Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
La demanda boliviana
que será interpuesta ante La Haya –aplaudida en los cuatro rincones de nuestra
patria– adolece, sin embargo, de un detalle que no es menor. Y en la exposición
de ese detalle es que nos permitimos llamar la atención, no sólo del gobierno,
sino de la “nueva disponibilidad común” que se ha producido en torno a nuestra
indeclinable reivindicación marítima.
Todas las
apuestas del Estado boliviano han apuntado siempre a diluir el asunto en
estrategias jurídicas que no hacían otra cosa que asumir, de principio, la
vigencia y legitimidad de los tratados emanados de un factum inadmisible: el
derecho fundado en la victoria. Aquella asunción significaba admitir la
legitimidad jurídica del factum mismo: la invasión chilena al Litoral. Asumir
como realidad, incluso jurídica, el factum que asume el vencedor como
legitimación de su derecho es lo que nunca cuestionó la diplomacia boliviana;
en consecuencia, aunque demandara la desposesión, afirmaba –muy a pesar suyo,
porque partía de esa aceptación de hecho– el derecho del vencedor.
El Estado
señorial hereda, de ese modo, un fracaso que desnuda el poder aparente que
ostenta: la subordinación a lo extranjero es lo que remata su vocación
entreguista. De aquello se deriva la mezquindad de sus apuestas. Después de arrebatado
el Litoral por invasión, se lo vuelve a perder en lo jurídico, admitiendo un
factum que significaba la renuncia propia al territorio y la exculpación de la
complicidad oligárquica. La continuidad señorialista significaba la exculpación
de su fracaso histórico.
Si alguna
dignidad poseía el Estado vencido no podía jamás admitir que los derechos de su
nación quedaban conculcados por aquella invasión; desde entonces, no hay
demanda boliviana que haya denunciado el “derecho” que reivindica el agresor. Así
fue hasta la postura que asume nuestro presidente en la última reunión de la
CELAC.
Toda
remisión jurídica caía en la trampa de renunciar al derecho propio y
consintiendo el “derecho” que imponía el vencedor como base de toda
negociación; de ese modo el vencido legitimaba su condición impuesta. Por eso
ninguna demanda boliviana podía jamás prosperar, a no ser por renunciar a algo
más, es decir, a ofertarse todavía más sin siquiera resarcir soberanía sobre lo
despojado.
El Estado
chileno generó las condiciones para esa subordinación, lo cual significa que
antes y después de la invasión a nuestro Litoral, la influencia chilena era un
hecho entre las elites bolivianas. Influencia que hace escuela en la elite
política; no otra cosa son las declaraciones de Víctor Paz, en pleno
neoliberalismo, afirmando que el comercio con Chile es “muestra de reciprocidad
entre dos pueblos hermanos” (como si el comercio lo dirigieran los pueblos).
Esa suerte de entreguismo vocacional es lo que usufructuaron otros, en desmedro
siempre nuestro. La xenofilia de las elites fue lo que afirmó el carácter
periférico de la política boliviana.
Si toda
apuesta boliviana fracasa, es porque nunca se generó las condiciones para
remontar la dependencia, de modo que se pueda tener márgenes soberanos de
negociación. No es lo mismo negociar suplicando favores que reclamando deudas
(más aun si se cuenta, no sólo con la verdad, sino con medios de presión). La
posición boliviana siempre fue ratificar las condiciones que impuso el Estado
chileno, de modo que su margen de acción era casi siempre nulo.
De lo que
adolece la demanda actual, es que nace huérfana (replicando la historia
anterior) si no es acompañada por una decidida política de Estado que genere
las condiciones para remontar definitivamente las prerrogativas chilenas. Si
toda tratativa era acompañada por condiciones siempre desfavorables para
nosotros, lo que ahora sensatamente se debiera promover es un contexto
distinto, donde las condiciones impuestas por el Estado chileno, ya no sean el
límite infranqueable de toda negociación. Aquí es donde la geopolítica cobra
relevancia.
