Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Carlos Soria Galvarro
Una gigantesca concentración humana subía hacia el Cementerio General acompañando los restos mortales del sacerdote jesuita y periodista Luis Espinal Camps. De pronto, aparentemente como anónima creación colectiva, se escuchó una palabra que reflejaba cierta intuición sobre la autoría del crimen.¡Arcesino! ¡Arcesino! ¡Arcesino!, empezó a corear la multitud, en referencia obvia a Luis Arce Gómez, entonces jefe de la sección de Inteligencia de las Fuerzas Armadas y poco después ministro del Interior del atrabiliario gobierno de Luis García Meza.
Espinal, director del semanario Aquí, impulsor de la formación y la creación cinematográfica y hombre comprometido con las causas populares, había sido secuestrado, torturado hasta la muerte y luego arrojado en un descampado de la zona de Achachicala.
¿Qué se puede decir 34 años después sobre este trágico suceso? ¿Quiénes fueron los autores intelectuales y los ejecutores directos? ¿Cuáles los motivos o móviles inmediatos para semejante atrocidad?
Al igual de lo que ocurre con muchas cosas en el país, sobre el asesinato de Espinal tampoco hay explicaciones detalladas y definitivas. Muchos aspectos se diluyen en la nebulosa del contexto y tienden a quedarse como especulaciones más o menos certeras, como aquella expresada por la intuición de la adolorida multitud del entierro.
Pero lo cierto es que en aquella época, un grupo de militares, ávidos de poder y riqueza, influenciados por resabios nazi-fascistas y por las doctrinas antidemocráticas de la “seguridad nacional”, usaron a las Fuerzas Armadas para sus propios fines. Con asesoramiento de la dictadura argentina, preparaban un golpe de Estado casi a la luz del día, ante la impotencia del gobierno de Lidia Gueiler. El martirio y asesinato de Espinal eran parte de dicha preparación, como lo fueron varios atentados terroristas y el lanzamiento de una granada de guerra en la concentración de partidarios de la UDP. Eran medidas para “meter miedo” a quienes osaran investigar sus andanzas y para crear un ambiente de zozobra que favorezca sus planes.
García Meza y Arce Gómez, cabezas visibles de ese proceso que culminó el 17 de julio de 1980 con el desconocimiento de las elecciones y la toma sangrienta del poder, no pueden entonces eludir la responsabilidad que les toca en la muerte de Espinal. No importa que expresamente este caso no figure en ninguno de los ocho grupos de delitos del juicio que los condenó a la pena máxima de 30 años sin derecho a indulto.
Mientras Luis Espinal vive en calles, plazas y escuelas que recuerdan su nombre y su ejemplo luminoso, los otros luises, García y Arce, están oficialmente encerrados en Chonchocoro, cumpliendo la sentencia.
La justicia tarda… pero a veces llega.
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