Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Eduardo Galeano
“Son cosas de mujeres, se dice también. El racismo y el
machismo beben de las mismas fuentes y escupen palabras parecidas. Según
Eugenio Raúl Zaffaroni, el texto fundador del derecho penal es el “martillo de
las brujas”, un manual de la Inquisición escrito contra la mitad de la
humanidad y publicado en 1546. Los inquisidores dedicaron todo el manual, desde
la primera hasta la última página a justificar el castigo de la mujer y a
demostrar su inferioridad biológica.
Ya las mujeres habían sido largamente maltratadas por la
Biblia y por la mitología griega, desde los tiempos en que la tonta de Eva hizo
que Dios nos echara del Paraíso y la atolondrada de Pandora destapó la caja que
llenó al mundo de desgracias.
La cabeza de la mujer es el hombre, había explicado san
Pablo a los corintios, y diecinueve siglos después Gustave Le Bon, uno de los
fundadores de la psicología social, pudo comprobar que una mujer inteligente es
tan rara como un gorila de dos cabezas. Charles Darwin reconocía algunas
virtudes femeninas, como la intuición, pero eran virtudes “características de
las razas inferiores”.
Ya desde los albores de la conquista de América, los
homosexuales habían sido acusados de traición a la condición masculina. El más
imperdonable de los agravios al Señor, quien, como su nombre lo indica, es
macho, consistía en el afeminamiento de esos indios “que para ser mujeres sólo
les faltan tetas y parir”.
En nuestros días, se acusa a las lesbianas de traición a
la condición femenina, porque esas degeneradas no reproducen la mano de obra.
La mujer, nacida para fabricar hijos, desvestir borrachos o vestir santos, ha
sido tradicionalmente acusada, como los indios, como los negros, de estupidez
congénita. Y ha sido condenada, como ellos, a los suburbios de la historia. La
historia oficial de las Américas sólo hace un lugarcito a las fieles sombras de
los próceres, a las madres abnegadas y a las viudas sufrientes: la bandera, el
bordado y el luto.
Rara vez se menciona a las mujeres europeas que
protagonizaron la conquista de América o a las mujeres criollas que empuñaron
la espada en las guerras de la independencia, aunque los historiadores
machistas bien podrían, al menos, aplaudirles las virtudes guerreras.
Y mucho menos se habla de las indias y de las negras que
encabezaron algunas de las muchas rebeliones de la era colonial. Esas son las
invisibles; por milagro aparecen, muy de vez en cuando, escarbando mucho.
No hay tradición cultural que no justifique el monopolio
masculino de las armas y de la palabra, ni tradición popular que no perpetúe el
desprestigio de la mujer o que no la denuncie como peligro.
Enseñan
los proverbios, transmitidos por herencia, que la mujer y la mentira nacieron
el mismo día y que la palabra de mujer no vale un alfiler, y en la mitología
campesina latinoamericana son casi siempre fantasmas de mujeres, en busca de
venganza , las temibles ánimas, las luces malas, que por las noches acechan a
los caminantes. En la vigilia y en el sueño, se delata el pánico masculino ante
la posible invasión femenina de los vedados territorios del placer y del poder,
y así ha sido desde los siglos de los siglos.
Por
algo fueron las mujeres las víctimas de las cacerías de brujas, y no sólo en
los tiempos de la inquisición. Endemoniadas: espasmos y aullidos, quizás
orgasmos, y para colmo de escándalos, orgasmos múltiples. Sólo la posesión de
Satán podía explicar tanto fuego prohibido, que por el fuego era castigado.
Mandaba
dios que fueran quemadas vivas las pecadoras que ardían. La envidia y el pánico
ante el placer femenino no tenían nada de nuevo. Y en este mundo de hoy, hay
ciento veinte millones de mujeres mutiladas del clítoris.
No
hay mujer que no resulte sospechosa de mala conducta. Según los boleros, son
todas ingratas. Según los tangos, son todas putas (menos mamá).
Confirmaciones
del derecho de propiedad: el macho propietario comprueba a golpes su derecho de
propiedad sobre la hembra. (…) Vuela torcida la humanidad, pájaro de un ala
sola.
“ Extracto del libro “Patas
arribas. La escuela del mundo al revés” de EDUARDO GALEANO.
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