente Organización de Estados Americanos (OEA), tardó 48 horas en
condenar las muertes.
Pese a
que será una transición difícil y turbulenta, Nicolás Maduro Moros ha iniciado
su gobierno con varios factores a su favor: el respaldo unánime de la comunidad
latinoamericana, una sólida mayoría en la Asamblea Nacional
Legislativa, la conducción en 20 de las 23 gobernaciones estaduales y el
control soberano de la enorme riqueza petrolera venezolana. Le
irá bien si a todo esto le agrega un gobierno junto al pueblo.
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