Porque de lo
que se trata es de lo que estratégicamente proponemos ahora, mientras se dirime
nuestra demanda. Aprovechar el contexto global es para nosotros fundamental,
puesto que no sólo transitamos planetariamente a un mundo multipolar sino que
este tránsito está reordenando la disposición geopolítica que habían impuesto
los imperios modernos, Inglaterra y USA, desde el siglo XIX. La decadente
hegemonía unipolar norteamericana ha sido definitivamente dislocada desde el
2008, cuando la Federación Rusa frena los intentos de anexión de Osetia del Sur
por parte de Georgia (estimulada por USA y la OTAN); de ese modo, la
superpotencia energética controla los corredores geoestratégicos para que la
dependencia energética de Europa (Gazprom con el gas y Rosneft con el petróleo)
asegure el reposicionamiento geopolítico de Rusia, desplazando la influencia
gringa fuera de los contornos del Mar Caspio.
Los
reordenamientos geopolíticos actuales se producen no sólo por la decadente
hegemonía gringa, sino también por la necesidad creciente de recursos
energéticos, por parte de las potencias emergentes y decadentes. El 2008 marca
la desesperación imperial por recuperar espacios vitales que, desde los
fracasos de Irak y Afganistán, se vienen sucediendo en todo el planeta. De ese
modo se puede entender la guerra en Siria como una guerra geopolítica que
desata Occidente contra el Bloque de Shangai (China y Rusia sobre todo). El
triunfo ruso en Osetia del Sur posiciona a Gazprom y reduce a nada el proyecto
gringo-europeo Nabucco. El monopolio de la distribución del gas a Europa dejaba
de ser propiedad de las transnacionales anglosajonas; como también podría dejar
de ser el corredor energético entre Irán, Irak, Siria y Líbano, si es que USA y
la OTAN ganaran la guerra en Siria (aun cuando USA pretenda acercar a Rusia y,
de ese modo, alejarla de China, es discutible un acuerdo gringo-ruso favorable
a Occidente; pues la repartija que se prodigaron Francia e Inglaterra en 1916,
queda en nada con los presuntos acuerdos que persigue Washington, pues no hacen
otra cosa que poner fin a la influencia franco-británica en esa región. Las
mismas fronteras nacionales de la región –impuestas por Occidente– quedan en
entredicho, pues en una nueva delimitación de áreas de influencia, lo que se
vislumbra es la balcanización de Irak, la creación del Kurdistán, que afecta
también a Turquía y la posible división en Arabia Saudita; lo cual condice con
pronósticos aciagos: donde no haya integración y complementariedad económica,
lo que se ve es desestabilización y balcanizaciones).
Lo mismo
sucede en la península coreana. El tono beligerante de la ocupación gringa de
más de medio siglo en la parte sur, se ha acentuado por las provocaciones
últimas de sobrevolar bombarderos B-2 Stealth con capacidad nuclear desde marzo
de este año, además del envío de aviones de combate F-22 Raptor a Corea del
Sur. La negativa norteamericana a cualquier tratado de paz, es acompañada ahora
por la insistencia gringa de desestabilizar la península (que es frontera
natural con China y Rusia). La política de Washington es contener a China, por
eso instala en el Pacífico su nuevo centro de operaciones militares (se dice
que para el 2020, el 60% de la armada gringa estará en el Pacifico; un muy buen
contingente ya se encuentra en la isla de Guam, donde para alojar a los marines
se comete un nuevo genocidio contra la etnia chamoru: lo que llaman desalojo
político ha reducido ya a la población nativa al 37%); porque de lo que se
trata es de reimponer su supremacía geopolítica.
Desestabilizar
la península coreana significaría cercar a China (cuyo poder disuasivo preocupa
a USA: el 2011 se filtró un informe del Pentágono donde se establece que China
habría cerrado brechas tecnológicas fundamentales, sobre todo en materia
militar, donde se menciona la nueva tecnología de portaviones y el desarrollo
del avión de combate J20 que, a juicio del think tank Jamestown Foundation,
podría dejar obsoleto todo el sistema de defensa aérea instalado en la región),
consolidando la estrategia del “collar de perlas”, que consiste en controlar
las rutas de abastecimiento petrolero de China, además de minar las
estratégicas rutas marítimas del Mar del Sur para frenar tanto los intereses
energéticos chinos y sus objetivos de seguridad (en caso de conflicto, cortar
las rutas petroleras es asunto geopolítico).
