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El fascismo está actuando en Santa Cruz, el gobierno debe investigar

Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...

¿Qué tiene que ver la lucha por la liberación de la mujer con la lucha de clases?


Por: Juan Vázquez Rojo
¿Cómo se relaciona el feminismo con el marxismo? ¿Cuál es el vínculo entre patriarcado y capitalismo? ¿Qué tiene que ver la lucha por la liberación de la mujer con la lucha de clases? Estas son algunas de las preguntas que nos responde la lectura del último libro de Silvia Federici, El patriarcado del salario (Traficantes de sueños, 2018), una de las mentes vivas más lúcidas del pensamiento crítico a nivel internacional. Dicha autora cuenta en su haber con uno de los ensayos más importantes para la teoría marxista y feminista del siglo XXI: Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria (Traficantes de sueños, 2010), un exhaustivo estudio y reinterpretación de la acumulación originaria marxiana, enfatizando el papel de la mujer en aquel contexto.
En la presente obra, Silvia Federici profundiza en los esquemas marxianos para criticarlos y reformularlos al darles un horizonte mucho más amplio. En este sentido, la autora señala como fundamentales cinco tesis que el feminismo utiliza para el análisis de la explotación de la mujer y la posición que esta ocupa en el sistema capitalista. Así pues, resulta fundamental recuperar las tesis de la lucha de clases como motor de la historia, la naturaleza humana como producto de relaciones sociales cambiantes, la teoría con miras al cambio de la realidad, el trabajo humano como fuente de riqueza y el análisis sistémico del capitalismo.
Con estos preceptos, la revisión realizada por el enfoque de Federici se resume entendiendo que “al descubrir la centralidad del trabajo reproductivo para la acumulación capitalista, también surgió la pregunta de cómo sería la historia del desarrollo del capitalismo si en lugar de contarla desde el punto de vista del proletariado asalariado se contase desde las cocinas y dormitorios en los que, día a día y generación tras generación, se produce la fuerza de trabajo”, es decir, ¿qué pasaría si El capital lo hubiese escrito una mujer? El resultado es que la autora alumbra espacios en los que la teoría marxiana no había puesto luz: el rol de la mujer como eje central de la reproducción de la mano de obra.
Así, una de las claves del texto, al igual que sucede con El Caliban y la bruja, es la revisión histórica que realiza, pues rompe con el discurso naturalista de la feminidad. En esta línea, al analizar los comienzos del capitalismo industrial en Gran Bretaña, la autora nos muestra como la familia proletaria tipo no existía hasta pasada la mitad del siglo XIX. En el proceso de construcción de dicho núcleo familiar, resultan fundamentales las particularidades del contexto de finales del XVIII y principios del XIX. Durante estos siglos, la mano de obra en las fábricas estaba compuesta por mujeres, hombres y niños que realizaban su trabajo en condiciones infrahumanas (como con las jornadas de 14-16h), algo que afectaba directamente a la esperanza de vida (35 años en Manchester o Liverpool en la década de 1860).
En dicho entorno, el surgimiento de protestas y huelgas era inevitable. Algo que, sumado al problema que generaba para la industria, en términos de productividad, el lamentable estado de los trabajadores y las consecuentes dificultades para su reproducción, provocó una intervención del estado regulando el trabajo asalariado ante la necesidad de “un tipo de trabajador más fuerte y productivo”. En este sentido, con el sentir de la época, como se puede ver, por ejemplo, en los textos de Alfred Marshal, los problemas se achacaban a la ausencia de amas de casa. Así pues, como señala la autora, “lo que estaba en juego al aprobarse la «legislación protectora» era algo más que una reforma del trabajo fabril. Reducir las horas de trabajo de las mujeres era el camino hacia una nueva estrategia de clase que reasignaba a las mujeres proletarias al hogar para producir trabajadores, en lugar de mercancías físicas.”
La consecuencia de las protestas obreras, de las necesidades del mercado y de la subsiguiente regulación del estado fue el surgimiento del nuevo núcleo familiar, en el que la mujer era relegada a los cuidados, esto es, al ámbito no asalariado de la reproducción de la mano de obra. El hecho de asignar un salario al obrero y dejar totalmente impagado el trabajo doméstico, creaba unas relaciones de poder, dominación y violencia que relegaban a la mujer a un espacio totalmente invisibilizado: es lo que Federici denomina como el patriarcado del salario. Este proceso se convierte en hegemónico al naturalizar los roles del trabajador asalariado (masculino) y régimen de cuidados impagados (femenino).
En los años setenta, con la crisis del modelo familiar descrito y la incorporación de la mujer al mercado laboral, nos encontramos ante la paradoja sostenida por Marx sobre la igualdad de género una vez se incorpore la mujer a las relaciones capitalistas. En contra de esta tesis, como afirma Federici, el trabajo asalariado no libera a la mujer per se, pues con la incorporación a este, el trabajo reproductivo no desaparece, lo que implica una doble imposición. Además, este cambio no se realiza desde cero, sino que es resultado de un proceso histórico concreto, consecuencia de la necesidad de la devaluación de la mano de obra en dicha década y, en efecto, una incorporación en un marco en el que el rol femenino se asocia a los cuidados, por lo que los trabajos ofertados son en su mayor parte relacionados con estos.
Con el mismo enfoque, la autora critica las tesis que atribuyen connotaciones progresistas a la tecnología, es decir, la defensa de que el desarrollo tecnológico llevará a la mejora de las condiciones de vida, tanto en el trabajo productivo como en el reproductivo. En este sentido, Federici descarta la posibilidad de que el trabajo de cuidados sea sustituido por robots y, si así fuera (con artefactos como las nursebots), deberíamos plantearnos qué repercusión tendría en la psique humana y en la construcción de la subjetividad, al eliminar el plano afectivo de forma drástica. Además, desde esta perspectiva, entendemos mejor porqué el desarrollo tecnológico es menor dentro del hogar, pues las relaciones y la lógica impuesta por el mercado afecta también al trabajo doméstico, al considerarse este improductivo y no rentable.
En el marco de este análisis, la respuesta en los años setenta por parte de Federici fue alzarse en defensa de un salario para el trabajo doméstico, objetivo que pretendía visibilizar una labor totalmente oculta, empoderando así a las mujeres. En consecuencia, como hemos comentado, se mostraba en contra de la tesis marxiana que afirmaba que el desarrollo de las fuerzas productivas conllevaría a que las diferencias de género sean indistinguibles, algo que, se ha comprobado totalmente erróneo. Esta mirada rompe con el dogma izquierdista que señala que solo se puede organizar un movimiento antisistémico alrededor de las fábricas, dejando de lado (como poco) luchas feministas o raciales.
En definitiva, como constatamos en El patriarcado del salario, la obra de Federici resulta fundamental a la hora de “desnaturalizar la división sexual del trabajo y las identidades construidas a partir de ella, al concebir las categorías de género no solo como construcciones sociales, sino también como conceptos cuyo contenido está en constante redefinición, que son infinitamente móviles, abiertos al cambio, y que siempre tienen una carga política.” Las aportaciones de la autora nos ayudan a comprender de forma profunda e histórica los debates y los procesos que vivimos en la actualidad.

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