Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por:
Rafael Bautista S.
Nunca como ahora tuvo tanta pertinencia aquella
desafortunada invención de nuestro vicepresidente. Pues si el supuesto empate
tiene sabor a derrota, entonces la figura del “empate técnico” es sólo un
amargo consuelo (pretendiendo hacer de la derrota empate, lo técnico resulta
una mera alquimia que sueña convertir plomo en oro). Nunca la retórica del
empate se hace tan amarga como cuando se pretende disfrazar una derrota que
confirma la no correspondencia entre la realidad y su interpretación. En ese
sentido, lo técnico encubre una catástrofe: el gigante de bronce se descubre
con pies de barro. Marx decía que la historia se repite dos veces, una como
tragedia y otra como comedia. Lo que no dijo es que la comedia no es tal para
el que la sufre; la tragedia continúa y hasta con más saña (por eso la historia
está para aprenderla, no sólo para citarla).
El “empate catastrófico” que acuñó el vice disolvió
–aquél entonces– la hegemonía popular en una capitulación al orden instituido.
Sucedió como en nuestro futbol: cuando íbamos ganando, el d.t. resuelve
replegarse y actuar a la defensiva; por “cuidar” el resultado se pierde. Eso
delata un proceder conservador. Y eso sucedió con la Asamblea Constituyente; no
sólo cuando se recorta su conformación popular sino cuando se la desconoce y el
orden instituido (gobierno y partidos tradicionales) se sobrepone por sobre la
Asamblea Constituyente, es decir, por sobre el nuevo orden constituyente, y
realiza 144 modificaciones a la nueva constitución política que debía dar
nacimiento al Estado plurinacional. Ya dijimos que eso se trataba de un coup
d’Etat (http://rebelion.org/noticia.php?id=136618);
pues de ese modo se desplazaba al sujeto plurinacional y lo democrático y
revolucionario del “proceso de cambio” quedaba domesticado bajo las
prerrogativas de la recomposición liberal del Estado colonial. Lo catastrófico
no era un tal supuesto empate sino la capitulación hecha por un sujeto
sustitutivo que, a nombre del pueblo, raptaba el poder popular para legitimar
un nuevo proyecto elitario.
El termidor de la revolución había aparecido y la tensión
conservadora, ahora con retórica plurinacional, convertía la gesta popular en
una aventura hasta personal. Ahí nace el “evismo”, que en realidad es un
alvarismo, pues el culto a la personalidad es siempre un recurso señorial que
digita el poder detrás del trono; el liderazgo se hace aparente porque lo hace
dependiente del culto que se le prodiga (el hombre le hace caricias al caballo
para montarlo). El poder ahora lo ostenta el adulador, no el objeto de la
adulación, pues ello le genera una suerte de viciosa dependencia (la política,
no en vano, está lleno de llunq’us, los que se humillan primero para humillar
después). Por eso está escrito: “si quieres destruir a alguien, llénale de
honores”. No hay mayor daño a un líder que el mimo continuo y la lisonja
exagerada. Se genera el síndrome del rey cercado:
El séquito eleva al rey a condición divina porque su
presencia es lo único que garantiza la existencia del séquito (ya que sin el
rey son nada). El rey se hace omnipotente pero necesita del séquito, y el
séquito necesita un rey dependiente. Por eso lo aísla y lo envuelve; de modo
que todo lo hacen por él y, de ese modo, el rey ya no ve con sus ojos sino con
los ojos del séquito, ya no escucha sino con los oídos de ellos; su contacto
con la realidad está mediado por esa presencia que más le envuelve cuanto más
lo endiosa. Pero el rey no es dios y, cuando esto se hace evidente, es cuando
el rey ya no le sirve al séquito; entonces lo sacrifican y hasta lo elevan al
martirio. De ese modo aparecen incólumes, haciendo del rey el chivo expiatorio
que cargará con todas las culpas y todos los pecados; mientras el séquito,
limpio e inmaculado, salvado por la sangre del inmolado, se dedicará, otra vez,
a buscar un nuevo rey.
Por eso no era de extrañar la repetida amenaza
apocalíptica de quien maneja el poder detrás del trono. Y, por ello mismo, la
necesidad inmediata de encubrir la catástrofe que significaba un rey impotente
ante una realidad que desdecía la versión del séquito. El empate se hace
entonces más catastrófico mientras la versión oficial persiste en no reconocer
su derrota; pues no se trata de haber perdido sino de haber propinado al pueblo
un chantaje demagógico al más puro estilo de las telenovelas: “o me voy o me
quedo, me das todo o nada”. El sí y el no se convertían en un chantaje, de uno
y otro lado, en una trifulca sin posibilidad de apartarse, pues tanto el sí y
el no representaban sólo una cosa, lo que dijera el bando contrario; de modo
que todos nos encontramos, moros y cristianos, etiquetados por aquella mutua
acusación que se prodigaron oficialismo y oposición; se metieron de lleno en un
callejón sin salida y, al cual, metieron también al pueblo.
