Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Queridos Hermanos:
Quisiera, ante todo,
felicitarlos por el esfuerzo de reproducir a nivel nacional el trabajo que
vienen desarrollando en los Encuentros Mundiales de Movimientos Populares.
Quiero, a través de esta carta, animar y fortalecer a cada uno de ustedes, a
sus organizaciones y a todos los que luchan por las tres T: “tierra, techo y
trabajo”. Los felicito por todo lo que hacen.
Quisiera agradecer a la
Campaña Católica para el Desarrollo Humano, a su presidente Mons. David Talley
y a los Obispo anfitriones Stephen Blaire, Armando Ochoa y Jaime Soto, por el
decidido apoyo que han prestado a este encuentro. Gracias Cardenal Turkson por seguir
acompañando a los movimientos populares desde el nuevo Dicasterio para el
Servicio del Desarrollo Humano Integral. ¡Me alegra tanto verlos trabajar
juntos por la justicia social! Cómo quisiera que en todas las diócesis se
contagie esta energía constructiva, que tiende puentes entre los Pueblos y las
personas, puentes capaces de atravesar los muros de la exclusión, la
indiferencia, el racismo y la intolerancia.
También quisiera destacar
el trabajo de la Red Nacional PICO y las organizaciones promotoras de este
encuentro. Supe que PICO significa “personas mejorando sus comunidades a través
de la organización”. Qué buena síntesis de la misión de los movimientos
populares: trabajar en lo cercano, junto al prójimo, organizados entre ustedes,
para sacar adelante nuestras comunidades.
Hace pocos meses, en Roma,
hemos hablado de los muros y del miedo; de los puentes y el amor. No quiero
repetirme: estos temas desafían nuestros valores más profundos.
Sabemos que ninguno de
estos males comenzó ayer. Hace tiempo enfrentamos la crisis del paradigma
imperante, un sistema que causa enormes sufrimientos a la familia humana,
atacando al mismo tiempo la dignidad de las personas y nuestra Casa Común para
sostener la tiranía invisible del Dinero que sólo garantiza los privilegios de
unos pocos. “La humanidad vive un giro histórico”1.
A los cristianos y a todas
las personas de buena voluntad nos toca vivir y actuar en este momento. Es “una
responsabilidad grave, ya que algunas realidades del mundo presente, si no son
bien resueltas, pueden desencadenar procesos de deshumanización difíciles de
revertir más adelante”. Son los “signos de los tiempos” que debemos reconocer
para actuar. Hemos perdido tiempo valioso sin prestarles suficiente atención,
sin resolver estas realidades destructoras. Así los procesos de deshumanización
se aceleran. De la participación protagónica de los pueblos y en gran medida de
ustedes, los movimientos populares, depende hacia dónde se dirige ese giro
histórico, cómo se resuelve esta crisis que se agudiza.
No debemos quedar
paralizados por el miedo pero tampoco quedar aprisionados en el conflicto. Hay
que reconocer el peligro pero también la oportunidad que cada crisis supone
para avanzar hacia una síntesis superadora. En el idioma chino, que expresa la
ancestral sabiduría de ese gran pueblo, la palabra crisis se compone de dos
ideogramas: Wei que representa el peligro y Ji que representa la oportunidad.
El peligro es negar al
prójimo y así, sin darnos cuenta, negar su humanidad, nuestra humanidad,
negarnos a nosotros mismos, y negar el más importante de los mandamientos de
Jesús. Esa es la deshumanización. Pero existe una oportunidad: que la luz del
amor al prójimo ilumine la Tierra con su brillo deslumbrante como un relámpago
en la oscuridad, que nos despierte y la verdadera humanidad brote con esa
empecinada y fuerte resistencia de lo auténtico.
Hoy resuena en nuestros
oídos la pregunta que el abogado le hace a Jesús en el Evangelio de Lucas «¿Y
quién es mi prójimo?» ¿Quién es aquel al cual se debe amar como a sí mismo? Tal
vez esperaba una respuesta cómoda para poder seguir con su vida “¿serán mis
parientes? ¿Mis connacionales? ¿Aquellos de mi misma religión?”. Tal vez quería
llevar a Jesús a exceptuarnos de la obligación de amar a los paganos o los
extranjeros considerados impuros en aquel tiempo. Este hombre quiere una regla
clara que le permita clasificar a los demás en “prójimo” y “no prójimo”, en
aquellos que pueden convertirse en prójimos y en aquellos que no pueden hacerse
prójimos2.
Jesús responde con una
parábola que pone en escena a dos figuras de la élite de aquel entonces y a un
tercer personaje, considerado extranjero, pagano e impuro: el samaritano. En el
camino de Jerusalén a Jericó el sacerdote y el levita se encuentran con un
hombre moribundo, que los ladrones han asaltado, robado, apaleado y abandonado.
La Ley del Señor en situaciones símiles preveía la obligación de socorrerlo,
pero ambos pasan de largo sin detenerse. Tenían prisa. Pero el samaritano,
aquel despreciado, aquel sobre quien nadie habría apostado nada, y que de todos
modos también él tenía sus deberes y sus cosas por hacer, cuando vio al hombre
herido, no pasó de largo como los otros dos, que estaban relacionados con el
Templo, sino «lo vio y se conmovió» (v.33). El samaritano se comporta con
verdadera misericordia: venda las heridas de aquel hombre, lo lleva
a un albergue, lo cuida
personalmente, provee a su asistencia.