En ese
contexto aparece el Acuerdo del Pacífico que suscriben países como México, Perú
y Chile, en Sudamérica, bajo la égida gringa. El asunto, en definitiva, es la
creciente relación comercial que China tiene con Sudamérica. No es poca cosa.
Tanto China como Brasil forman parte de los BRICS y al ritmo que las
inversiones chinas crecen en este continente, la influencia norteamericana se
va reduciendo en forma inversamente proporcional. Desde el 2009, el continente
africano se constituye en el primer socio comercial de China (200.000 millones
de $US en el 2012); si en Europa y USA hay crisis de deuda, el potencial
económico chino se desvía a las potencias emergentes y sus respectivas
regiones. Frente a ello, USA propone un acuerdo entre Europa (o lo que quedaría
de ella) y Norteamérica; un bloque de comercio transatlántico tendría como fin
exclusivo contrarrestar la creciente hegemonía china para, de ese modo, reponer
las coordenadas geopolíticas del decadente mundo unipolar. Con el nuevo Acuerdo
del Pacifico se persigue lo mismo, reduciendo la influencia china mediante la
cooptación de la costa pacífica de, sobre todo, Sudamérica.
El problema,
además, de ese tipo de acuerdos y tratados es que son digitados por las
transnacionales, las cuales buscan todavía márgenes extraordinarios de
rentabilidad en medio de la crisis que ellas mismas originaron (que no es sólo
el estancamiento económico sino los desastres medioambientales). En ese
sentido, la reposición de las coordenadas geopolíticas anglosajonas responde al
nuevo ciclo de acumulación financiera que está acabando con la vida en el
planeta. Ya no se trata tanto del imperio agonizante sino de las burocracias
privadas financieras que reducen a los Estados a simples brazos operativos de
sus intereses privados. Esto significaría que el imperialismo ya no es la fase
superior del capitalismo sino que aquel habría sido rebasado, desde el fin de
la guerra fría, por el monopolio privado financiero que lo controlan dinastías
concentradas en el primer mundo.
Por eso el
nuevo sujeto de la ley ya no son ni siquiera los Estados sino estas burocracias
privadas, que son quienes se han adueñado del ámbito de las leyes y, de ese
modo, prescriben los lineamientos de los acuerdos comerciales globales. USA,
UK, Israel y la OTAN son sus brazos operativos, que ya no actúan por cuenta
propia sino bajo la tutela de este nuevo poder detrás del trono.
En ese
sentido, si antes entregábamos todo a USA, ahora esa entrega va, por mediación
gringa, a los ámbitos financieros que son, en definitiva, los actuales dueños
del mundo. Por eso estos acuerdos tratan de reponer al dólar como moneda de
referencia entre Sudamérica y Asia, para contener al yuan chino y toda otra
moneda, como sería el sucre. O sea, lo que hacen estos acuerdos comerciales es
declarar una guerra de divisas. El acuerdo forma parte de la estrategia del
“collar de perlas”, encubriendo como acuerdo comercial un cordón militar que
busca restaurar las coordenadas geopolíticas unipolares del planeta (lo mismo
se hizo con Japón –entre 1921 y 1938– antes de declararle la guerra y detonar
las primeras bombas atómicas en el planeta).
Este complejo
contexto involucra a todos, porque las inevitables repercusiones en un mismo
mundo compartido e interconectado, muestran la necesidad de hacer adecuadas
lecturas globales como base de decisiones estatales con implicancia regional.
Porque las potencias, en cada nueva disposición geopolítica, apuestan a
asegurarse recursos, corredores y áreas de influencia; en tales circunstancias,
los demás países, que cuentan sobre todo con posición estratégica, se
encuentran en la disyuntiva de ingresar a esa disposición de modo subordinado o
no. Y es aquí donde la lectura geopolítica del espacio geográfico cobra
relevancia, porque se convierte en una apuesta, en definitiva, de vida o
muerte.
