Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Julieta Paredes
Las revoluciones nos cuestan mucho trabajo a los pueblos, muchas
vidas, mucha energía; y claramente no sólo es la energía del propio pueblo la
que decide abrir los espacios de construcción. En esta tarea participa también
la fuerza de los otros pueblos que apoyan y dan su buena onda, desde la
esperanza y el entusiasmo. Sentimientos posibles porque los cambios y
transformaciones se las hace siempre en relación con otros pueblos, sabiendo
que no existe la isla de la fantasía y que una revolución cuesta mucho que se
sostenga sola. Cuba es un valioso ejemplo de lo mencionado.
Los procesos históricos que vivió y vive
el continente sin duda nos producen y nos produjeron sentimientos que convocan
a las tejedoras de la vida, en sus fibras más íntimas y finas. Escuché las
diferentes historias que nos cuentan las revolucionarias de los 60 y 70; cuando
vibró el continente y nos emocionamos profundamente con la revolución cubana.
Lo propio en Chile con Allende; y aunque cuesta un poco traerlo a la memoria,
podemos ayudarnos con las canciones de Víctor Jara: “Te recuerdo Amanda la
calle mojada...”, o de Pablo Milanés: “Yo pisaré las calles nuevamente, de lo
que fue Santiago ensangrentada...”.
No obstante, sin lugar a dudas, la
revolución Sandinista y el triunfo de Farabundo Martí fueron las revoluciones
de mi generación. Ahí encuentro las lecciones de lo que es sostener una
revolución cotidianamente, la vibra de que las utopías son posibles y que no se
necesitaba ser adulto para ser un protagonista de la historia. Quienes llevaron
adelante esas revoluciones eran chicas y chicos de mi edad. Sin embargo, duelen
en el cuerpo los desastres de la corrupción, de la violencia sexual y de la
pedofilia encubiertas del actual representante del Sandinismo, Daniel Ortega,
una vergüenza.
En esta última etapa, el zapatismo y
Venezuela fueron una incógnita para mí. Pero el pueblo venezolano se encargó de
aclarar mi escepticismo hacia los militares. Quiero, no obstante, decir que la
insurrección de octubre de 2003 y el proceso de cambio en nuestra amada Bolivia
son los que más me han estremecido; y que este proceso es nuestro y no
descansaré en aportar para que siga adelante.
Salir del país nos permite (me permite)
tomar el pulso de lo que estamos construyendo, en medio de los sobresaltos de
las policías de migración que siempre te hacen sentir que estás en alguna culpa
por ser boliviana. Contactar con la gente que es solidaria con las luchas, es
un buen ejercicio de reflexión y análisis. Les haría bien a quienes apoyan las
revoluciones hacer una en sus propios pueblos, y no sólo consumir las nuestras.
No puede ser que las revoluciones también sean desechables. Si la humanidad no
aprende de estos intentos revolucionarios, entonces nos encontraremos desnudas,
sin las experiencias suficientes como humanidad y siempre estaremos empezando
de nuevo. Algo así como wawas frente a un viejo mañudo, cruel y cínico, que
tiene bien catalogados y archivados sus aprendizajes en centrales de
inteligencia agenciadas.
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