Todo esto nos enseña que la
compasión, el amor, no es un sentimiento vago, sino significa cuidar al otro
hasta pagar personalmente. Significa comprometerse cumpliendo todos los pasos
necesarios para “acercarse” al otro hasta identificarse con él: «amaras a tu
prójimo como a ti mismo». Este es el mandamiento del Señor3.
Las heridas que provoca el
sistema económico que tiene al centro al dios dinero y que en ocasiones actúa
con la brutalidad de los ladrones de la parábola, han sido criminalmente
desatendidas. En la sociedad globalizada, existe un estilo elegante de mirar
para otro lado que se practica recurrentemente: bajo el ropaje de lo
políticamente correcto o las modas ideológicas, se mira al que sufre sin
tocarlo, se lo televisa en directo, incluso se adopta un discurso en apariencia
tolerante y repleto de eufemismos, pero no se hace nada sistemático para sanar
las heridas sociales ni enfrentar las estructuras que dejan a tantos hermanos
tirados en el camino. Esta actitud hipócrita, tan distinta a la del samaritano,
manifiesta la ausencia de una verdadera conversión y un verdadero compromiso
con la humanidad.
Se trata de una estafa
moral que, tarde o temprano, queda al descubierto, como un espejismo que se
disipa. Los heridos están ahí, son una realidad. El desempleo es real, la
violencia es real, la corrupción es real, la crisis de identidad es real, el
vaciamiento de las democracias es real. La gangrena de un sistema no se puede
maquillar eternamente porque tarde o temprano el hedor se siente y, cuando ya
no puede negarse, surge del mismo poder que ha generado este estado de cosas la
manipulación del miedo, la inseguridad, la bronca, incluso la justa indignación
de la gente, transfiriendo la responsabilidad de todos los males a un “no
prójimo”. No estoy hablando de personas en particular, estoy hablando de un
proceso social que se desarrolla en muchas partes del mundo y entraña un grave
peligro para la humanidad.
Jesús nos enseña otro
camino. No clasificar a los demás para ver quién es el prójimo y quién no lo
es. Tú puedes hacerte prójimo de quien se encuentra en la necesidad, y lo serás
si en tu corazón tienes compasión, es decir, si tienes esa capacidad de sufrir
con el otro. Tienes que hacerte samaritano. Y luego, también, ser como el
hotelero al que el samaritano confía, al final de la parábola, a la persona que
sufre. ¿Quién es este hotelero? Es la Iglesia, la comunidad cristiana, las
personas solidarias, las organizaciones sociales, somos nosotros, son ustedes,
a quienes el Señor Jesús, cada día, confía a quienes tienen aflicciones, en el
cuerpo y en el espíritu, para que podamos seguir derramando sobre ellos, sin
medida, toda su misericordia y la salvación. En eso radica la auténtica
humanidad que resiste la deshumanización que se nos ofrece bajo la forma de
indiferencia, hipocresía o intolerancia.
Sé que ustedes han asumido
el compromiso de luchar por la justicia social, defender la hermana madre
tierra y acompañar a los migrantes. Quiero reafirmarlos en su opción y
compartir dos reflexiones al respecto.
La crisis ecológica es
real. “Hay un consenso científico muy consistente que indica que nos
encontramos ante un preocupante calentamiento del sistema climático”4. La
ciencia no es la única forma de conocimiento, es cierto. La ciencia no es
necesariamente “neutral”, también es cierto, muchas veces oculta posiciones
ideológicas o intereses económicos. Pero también sabemos qué pasa cuando
negamos la ciencia y desoímos la voz de la naturaleza. Me hago cargo de lo que
nos toca a los católicos. No caigamos en el negacionismo. El tiempo se agota.
Actuemos. Les pido, nuevamente, a ustedes, a los pueblos originarios, a los
pastores, a los gobernantes, que defendamos la Creación.
La otra es una reflexión
que ya la hice en nuestro último encuentro pero me parece importante repetir:
ningún pueblo es criminal y ninguna religión es terrorista. No existe el
terrorismo cristiano, no existe el terrorismo judío y no existe el terrorismo islámico.
No existe. Ningún pueblo es criminal o
narcotraficante o violento. “Se acusa de la violencia a los pobres y a los
pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de
agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano
provocará su explosión”5. Hay personas fundamentalistas y violentas en todos
los Pueblos y religiones que, además, se fortalecen con las generalizaciones
intolerantes, se alimentan del odio y la xenofobia. Enfrentando el terror con
amor trabajamos por la paz.
Les pido firmeza y
mansedumbre para defender estos principios; les pido no intercambiarlos como
mercancía barata y, como San Francisco de Asís, demos todo de nosotros para
que: “allí donde haya odio, que yo ponga el amor, allí donde haya ofensa, que
yo ponga el perdón; allí donde haya discordia, que yo ponga la unión; allí
donde haya error, que yo ponga la verdad”6.
Sepan que rezo por ustedes,
que rezo con ustedes y quiero pedirle a nuestro Padre Dios que los acompañe y
los bendiga, que los colme de su amor y los proteja. Les pido por favor que
recen por mí y sigan adelante.
Ciudad del Vaticano, 10 de
febrero de 2017.
y Twitter: @escuelanfp
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