La ocupación
del Litoral tuvo su componente geopolítico, pues de ese modo, se nos anulaba
geopolíticamente y se nos volvía doblemente tributarios, primero del mercado
mundial y segundo del uso obligado de los puertos ahora chilenos. Chile ocupa
no sólo la parte boliviana sino el sur del Perú, porque siempre, desde la
colonia, Potosí Oruro y La Paz se conectaban con Arica, de modo que no sólo
perdíamos la posibilidad de los puertos de Atacama sino los más cercanos al
circuito comercial del occidente del país. Nuestro enclaustramiento era
fundamental para Chile, pues de ese modo garantizaba el desarrollo de, sobre
todo, el norte chileno, a costa nuestra. Después, gracias a la cooptación de
nuestras elites, garantizaba su comercio en detrimento del nuestro. Las
relaciones comerciales atentaban contra la economía nacional, pero las elites
apostaban en contra de su propio país porque su adicción a la dependencia no
les permitía imaginar siquiera optar por otro tipo de alternativas que no
fueran las mismas de siempre: subordinarse a las prerrogativas chilenas, es
decir, hacer del encierro una suerte de fatalidad consentida.
¿Por qué
nunca se propició una integración estratégica con el sur peruano? No se trata
sólo de falta de voluntad política sino de hasta idiosincrasia cultural, que
hace del entreguismo oligárquico programa de vida de una sociedad hecha a
imagen y semejanza de sus elites. Desde Aniceto Arce lo que hace escuela en la
sociedad citadina es una suerte de xenofilia donde ser prochileno o
proargentino o probrasilero es mejor que ser boliviano solamente. Esa apuesta,
mantenida aun hasta el día de hoy, era la apuesta por el suicidio nacional.
Argumentar contra sí mismo se traducía en el desprecio a lo propio que era, sin
embargo, lo único que se tenía. El óptimo social de las demás naciones era
hasta alimentado por la auto negación de otras, como la nuestra, en una suerte
de dialéctica de transferencia de valorización exclusiva hacia afuera. En esas
condiciones, ni el mercado interno y menos la economía nacional podían
desarrollarse.
La
integración regional ahora cobra matices estratégicos, pues en esta suerte de
reacomodo global, lo que se perfila, en el mejor de los casos, es la
regionalización de bloques económicos, cuya preponderancia radica en la
presencia de recursos energéticos, materias primas y corredores geoestratégicos.
La tónica de este tiempo es ya no ofertar, ni los recursos ni las materias
primas como simples mercancías, sino usarlos de modo estratégico. El modo de la
integración es asegurar soberanía.
Pero la
cuestión radica siempre en los móviles que digitan la integración. En nuestro
caso, la integración debe ser una carta geopolítica para revertir nuestro
enclaustramiento; de ese modo, apostar por una integración económica-comercial
con el sur peruano se convierte en la apuesta más adecuada para ya no depender
de las condiciones impuestas por el Estado chileno. Por eso no se trata sólo
del uso de puertos como el de Ilo sino de toda una integración geopolítica y
geoeconómica para desplazar la preeminencia chilena y potenciar conjuntamente
una economía regional de dos zonas postergadas por la expansión chilena.
Entonces,
nuestra situación geoestratégica, acentuada por el corredor bioceánico, nos
permite la generación de condiciones distintas a las siempre impuestas por
Chile. Si el tratado del Pacífico tiene como fin aislar a China, nuestra
apuesta pasa por promover una conexión entre Brasil y China, ya no sólo
comercial sino estratégica. El interés de ambos por conectarse se traduce para
nosotros en interés por remediar una situación centenaria de enclaustramiento;
es decir, se trata ya no de ofertarse por nada sino del uso geopolítico de
nuestra situación estratégica. La economía global se va moviendo hacia el
Pacífico y la potencia emergente que es Brasil no puede demorar su inclusión.
