Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Alfredo
Zaiat
Un grupo
importante de economistas cree que integra el olimpo de la sabiduría y que sus
errores son insignificantes en comparación con sus valiosos aportes,
respaldados por decenas de ecuaciones matemáticas y soporte estadístico. El
lugar de Atenea de la modernidad lo arrebataron a fuerza de imponer un supuesto
saber neutral respaldado por resultados numéricos de bases econométricas.
Privilegio concedido por políticos subordinados a tecnocracias, con una
sociedad sometida diariamente a padecer la economía del miedo. Por eso tienen
el privilegio que otras profesiones carecen. No son castigados por sus errores
con efectos negativos en el comportamiento de la economía y, por lo tanto, en
el bienestar de la población. Los médicos que se equivocan en el diagnóstico en
forma reiterada con el consiguiente desacierto en el tratamiento reciben el
rechazo de colegas y pacientes. Pocos yerros se perdonan en la ciencia médica
como en cualquier otra disciplina científica. La mala praxis provoca el
ostracismo de su expositor. No sucede lo mismo con una secta mayoritaria de
economistas que, abrumando con bases estadísticas, procesan probabilidades
mediante métodos matemáticos para postular buenas o malas políticas económicas.
Así se erigen en portadores de una verdad técnica absoluta para ser aplicada
por los gobiernos sin margen para cuestionarla. Quienes se atreven a hacerlo
son criticados por querer negar la ley de la gravedad, confundiendo una ciencia
exacta con la economía política. Los sucesivos fiascos serían un llamado de
atención pero la humildad no es una de sus cualidades, además de contar con un
impresionante dispositivo de protección integrado por empresas, bancos,
universidades y medios de comunicación. Por eso persisten con soberbia en el
error con consecuencias muy dañinas para los sectores vulnerables. El fraude
más reciente fue una investigación de un par de reconocidos economistas cuyo
resultado fue tomado como eje rector de la política económica para países
europeos. El caso sería sólo impactante en el mundillo académico si no fuera
que se constituyó en una de las principales ideas de la base argumental para
aplicar la devastadora estrategia de austeridad.
El ex
economista jefe del Fondo Monetario Internacional y actual profesor de la Universidad de
Harvard, Kenneth Rogoff, y Carmen Reinhart, también profesora de Harvard y ex
integrante del departamento de investigación del FMI, presentaron el trabajo
Growth in a Time of Debt (“El crecimiento en épocas de endeudamiento”) en la Asociación Económica
Estadounidense. La conclusión de esa investigación que analiza la evolución
histórica de la economía de veinte países fue que el crecimiento disminuye en
forma abrupta cuando la deuda pública representa más del 90 por ciento del
Producto Interno Bruto. El resultado de la investigación se convirtió
rápidamente en guía dominante de las medidas de ajuste fiscal. El debate
político en Europa y Estados Unidos sobre la magnitud de los recortes del gasto
público, concentrado en el área social y el empleo, y de los derechos laborales
tuvo a esa investigación como principal justificativo. Quienes criticaban el
ajuste eran enfrentados a la contundencia del saber técnico de Rogoff y
Reinhart, con reputación en el universo de economistas por sus credenciales en
el FMI y por haber escrito un reconocido libro sobre la historia de las crisis
financieras. El último trabajo de Rogoff y Reinhart se difundió a comienzos de
2010 en el momento en que se discutía la situación crítica de Grecia, su
impacto en el resto de la zona del euro y la persistencia del estancamiento de
la economía estadounidense por la obsesión de la austeridad. Una posición en
minoría planteaba que era mejor aumentar la deuda para estimular el crecimiento
y así salir de la recesión. La otra, con amplio apoyo de las corrientes
conservadoras, proponía bajar el gasto y aumentar los impuestos para frenar el
incremento de la deuda. La conclusión de la investigación era que el
endeudamiento elevado derrumba el crecimiento actuando así de disuasivo a las
propuestas expansivas. Era la prueba incuestionable surgida del ámbito
científico para mostrar que la austeridad era el mejor camino.
Un pequeño
detalle la desmoronó. Los resultados de la investigación estaban mal. Eran un
fiasco. La evidencia empírica que mostraba era a partir de datos incorrectos.
La historia es increíble por la liviandad que se maneja ese mundo revestido de
seriedad académica con gran influencia en la vida cotidiana de la población.