Ahora el sí y el no divide al país. Lo que se había
resuelto en el fracaso del golpe prefectural ahora se reaviva: la posibilidad
del enfrentamiento. El gobierno sale ufano a señalar la injerencia gringa, pero
se olvida que el smart y el soft power sólo pueden promover inestabilidad si
hay terreno sembrado para ello, y si el gobierno mismo les brinda el escenario
para provocar un “golpe suave” (nomenclatura de las guerras de cuarta
generación), entonces es el gobierno también responsable del proceso de
inestabilidad que se pueda crear.
De haber sido cierta la versión oficial de que la
propuesta de repostulación provenía del propio pueblo, entonces ni el
presidente ni el vice tenían que haber hecho campaña por ellos mismos. Si se
suponía que era el pueblo organizado el que se empeñaba en una nueva re-elección,
entonces los menos indicados para solicitar el voto ciudadano eran Evo y Álvaro
(ello además no hacía más que inflamar el argumento de la derecha: se trata de
un referéndum para beneficio exclusivo de dos personas). Pero aquella
insistencia develaba lo inexacto de la versión oficial y nos mostraba un
envanecimiento que se arrogaba ser depositario de una providencia infalible. En
tales términos ya no puede hablarse de un proyecto popular sino del rapto que
se ha hecho de éste por un sujeto sustitutivo que replica la paradoja señorial.
En política los actores encarnan categorías políticas;
en ese sentido, cuando se realiza la crítica, no se la hace a la persona sino a
lo que ella encarna y representa. Evo era la representación de lo más marginado
y excluido de nuestra historia, su presencia había devuelto no sólo esperanza
sino dignidad al pueblo boliviano; pero la tensión conservadora que encarnaba
su círculo inmediato logró, poco a poco, moldear el contenido histórico que
encarnaba y hacerlo a imagen y semejanza de una izquierda que, presa de los
prejuicios modernos y eurocéntricos, disolvió el horizonte plurinacional en la
mera administración de otro ciclo estatal. Por eso ya no nos ofrecen
alternativas, sólo opciones. El sí y el no eran eso, meras opciones que
imponían lo mismo. Si el sí o el no resolvieran lo que pretenden resolver,
entonces la discusión no debiera remitirse a quién sino a qué. Si la oposición
reduce el proceso de cambio a una persona, el gobierno no hace otra cosa que
reafirmar aquello, como si, en efecto, todo se redujera a una sola persona.
El oficialismo dice que la oposición no tiene ideas ni
propuestas, lo cual es cierto, pero oculta que, para el propio gobierno, un
proyecto de país se ha venido reduciendo a un puro programa administrativo. En
esta guerra de posiciones ha devenido la política boliviana para beneplácito
del circo mediático; porque el árbitro en esta contienda no juega a mediar sino
a incendiar, y esto sobre todo porque, si de lo que se trataba era de
constituir un nuevo sentido común, de producir una nueva perspectiva y de
perseguir un nuevo horizonte, las propias cuitas gubernamentales han bajado al
nivel prosaico de un puro culto a la personalidad. Así creen proteger a un
líder cuando lo único que hacen es protegerse a sí mismos, sacrificando al único
referente que les da sentido (de tanto exponerlo han de acabar desgastándolo y
a todo lo que él representa).
Ni el sí ni el no han de resolver la disyuntiva que
verdaderamente está en juego. Si el sí es interpretado como una carta en
blanco, entonces no ganamos nada; tampoco el no es opción, mientras, bajo la
estrategia de una revolución de colores, pueda convertirse en punta de lanza de
un “golpe suave”. El voto por el no, que hizo la diferencia (no el no racista y
de derecha), fue, como en octubre del 2003, un voto de bronca, porque se intuía
que el sí fortalecía la figura del vice (el poder detrás del trono). El
problema es que el voto contrario no fortalece a lo que representa el Evo (el
desgaste de uno arrastra la disolución del horizonte plurinacional). Dejar todo
lo que representa al simple voto de un sí o de un no es el despropósito en el
que cae la lógica instrumental de una política que manda mandando.
Si el Evo encarnaba lo que se proponía un proceso de
cambio de carácter constituyente, ¿qué encarna el Álvaro como categoría
política? Ya el 2006 delatábamos un “asalto jacobino” que procedía a expropiar
la potencia popular y transferirla hacia un único custodio. Ese fue siempre el
proceder de la izquierda. Ya en la revolución bolchevique, cuando los soviets
ceden el poder popular al buró político en plena guerra civil, una vez acabada
ésta y prestos los soviets a recuperar el poder popular, éste no sólo es
arrebatado por el partido sino que se excluye a los soviets –sobre todo
campesinos anarquistas– y hasta se los condena, cosa que hizo no sólo Lenin
sino también Trotsky (el estalinismo no nació de la nada). Toda la izquierda
está atrapada en la concepción moderna del poder y, siendo la categoría
fundamental del campo político, esta concepción les lleva a adquirir una
perspectiva aristocrática de la política y la democracia. El poder es
dominación y, fieles a Weber –y en contra del propio Marx–, ésta dominación se
impone legítima diluyendo lo democrático de toda gesta revolucionaria en una
hegemonía de carácter vertical que la ostenta una elite que ve al pueblo como
un mero obediente de las directrices que propone una entelequia burocrática.