La situación
estratégica nuestra ya no puede ser un medio para conseguir sólo más ingresos
sino que debiera servir para consolidar una estrategia definitiva de soberanía
e independencia nacional; no se trata sólo de abrir nuestro territorio sino de
hacer de esta apertura condición de afirmación soberana. No sólo decidimos por
dónde sino el cómo sale la bioceánica. Y en el cómo, decidimos también márgenes
de opción para aminorar costos medioambientales (la conexión no puede priorizar
sólo las carreteras sino las líneas férreas, para promover una integración
nacional en vistas a reducir la dependencia de combustible fósil y promover un
transporte menos contaminante; no olvidemos que la destrucción de nuestros
ferrocarriles, por parte de empresas chilenas, fue algo sumamente premeditado).
La apuesta
por Ilo no es inmediata, pero requiere de la decisiva voluntad de reorientar
nuestro comercio por ese lado. China está excluida por USA del Tratado del
Pacífico, por eso tampoco le entusiasma la privatización de los puertos
chilenos (hasta se sabe de la intención china de financiar la construcción de
megapuertos en el lado peruano). Nuestra apuesta pasa por convencer al Perú en
una integración geopolítica y acercar al Brasil y a China a actuar como
garantes de una integración que les conviene. Se trata de que esa conveniencia
se traduzca en conveniencia nuestra.
Con Perú nos
une la historia y ese es el margen que afirma más aun la integración que
planteamos; que es expansiva hasta el norte argentino, pues hasta allí llegaba
la expansión incaica. Si lo que abre paso a la expansión económica es la
expansión cultural, nuestra cultura es el mejor foco de irradiación como carta
de garantía para afirmar una integración económica entre estas tres regiones, pues
también el norte argentino es postergado por la excesiva centralización
económica en torno a Buenos Aires.
La
integración económica ya no puede subordinarse a intereses privados, peor si
son ajenos a la región. Por eso los países chicos tienen ahora la necesidad de
ser partícipes en la redacción de los acuerdos comerciales, pues de lo
contrario, las potencias o las transnacionales, acostumbradas a suscribirlos en
beneficio exclusivamente propio, dejan a los países a merced de los desastres
financieros y medioambientales. Las consecuencias son desastrosas para
economías pequeñas. En ese sentido, es necesario un nuevo enfoque para el
Mercosur (porque nace bajo los principios del libre mercado). El contexto
entonces es adecuado para que nuestro país, si aprovecha además su condición
estratégica, asegure una muy atractiva posición geopolítica que le permita
marcar la tónica en procesos genuinos de integración.
Aprovechar
los cambios a nivel global y traducirlos regionalmente, pasa por la
consolidación de una política de Estado pertinente a un proyecto genuinamente
nacional. El presidente Chávez ya posicionó geopolíticamente a Sudamérica, si
no hay otro líder que insista en aquello, la dispersión de intereses marcará el
despeñadero de lo que pudo ser la consolidación de la Patria Grande, como
proyecto pan-nacional de vida común. A nosotros ahora nos toca tomar la
iniciativa, porque nuestra consolidación como centro neurálgico nos pone en la
situación nada despreciable de ser centro también de iniciativas integradoras.
Parece que no sólo la geografía nos puso en el centro sino también la historia.
Esta nueva
“disponibilidad común” del pueblo boliviano que ha encontrado en la
reivindicación marítima el eje de su re-articulación, pone en movimiento, de
nuevo, la “potencia constituyente” del sujeto del cambio. A éste nos dirigimos
para alertar de no cometer el error de siempre. Mientras nuestra demanda se
dirime necesitamos generar esa “disposición nacional” para acompañar un proceso
en el cual sea posible inclinar las condiciones a favor nuestro. Se trata de
hacer de esa “disponibilidad” el nuevo “óptimo nacional” que encarne la
definitiva independencia.
Aparece la
“disponibilidad” cuando el universo de creencias del propio pueblo está
dispuesto a su transformación. Esto es la legitimación de modo
horizontal-democrático; lo cual pudimos notar en la reunión entre nuestro
presidente y el nuevo embajador ante La Haya y las organizaciones populares. Un
gobierno popular va por esa vía y encarna lo que es principio de la nueva
política: mandar obedeciendo. Allí ya se expresó la opción más sensata, desde
la promoción de vías alternativas al pacífico, por el lado peruano, hasta el
desplazamiento de productos chilenos del mercado boliviano, lo cual también se
indicó, requiere también de decisión gubernamental. Todas las intervenciones
giraban en torno a un propósito: promover la soberanía económica. Ese es el
detalle que nos falta consolidar.
