Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por Rafael Puente

El tema es
sumamente grave. Para empezar, ya resulta preocupante que los compañeros
transculturales tengan cada vez más coincidencias con los empresarios cruceños,
y peor aún que acaben convenciendo de esas coincidencias al Presidente del
Estado. Porque cabe sospechar de que se trata precisamente de coincidencias
empresariales -ánimo de lucro- que no tienen nada que ver con la seguridad
alimentaria, y mucho menos con algo que pueda parecerse a defensa de la Madre
Tierra (pobre madre, cada vez más huérfana de hijos).
Si los
compañeros transculturales quisieran, podrían asesorarse. Ahí mismo en Santa
Cruz está Probioma, una institución seria que lleva muchos años investigando y
experimentando, y que tienen criterios muy fundamentados para afirmar que los
transgénicos son indeseables desde todo punto de vista; ya sea el ambiental, ya
sea el de la salud humana, ¡ya sea el de la seguridad alimentaria! Y éste es
precisamente el menos discutible.
Porque en
términos ambientales, es decir del daño que los transgénicos pueden causar a la
Pachamama, entiendo que los argumentos pueden parecer sofisticados, e incluso
que se los puede calificar de hipótesis todavía no suficientemente comprobadas.
Y en términos de sus efectos nocivos sobre la salud humana pasa algo parecido.
(Aún así, aunque sólo fuera la falta de seguridad respecto de su inocuidad para
la salud de la madre y de los hijos, ya sería motivo suficiente para no
arriesgar un lento suicidio colectivo. Pero asumamos que esto sería mucho pedir
para compañeros que se están jugando la sobrevivencia diaria).
Pero lo
totalmente inadmisible es que dichos compañeros argumenten con la seguridad
alimentaria, ya que si algo está definitivamente comprobado -y de manera
asequible a cualquier mente poco estudiosa- es que los transgénicos son el
mayor enemigo de la soberanía alimentaria (y, por tanto, para nosotros, que a
pesar de todos los buenos deseos no somos Suiza, acaban siendo el mayor enemigo
¡de la seguridad alimentaria!), y contra esta afirmación no se puede presentar
una sola objeción. Simplemente porque las semillas transgénicas no son, ni
nunca fueron, parte de un bien común. Las semillas transgénicas son propiedad
de las grandes transnacionales del agronegocio. A los productores de este
pequeño país les venden sus semillas con promesas de grandes beneficios
(relacionados con la productividad, con la inmunidad a determinadas plagas o enfermedades,
con la regular uniformidad del producto), y es probable que el resultado de la
cosecha responda a esas promesas.
Pero a la
hora de repetir el exitoso cultivo, las semillas generadas en el primero no
sirven y, por tanto, hay que volver a comprarle la semilla a la transnacional.
Éste es el truco fundamental de los transgénicos, que el productor nunca más
será el dueño de su semilla, como ha ocurrido siempre con los cultivos
convencionales, sino que se vuelve un eterno dependiente de empresas extranjeras
y poderosas sobre las que no puede tener ningún control (por tanto de entrada
se ha perdido la soberanía alimentaria). Y cualquier día los precios de esas
semillas podrán volverse inasequibles para el productorcito boliviano. No hay
ninguna garantía de que se podrá seguir produciendo, y entonces ¿dónde queda la
cacareada seguridad alimentaria?
No puede
ser que en este país y en este proceso caigamos en una trampa tan simple. No
olvidemos que el programa de Gobierno del MAS, el año 2005, fue el primero en
plantear como tema estratégico el de la soberanía alimentaria, precisamente
como condición de posibilidad de la seguridad alimentaria. No puede ser que los
compañeros interculturales vengan a ser los portavoces en Bolivia de los
intereses de las grandes transnacionales del agronegocio, y menos aún que
lleguen a convencer de ello a nuestro Presidente. ¡Con los transgénicos no se
juega!
Rafael
Puente es miembro del Colectivo Urbano por el Cambio (CUECA) de Cochabamba.
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