Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Carlos Fazio
El
pasado 22 de noviembre, la 51 reunión interparlamentaria México-Estados Unidos
concluyó con la difusión de un comunicado conjunto, en el que la delegación
estadunidense manifestó su interés “por una mayor interdependencia y seguridad
energética de Norteamérica”. En la reunión, Michael McCaul, presidente de la
delegación visitante y del Comité de Seguridad Interior de la Cámara de
Representantes de Estados Unidos, elogió el paquete de contrarreformas
neoliberales impulsado por Enrique Peña y el Pacto por México y, tras mencionar
los acuerdos transfronterizos de hidrocarburos de su país con México, abogó por
una profundización de la “alianza energética” entre ambos y Canadá. En el marco
de las privatizaciones en curso de Petróleos Mexicanos (Pemex) y la Comisión
Federal de Electricidad (CFE) en el Congreso mexicano, las “aspiraciones” de
McCaul y los parlamentarios estadunidenses no fueron para nada inocentes.
Abrevan en la histórica ambición anexionista y de clase que desde los tiempos
del secretario de Estado William H. Seward, en la segunda mitad del siglo XIX,
se expresó en un proyecto de control infraestructural y económico de
dimensiones continentales que incluía la absorción de México y Canadá; proyecto
revitalizado en documentos oficiales del gobierno de Franklyn Delano Roosevelt
en 1941, cuando se diseñó la Doctrina de Áreas Ampliadas (Grand Area Doctrine),
plan geopolítico de integración vertical imperial para la competencia comercial
entre bloques, con eje en la noción de “seguridad nacional” estadunidense. En
su última fase, dicho proceso arranca a finales de los años 70 del siglo
pasado, cuando el lobby petrolero texano logró colocar en la Oficina Oval a
Ronald Reagan y George Bush padre.
Veamos: 1973. El embargo de la Organización
de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) a Estados Unidos, a raíz de su apoyo
a Israel en la guerra de Yom Kippur, exhibió su vulnerabilidad energética y
generó un trauma geoestratégico. Desde entonces, de cara a cualquier
interrupción futura del flujo de hidrocarburos (petróleo y gas natural) del
golfo Pérsico, Washington priorizó por razones de “seguridad nacional” sus
políticas hacia “fuentes amigables, estables y seguras” como Inglaterra,
Canadá, México y Venezuela. 1979.
La vinculación entre la seguridad, la dependencia
estratégica y las iniciativas para la inclusión de Canadá y México en esquemas
de “integración” de América del Norte ingresa como tema central de la seguridad
nacional de Estados Unidos. Para dejar de ser “rehenes” de la OPEP y de cara a
la pugna interimperialista con los megabloques económicos de la Unión Europea y
el Asia/Pacífico (Japón y los tigres asiáticos) que desafían la hegemonía de
Estados Unidos, ese año, cuando el tema del petróleo y el gas era casi un tabú
en las relaciones bilateral y regional, Ronald Reagan promueve en su campaña
por la Casa Blanca la “desvinculación” del petróleo mexicano y el gas natural
canadiense del mercado mundial y la “regionalización” de los recursos
hidrocarburíficos de ambos países bajo la idea de un “mercado común energético”
de América del Norte. Años 80. En el caso de México, los mayores obstáculos
para la conformación de un mercomún energético en el área espacial y
territorial de Norteamérica eran el nacionalismo revolucionario, con su
artículo 27 constitucional, y la noción misma de la soberanía nacional
mexicana. Para librar esos escollos, Washington optó por instrumentos “no
militares” (es decir, financieros y monetarios derivados de las líneas de
condicionalidad del Banco Mundial, el FMI y el BID atadas a la deuda externa) y
de “inteligencia política” (cooptación-corrupción de gobernantes, políticos y
empresarios y las presiones derivadas de sus eventuales vínculos con el tráfico
de drogas y otros ilícitos).
Históricamente, al aparato militar y diplomático estadunidense
no le ha sido difícil detectar esas vulnerabilidades, porque, como dijo el ex
secretario de Estado de Woodrow Wilson, Robert Lansing, “dominar a México es
extremadamente fácil porque basta con controlar a un solo hombre: el
presidente”. Labor que han venido desarrollando los emisarios de Washington
desde el primer gobierno neoliberal de Miguel de la Madrid hasta el presente,
con Enrique Peña, pasando por Carlos Salinas (líder de la facción santannista
de lo que Manuel Buendía llamó “neopolkos”), Ernesto Zedillo, Vicente Fox y
Felipe Calderón.
En abono de lo anterior, y como señaló hace más de dos lustros
John Saxe-Fernández en La compra-venta de México, desde 1982 se ha venido
generalizando en México el “quintacolumnismo”, es decir, una quinta columna
integrada por un grupo de poder local colaboracionista, antinacional y
entreguista, afín a un anexionismo vertical, subordinado y dependiente de
Estados Unidos. 1991. Durante el gobierno salinista, en el marco de la primera
guerra del golfo Pérsico, Timothy O’Leary dio a conocer que en una reunión
celebrada en Toronto, el 12 de junio de ese año, Los Pinos y la Casa Blanca
pactaron que “sin modificar la Constitución mexicana”, el petróleo y las
operaciones nacionales e internacionales de Pemex entraran en las negociaciones
del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA, por sus
siglas en inglés). 1994. Con la entrada en vigor del TLCAN, definido por el ex
director de la CIA William Colby como un instrumento importante para “desvanecer”
la soberanía mexicana y “reorientar” la función y la existencia misma de México
como Estado nación, se profundizó el proceso de “constitucionalización del
neoliberalismo disciplinario”. Esto es, el ajuste del aparato normativo
mexicano con el fin de garantizar “seguridad jurídica” a los inversionistas
privados extranjeros, con especial fruición, la desde entonces furtiva, larvada
e ilegal contrarreforma a los artículos 27 y 28 de la Constitución en materia
energética: electricidad, agua, petróleo, gas natural y otros minerales
considerados “críticos y estratégicos” por el Pentágono.
La Jornada, México
Twitter @escuelanfp
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