Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Claudia Peña Claros
En
Santa Cruz, todos y todas sentimos miedo. Tal vez inducido por las noticias
malas que se propagan más y mejor que las buenas, la gente percibe que la calle
es peligrosa, que los desconocidos no son confiables, que cualquier cosa puede
pasar.
Cada
tanto, escuchamos de crímenes atroces que perturban nuestras vidas. Pero no se
trata solamente de lo escandaloso o inaceptable. Se trata, ante todo, de que
nos hemos ido acostumbrando a convivir con la marginalidad, con la injusticia,
con la desigualdad.
Y
en contradicción con aquello, en el extremo opuesto: la fiesta. Son ya
costumbre a fin de año, las decenas de premios que van y vienen en intercambio
infinito, y las fiestas ostentosas.
O
somos demasiado buenos, o somos demasiado malos. O somos solidarios, o dejamos
al agonizante morir en el piso, ajenos a su dolor. Organizamos marchas para
decir que el narcotráfico, que dónde está la policía; pero no nos detenemos a
pensar que somos nosotros mismos como comunidad, quienes fallamos.
“Se pierde el sentido de la vida por un
consumismo exagerado, eso es muy triste porque vamos perdiendo la dignidad
humana en nuestra ciudad. Siempre ha sido una característica, porque el cruceño
puede que haya sido mal hablado, derrochador, pero siempre tuvo dignidad. El
respeto, la hospitalidad va desapareciendo.” Esto dijo el cardenal Julio Terrazas, hace pocos días. Llama la
atención la dureza de sus palabras, y el silencio posterior.
Santa
Cruz es una ciudad aplastantemente creyente, y mayoritariamente católica. Vaya
usted a cualquier iglesia: las misas están siempre llenas. Se supone que los
sacerdotes son pastores, y que su misión es mantener al pueblo en el camino de
Dios, que es amor. Pero Santa Cruz no parece una ciudad creyente, como podría
sugerir aquella imagen de un cabildo, con el gobernador Rubén Costas al frente
y su esposa por detrás sosteniendo un gran crucifijo.
El
cardenal Terrazas, el pastor, dice que perdemos la dignidad y es como escuchar
llover. Cuán lejos queda aquél otro pastor que hablaba y cambiaba la vida de la
gente, sanaba a los enfermos, que renegaba de los ricos, del poder y de sus
halagos. Aquél pastor que provocaba sed de evangelio por donde pasara.
La
iglesia ¿dónde está? Después de los ritos y las oraciones ¿qué queda, si
continúa la violencia? ¿Qué queda si permanece duro el corazón de los hombres y
de las mujeres? ¿Qué pasa con la iglesia que mira agonizante a la dignidad, y
simplemente toma nota y reporta?
Hay
algo que la iglesia y sus pastores no están haciendo bien. Porque cada uno y
cada una es libre de decidir, pero el objetivo de las iglesias es encarnar el
Evangelio en la vida del pueblo. En cambio, a decir del mismo cardenal, estamos
cada vez más lejos de Dios.
Jesús
dijo: “Yo soy el buen pastor. Así como mi
Padre me conoce a mí y yo conozco a mi Padre, así también yo conozco a mis
ovejas y ellas me conocen a mí. Yo doy mi vida por las ovejas. También
tengo otras ovejas que no son de este redil; y también a ellas debo traerlas.”
El
cardenal habla del consumismo pocos días antes de la Navidad y dice que estamos
perdiendo la dignidad. Y nada más. Luego todo es silencio. El consumismo
vocifera, aúlla como lobo hambriento. Pero nuestro pastor no sale a gritar a
los que comercian con la fe. Apenas convoca a una multitud calllada, que repite
palabras ya huecas de tanto ser pronunciadas.
Necesitamos
un buen pastor. Quizá debamos serlo nosotros mismos.
La autora
es Ministra de Autonomías del gobierno de Evo Morales
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