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El fascismo está actuando en Santa Cruz, el gobierno debe investigar

Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...

La parábola de los intelectuales

Por: Cergio Prudencio
Las revoluciones suelen atravesar cursos parecidos. A menudo van de la euforia a la debacle, pasando por etapas intermedias de entusiasmo, convicción, aciertos, yerros, desazón y acorralamiento; entre otras. Y en ese devenir, el papel de los intelectuales se manifiesta en comportamientos recurrentes.
Algunos de ellos, ni bien consolidada la insurgencia, se replegarán a sus cuarteles de invierno haciendo fe en el mal agüero. Descalificarán a priori todo emprendimiento gubernamental. Tirarán piedras a mansalva. No concederán crédito o valor ni siquiera a los cambios que los favorecen. Y no serán dignos de admitir la virtud en el otro, ese por quien profesaron desde siempre un desprecio arraigado en el odio. Y así, aguardarán su oportunidad como jinetes en el día del apocalipsis.    
Algunos otros, al contrario, sí se adherirán a la emergencia social reivindicativa. Subirán a la causa revolucionaria. Se autoproclamarán profetas de la victoria mientras se rasgan las vestiduras contra el pasado prerrevolucionario con apasionamiento de tribuna. Sentirán cumplidos sus presagios y videncias, atribuyéndose el mérito de las luchas populares. Habrá llegado el Mesías.   

Entre ellos estarán los primeros y los últimos disidentes. Ya sea por despecho, cuando no sean tomados en cuenta, o no encuentren espacios, o sean desterrados del paraíso. Ya sea por radicalismo, el de quienes considerarán que esta revolución no es revolución suficiente para ellos, y por tanto habrá que combatirla. Ya sea por cálculo, el de quienes se pondrán a buen recaudo cuando asome la tormenta y tendrían que fajarse. Todos coincidirán alquilando sitio en el palco del emperador en el circo romano y celebrarán enardecidos el espectáculo de los leones devorándose la carne de la causa. Porque al César, desde luego, le servirán las hurras, los aplausos y las arengas de unos y de otros por igual, mientras estimulen la voracidad de los felinos (mediáticos).
Otros intelectuales —es de justicia decirlo— permanecerán en la trinchera por convicción, lucidez y humildad. Aquéllos por cuyo cuerpo habrá pasado la historia, dejándoles marcada la huella de otros arrebatos que acabaron crucificando redentores, y aprendieron la lección. Aquellos que no extraviarán su libreto en la perspectiva amplia del proceso. Aquellos que no callarán la evidencia de plagas esparcidas en los cultivos y en algunas manos de los cultivadores. Para éstos, la revolución no será un tren que se toma en una estación, y del que se baja en la siguiente. Será el ideal irrenunciable de soberanía y la idea portentosa de ser por los demás; principios que, por cierto, trascenderán coyunturas. Ellos, que hicieron revolución antes de la revolución, terminarán igual lanzados a la arena donde su integridad moral y consecuencia serán vengadas ante la complacencia de una gradería atestada de impiadosos y de necios.
Entonces se emplazarán los desafíos: comprender la circunstancia en perspectiva histórica, dar respuestas justas y oportunas a los acontecimientos en curso, tomar conciencia del impacto individual en el colectivo social, asumir responsabilidad con el legado ancestral y la ilusión naciente. Solo entonces se habrá roto de una vez y para siempre la perpetuación circular de la derrota. Pero a este punto de mi escritura, lo confieso, siento ganas de llorar. Y esto sí, no es una metáfora.
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