Esta es la visión que ha penetrado en el gobierno y
que, en nombre del “mandar obedeciendo”, lo único que ha logrado es restaurar
la política tradicional, con todos sus vicios incluidos. Pero cuando la
izquierda critica al vice, se olvida que ella misma comparte esos mismos
prejuicios que ostenta el intelectual de palacio. Gran parte de esta izquierda
fue la impulsora de entronizar al intelectual como acompañante del indio
presidente; incluso muchas figuras del feminismo actual, que atizan la crítica
al machismo del Evo, fueron auspiciantes en encumbrar la figura romántica del
intelectual guerrillero que, una vez profesor universitario, rodeado siempre de
su séquito femenino, al mero estilo que dicen patriarcal, fue la estrella infaltable
en la farándula académica de una izquierda aburguesada. Para salvarse ellos y
ellas, buscan en el qananchiri al chivo expiatorio que les libere de una
necesaria autocrítica.
Algo más que devela el resultado del referéndum es el
fracaso del MAS como estructura política; pues una de las misiones de todo
partido es la generación de nuevos líderes, estrategas y operadores políticos.
Todas las nuevas figuras más prometedoras que aparecieron en la última elección
no provienen precisamente del instrumento político sino que se suman en calidad
de invitados. Ahora bien, si todo se circunscribe a la permanencia del líder,
entonces se continúa el síndrome del rey cercado, pues son las dirigencias
inmediatas al líder las que, hasta por celo, no permiten un nuevo liderazgo,
pues esto amenaza su posición privilegiada, siempre bajo la sombra del líder.
Es entonces cuando el propio líder debe dar muestras de humildad y menguar su
presencia para dar lugar a nuevas figuras. Parte de la sabiduría política
consiste en saber cuándo desaparecer.
Otra de las cosas que nos enseña el referéndum es que
no se trata de ganar como sea. Esta idea es la que ha venido mermando la
legitimidad del gobierno, produciendo episodios de promiscuidad política que ha
ido remplazando la base popular por una militancia prebendal cuyo precio es
siempre, al final, precio político. Entonces que el no sirva para una profunda,
necesaria y urgente autocrítica al interior del propio gobierno y del MAS-IPSP.
El descabezamiento sistemático de la dirigencia campesina e indígena en el caso
FONDIOC, es muestra de un desplazamiento premeditado de la presencia india en
la toma de decisiones.
Hace poco el vice decía que si antes había cuoteo de
partidos ahora era cuoteo de las organizaciones, lo cual develaba, en la
sutileza que le caracteriza, que los únicos infalibles e incólumes que quedaban
–pues todos eran corruptos– eran las figuras que se presentaban a la
repostulación. Lo que no se dice es que la corrupción se desarrolla en ámbitos
que hacen posible aquello, lo cual quiere decir que son las estructuras
institucionales las que se prestan a la corrupción. Una de las tareas de una
descolonización del Estado era precisamente la transformación de los contenidos
normativos liberales que estructuran el carácter colonial de la
institucionalidad estatal. Si la ley SAFCO –que reafirma al Estado como mero
administrador y le priva de su carácter político– está ahora
constitucionalizado, se entiende que ni siquiera el decreto neoliberal 21060
sea derogado. Ya lo dijo una vez el canciller: estamos apenas administrando el
Estado colonial.
Pero no todo está perdido, es más, hay veces que la
derrota puede significar un triunfo posterior, siempre y cuando se aprenda las
lecciones que nos depara. Hay retos y desafíos que enfrentar, sobre todo cuando
el panorama regional ya no es de los mejores. Para el pueblo nunca ha sido
fácil, incluso en el mejor de los momentos. Por eso hay que ser, a pesar de
todo, optimistas. Definamos aquello: el pesimista es aquel que a toda
oportunidad le ve pura dificultades, mientras el optimista encuentra en cada
dificultad una nueva oportunidad. El no, no es ni siquiera el fin del liderazgo
de Evo; si asume aquello con sabiduría puede convertir esta derrota en un nuevo
impulso popular a su mandato. Este impulso requiere una profunda revolución
moral y ética. Si esto es así, entonces la derrota habrá sido para bien y no
una catástrofe.
Síguenos en Facebook: Escuela Nacional de Formacion Politica
y Twitter: @escuelanfp
Comentarios
Publicar un comentario
Escriba sus comentarios