Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por:
Carlos Nuñez del Prado
¿Es el proletariado la
vanguardia del pueblo? Es la pregunta que algunos se hacen. En otras cabezas
incluso pasa la idea de que ya casi no existen proletarios en Bolivia a partir
de 1985, cuando se impuso el neoliberalismo y la clase obrera quedó disminuida
a casi nada.
Hagamos un repaso. En el
periodo neoliberal, en la producción minera se dibujaron las cooperativas que
depredan los recursos naturales y sobreexplotan a los trabajadores sin ninguna
seguridad social. Los sindicatos ya casi no existen y los beneficios laborales
son restringidos a los pocos que aportan.
La maquinaria de esa enorme
corporación minera que tuvo Bolivia fue disminuida a un pequeño grupo de
trabajadores que, aparentemente, no tiene peso social.
Todo esto es parte de la
desestructuración del Estado. Se vendió todo el aparato estatal a precios de
vergüenza, Bolivia entera se subastó. Se destruyó casi todo lo poco que tenía
este país lleno de corrupción. Según los gobernantes de ese tiempo, Bolivia es
un país no viable. Lo saquearon tanto que -según ellos- era preferible
regalarlo, pues creían que éramos un país ingobernable con un pueblo ignorante.
Octubre descubre la realidad
Cuando los movimientos sociales
rebasan sus reivindicaciones sectoriales y asumen consignas nacionales, asumen posiciones
revolucionarias. Claro, siempre y cuando estén desprendidas de intereses
personales o ambiciones de un solo sector.
Esto es lo que pasó en octubre
de 2003. La Federación de Juntas Vecinales de El Alto se movilizó por
reivindicaciones propias de sus características, sin embargo a partir de ello
se generó un movimiento espontáneo que fue creciendo. A cada momento se iba
descubriendo la madurez de una clase social que fue tomando conciencia de su
rol protagónico.
Ése fue (es) el proletariado de
El Alto. Sí, ese atomizado proletariado incrustado en miles de pequeños
talleres, donde muchas veces son dos o tres los obreros que trabajan en las
pequeñas fábricas junto a sus jefes o patrones.
Éstos tienen su fuerza de
trabajo como único elemento para vender, mientras los otros, los dueños o
jefes, ostentan los medios de producción, la plusvalía se queda con ellos y con
los obreros sólo el salario.
Sin mayores beneficios, sin
aportes para el seguro social, sin derecho a sindicalizarse. Sin ningún tipo de
protección que pudiera parecerse a la situación de aquellos que otrora se
encontraban en las minas estatales o en las fabricas grandes.
Estos trabajadores proletarios
son los que, sin dirección, se movilizaron en la llamada Guerra del Gas, cuando
se produjo la masacre del Ejército frente a un pueblo desarmado. Es esta clase
obrera la que asume la lucha, no desde las minas, sino más bien desde los
rincones de esta ciudad llena de microempresas, llena de talleres pequeños.
Éstos son los que asumen la lucha.
No debemos olvidar que muchos
mineros, al ser relocalizados, llegaron a esta ciudad para vivir y también para
transmitir su experiencia política. Es así como la clase en sí se convirtió en
clase para sí, es decir, que asumió las reivindicaciones nacionales dejando de
lado su bagaje individual. Ésta fue la realidad de ese momento.
Ésta es, en definitiva, la
lucha de clases, donde claramente podemos ver cómo se enfrentan los intereses
de clase. Aquellos que son dueños de los medios de producción tienen una conciencia
limitada a los de su clase. Éstos apenas pueden llegar a ser nacionalistas, en
otras palabras, ser burgueses progresistas.
Los proletarios tienen una
visión mucho más profunda, no depende de raza, color, ni siquiera el nivel
económico en el que se desenvuelven. Solamente el hecho de que uno es sólo
dueño de su fuerza de trabajo, sin otra ambición, otorga la base de la
conciencia proletaria.
Con la participación en la
lucha y con el estudio ésta se convertirá en clase para sí y es en este momento
que se asumen las posiciones revolucionarias. Sólo cuando se alcanza el grado
de revolucionario uno se puede transformar en hombre nuevo, o emprender el
camino a esta transformación, desprendido de todo egoísmo, mezquindad y al
ponerse al servicio del pueblo.
Ésta es la verdadera clase
revolucionaria, la única que por sus características puede llevar adelante y
vanguardizar una revolución. No es que el hombre de campo esté excluido, pero
por sus características económicas tiene algunas limitaciones que deberán ser
superadas con la conciencia y la conducción revolucionaria del proletario.
En el caso de Bolivia, cuyo
proceso actual está liderado por los hombres del campo, se hace imperioso que
la participación proletaria ponga el sello revolucionario. Este proceso requiere
un urgente giro para no convertirse en sólo una caricatura de revolución. Si no
contamos con los proletarios, el avance de la revolución será imposible.
Todos o la mayoría de los
errores cometidos hasta hoy son producto de una visión mezquina y retrógrada ya
que no se cuenta con una visión estratégica propia de la clase obrera que hoy
está aislada del proceso.
Se hace imperioso un giro, no
solamente en la incorporación de la clase revolucionaria, también una
definición ideológica que sea la línea conductora para que los problemas se
resuelvan con criterio y de forma definitivamente revolucionaria. Con criterio
de clase, con carácter estratégico y de largo alcance.
A esos proletarios, héroes de
la Guerra del Gas, debemos hacer un llamado para que transmitan su experiencia,
y conducir así a la juventud en el largo camino de la revolución. Para que las
futuras generaciones continúen el camino revolucionario con ética, mística y
sobre todo conciencia revolucionaria. Sin prebendalismos y fuera de todo egoísmo.
El autor es militante
del Ejército de Liberación Nacional
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