El estudiante
Thomas Herndon, de la
Universidad de Massachusetts Amherst, eligió la investigación
de Rogoff y Reinhart para cumplir con la tarea encomendada por su profesor de
elegir una publicación académica y tratar de replicar sus conclusiones con una
base de datos de acceso público. Durante todo el semestre trató de cumplir con esa
misión, sin éxito. Como era un estudiante, y Rogoff y Reinhart dos economistas
de prestigio de Harvard, lo más probable era que él estuviera equivocado. Su
profesor, Michael Ash, pensaba lo mismo. Le insistía con que encontrara su
error. Pero no había caso. Herndon ponía todo su esfuerzo en revisar el
material para alcanzar el objetivo y no lo lograba. Tanta persistencia provocó
la curiosidad del profesor Ash, quien convocó a uno de sus colegas, Robert
Pollin, y comenzaron a involucrarse en el tema. Le propusieron a su alumno que
continuara con la tarea. Herndon le escribió a Rogoff y Reinhart, y luego de
una serie de intercambios, recibió la hoja de cálculo (el Excel) con la base de
datos que utilizaron los profesores de Harvard para arribar a la conclusión de
la investigación.
El Excel
estaba mal elaborado. Había por lo menos tres graves errores detectados por los
dos profesores con su alumno.
1. Rogoff y Reinhart
habían incluido sólo 15 de los 20 países bajo análisis en su cálculo clave
sobre el crecimiento promedio del PIB en los países con deuda pública alta. Por
“error” no estaban considerados Australia, Austria, Bélgica, Canadá y
Dinamarca. Exclusión que alteró el resultado final, aumentando así el impacto
de la magnitud de la deuda pública en el crecimiento. Con todos los datos
incorporados al Excel, en lugar de caer, la tasa de crecimiento se mantiene
positiva. O sea, el saldo era el opuesto a la conclusión presentada por Rogoff
y Reinhart.
2. Para otros países,
algunas cifras ni siquiera habían sido incluidas. Rogoff y Reinhart explicaron
ante el cuestionamiento que estaban reuniendo las cifras paso a paso, y que
cuando presentaron el ensayo en la conferencia no había cifras disponibles de
buena calidad sobre Canadá, Australia y Nueva Zelanda tras la Segunda Guerra
Mundial. Sin embargo, excluyeron períodos de crecimientos de Nueva Zelanda con
un ratio deuda/PBI superior al 90 por ciento.
3. También realizaron
promedios sesgados. Por ejemplo, un año malo para un país pequeño como Nueva
Zelanda tuvo el mismo peso que los casi 20 años de Reino Unido con una deuda
pública elevada.
Es
interesante la respuesta de defensa de Rogoff y Reinhart cuando se difundió
Does High Public Debt Consistently Stifle Economic Growth? (“¿La elevada deuda
pública ahoga el crecimiento económico?”) de Herndon, Ash & Pollin que
refuta la investigación: “Es aleccionador que se nos haya escapado semejante
error en uno de nuestros ensayos a pesar de nuestros mejores esfuerzos para ser
cuidadosos consistentemente. Redoblaremos nuestros esfuerzos para evitar
errores semejantes en el futuro. No creemos, no obstante, que este error
desafortunado afecte de ninguna manera significativa el mensaje central del
ensayo ni de nuestro trabajo subsiguiente”.
La polémica
siguió creciendo hasta llegar al Premio Nobel Paul Krugman, que al
cuestionarlos en un artículo en The New York Times planteó el deseo que ese
tipo de economistas se baje del pedestal. Anteayer, en el mismo diario, Rogoff
y Reinhart hicieron el descargo en un extenso artículo minimizando sus errores
y culpando a “los políticos” por el uso que hicieron de la conclusión de la
investigación.
Economistas
como dioses de la sabiduría, Atenea de la modernidad en la máxima expresión de
soberbia avalada por intereses políticos, económicos y financieros de minorías
privilegiadas. Se equivocaron, ocultaron datos para forzar postulados que
sirvieron como soporte de las políticas de austeridad, son descubiertos por un
alumno y un par de profesores que mostraron en detalle el fiasco de la investigación,
y la respuesta de Rogoff y Reinhart fue que pese a todo ellos siguen teniendo
razón.
La mala
praxis de este tipo de economistas no es aislada. Registra otros casos
similares, entre los más conocidos se encuentra el fallido de la curva de
Laffer para justificar la baja de impuestos a los ricos durante la
administración Reagan en la década del ’80. O cuando el año pasado los
economistas Blanchard y Leigh, del FMI, tuvieron que admitir que los ajustes
fiscales propuestos en las economías europeas tuvieron un impacto negativo más
fuerte que el previsto.
Todos ellos
poseen una ventaja sobre el resto de las profesiones. La mala praxis de
economistas tiene impunidad. La impunidad del poder.
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