Mientras
demandamos ante instancias multilaterales, no podemos no hacer nada en lo inmediato,
porque en lo inmediato es donde la “disponibilidad común” se hace partícipe y,
en los hechos que produce, se hace actora de una política que encarna y, por
eso, se hace ideología nacional, es decir, doctrina estatal y política de
Estado. Esto logra la legitimidad de modo horizontal-democrático y se traduce
en el espíritu que moviliza a todo un pueblo como sujeto de su propio destino
(porque lo que decide no le impone nadie sino él mismo).
La demanda
ante La Haya adolece de aquella misma insistencia de apostar todo en una
excesiva confianza en instancias jurídicas. Pero lo contrario no es la guerra.
Nuestra posición va por acompañar aquello y no a esperar, sin hacer nada, la
resolución que, aunque fuese a favor, no significa la obligatoriedad de su
cumplimiento, puesto que Chile podría argüir su carácter no vinculatorio. La
ganancia sería moral pero, de todos modos, la situación no cambiaría en lo
sustantivo. Entonces, lo más plausible es aprovechar el contexto y generar las
condiciones para inclinar las cosas a nuestro favor. Sólo si el Estado chileno
siente la amenaza de la reversión de su situación favorable, consideraría
necesario establecer un nuevo tipo de acuerdos, donde no les quedaría otra que
ceder en su intransigencia; serían ellos quienes tocarían nuestras puertas. En
esas condiciones tendríamos mayor margen de acción y posibilidades que nos
serían más atractivas.
Y esto pasa
por definir un auténtico proyecto nacional; desde donde se comprende que hasta
los modelos económicos, no pasan de ser mediaciones de un proyecto mayor, que
es siempre proyecto de vida de un pueblo determinado. Esto es lo que la
izquierda latinoamericana nunca se puso a considerar. Asumieron que el
socialismo era un fin en sí mismo, de ese modo, hasta la singularidad propia
era subordinada a este universal sin contenido local. Por eso dijeron los
indígenas del Abya Yala el 2005 en La Paz: la izquierda latinoamericana no tuvo
nunca identidad.
Ahora de lo
que se trata es de remediar ese desarraigo y potenciar el contenido liberador
más propio de esta parte del mundo. En nuestro caso, esto pasa por superar la
paradoja señorial que hace fracasar nuestras revoluciones, reponiendo la ciega
afirmación del desarrollo moderno y la consecuente negación racista del
horizonte de vida de nuestros pueblos. La soberanía económica ya no pasa por
afirmar el desarrollo sino por restaurar el sentido mismo de la economía. No se
trata de producir para ganar sino para vivir. Y un verdadero vivir no apunta a
un crecimiento infinito de acumulación inagotable (que no hace sino destruir al
ser humano y la naturaleza) sino que apunta a restaurar el equilibrio perdido
entre ser humano y naturaleza. El circuito recíproco que establecen ambos es lo
que garantiza la vida nuestra. El capitalismo (como economía moderna) destruye
aquello y produce la pauperización inevitable, a largo plazo, de los
componentes de este circuito. Una nueva economía tiene necesariamente que
resignificar el sentido mismo de la producción. Por eso se trata de una nueva
apuesta de vida y eso presupone contar con el “óptimo de disponibilidad
posible”. De aquí en adelante, no podemos integrarnos o producir desde las
premisas anteriores y caducas; de lo que se trata es de proponernos
existencialmente un nuevo horizonte. Lo propio que tenemos es lo nuevo y no lo
que viene del primer mundo. Desde ese horizonte tiene sentido la lectura que
hacemos del presente epocal. Por eso la geopolítica puede ser ahora de los
pueblos, como la irrupción de las víctimas hasta en el mismo lenguaje del sistema-mundo.
rafaelcorso@yahoo.com
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