Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Verónica Córdova
Imaginemos
un lugar en el que el Estado sí se toma muy en serio la obligación de proteger
a sus ciudadanos más indefensos, los niños. Esos locos bajitos que, dejados en
manos de gente irresponsable, pueden morir, quedar heridos o ser dañados de
forma irreparable en su alma o su mente. Esos brujos pequeños que, de tan
vulnerables, se aferran justamente a los que más los dañan, pues son todo lo
que aman y conocen.
En
ese Estado imaginario los adultos en edad de procrear requerirían una
autorización antes de traer al mundo hijos. Se les haría un test de aptitud
como padres: ¿Por qué quieres tener un hijo?, sería la primera pregunta. Pues,
en un mundo en el que se reconociera el enorme valor de los niños, solo quienes
realmente los desean —y están listos para hacerlo— podrían concebirlos.
El
test de aptitud debería determinar, de manera fehaciente hasta qué punto el
candidato a padre o madre tiene la madurez para dejar de lado sus deseos y
necesidades a fin de dedicarse al niño que pretende traer al mundo. ¿Será capaz
de meter a su hijo a un cajón y tapiarlo con maderas y libros para que lo deje
festejar en paz con tus amigos? ¿Será capaz de poner alcohol en su mamadera,
para que deje de llorar y se duerma? ¿Hasta qué punto ha dejado de ser el
estúpido egoísta que todos somos hasta que entendemos la importancia de la
trascendencia?
En
un mundo donde los niños son vistos como lo que son —la mayor responsabilidad,
el mayor milagro— sería impensable un embarazo no deseado o no planificado. Lo
primero que deberías demostrar antes de concebir sería un enorme anhelo de ser
padre. Luego, la madurez como para asumir sus grandes dificultades. Además, la
capacidad de alimentarlo, vestirlo, educarlo, entretenerlo, darle valores,
fomentar sus aptitudes, protegerlo, curarlo y alimentar sus sueños. Y, por
último, el equilibrio como para amarlo sin ahogarlo, sin reprimirlo, sin
atosigarlo, sin ignorarlo, sin presionarlo, sin aferrarse tanto que termines
encarcelándolo y sin soltarlo tanto que termines perdiéndolo.
Es
tan difícil criar a un niño que no a cualquiera debería permitírsele hacerlo.
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