Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Marcello Musto
En el nuevo
país el apartheid racial ha sido sustituido por el apartheid de clase
Quienes,
visitando Sudáfrica, deseen comprender los sucesos que han distinguido la
dramática historia de este país no pueden prescindir del museo del apartheid.
Situado a pocos kilómetros del centro de Johannesburgo, representa uno de los
lugares más significativos para emprender el viaje hacia atrás en la historia
de uno de los peores casos del colonialismo europeo y, al mismo tiempo, del
racismo del siglo XX.
La atmosfera
festiva che se respira en el exterior, por la presencia de estudiantes que,
entre cantos y dulces sonrisas, antes de entrar se disponen en una fila de
indumentarias y mochilas de colores, cesa bruscamente en la puerta de acceso.
Al museo no
se accede en grupo. Los visitantes, estudiantes o miembros de familias son
separados uno por uno en función del número del billete comprado y antes de
reagruparse junto a una fotografía de Nelson Mandela, revivirán la tragedia de
la segregación. Los visitantes con números pares entran por el acceso reservado
a los «blancos», de quienes se recuerdan los privilegios gozados y las
atrocidades cometidas en el curso de la visita, mientras los impares, en el
pasillo contiguo, recorren el trayecto de la brutalidad sufrida por los negros
y los de color. En la parte inicial del museo, todos siguen el mismo recorrido,
pudiéndose a menudo mirar y a veces caminar juntos, pero están siempre
separados por una fría reja de metal; no se tocan nunca y atraviesan relatos,
documentos y experiencias de vida completamente distintas.
RACISMO Y
APARTHEID
La
colonización europea empezó en 1486, año en que el navegante portugués
Bartolomeu Dias superó el extremo meridional de África. En 1652, algunos
pioneros holandeses de extracción calvinista, dedicados a la agricultura y por
ello llamados Boers (campesinos), construyeron un primer asentamiento como
escala de las naves de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, la
futura Ciudad del Cabo.
A principios
del siglo XVIII, comenzaron a llamarse Afrikaners para distinguirse de los
colonizadores ingleses llegados después de ellos; pero el suceso que sacudió la
historia de esta tierra fue el descubrimiento, en 1887, de las increíbles
riquezas del subsuelo. En pocos años todo cambió: antes de acabar el siglo XIX
en Sudáfrica se producía más de un cuarto del oro de todo el mundo y la fama de
sus diamantes preciosos no era menor. El racismo fue un elemento esencial de la
cultura de la población de origen europeo y hasta el Partido Comunista (CPSA),
en 1922, llamó a los mineros a la lucha por una «Sudáfrica blanca y
socialista».
En abril de
1994, las televisiones de todo el mundo mostraron interminables colas de
sudafricanos que, durante horas, con paciencia y orgullo, esperaban un momento
largamente esperado: el primer voto y el fin de la segregación racial. Pasados
veinte años se puede afirmar que las expectativas de aquellos millones de
mujeres y hombres han sido incumplidas. La lucha por un país verdaderamente
democrático se ha visto truncada por las políticas neoliberales adoptadas por
el African National Congress. La brutal masacre de Marikana en Agosto pasado,
tan similar a las matanzas en los tiempos del apartheid, donde perdieron la
vida 47 mineros en huelga por el aumento de su salario (apenas 250 euros al mes
después de 18 años de democracia) representa perfectamente las paradojas de
esta nación.
Frente a la
extraordinaria concentración de riqueza existente – un estudio reciente de
Citigroup afirma que Sudáfrica posee todavía hoy el subsuelo más rico del
planeta, estimando el valor de sus reservas mineras en más 2.5 billones de
dólares – en la postguerra este país destacaba, excluida la población de origen
europeo, por el índice de mortalidad más alto del mundo. Más de la mitad de la
población de origen africano vivía confinada en los Bantustan (que cubrían
apenas un 13% de la superficie), donde el poder blanco relegó – y a veces
deportó – a las poblaciones locales según de la etnia de proveniencia; la otra
mitad habitaba en las township, aglomeraciones de barracas que limitaban
con las ciudades de los “blancos”, donde se amontonaba, sin derecho civil
alguno, la fuerza de trabajo negra que sostenía la economía sudafricana.En
estas zonas la miseria era extrema. Los zapatos tan solo llegaron en 1979,
gracias a la Cruz Roja.
A pesar de
la resolución de condena a las políticas del apartheid, votada en la ONU en
1962, el veto impuesto a la moción de 1974 por los Estados Unidos, Inglaterra y
Francia, potencias que se beneficiaban de las exportaciones de Sudáfrica,
impidió la expulsión del país de las Naciones Unidas. De este modo, por la ruta
del Cabo de Buena Esperanza, transportando más del 20% del petróleo consumido
en USA y el 70% de las materias primas estratégicas (especialmente platino, cromo
y manganeso) para Europa Occidental, siguieron navegando más de 2000 barcos al
año y las débiles sanciones económicas aplicadas no mellaron en absoluto la
economía y el régimen del National Party.
PROBREZA Y
NEOLIBERALISMO
En el
momento de los acuerdos de paz que siguieron a la extraordinaria lucha de
liberación, Sudáfrica era un país profundamente dividido. La renta per cápita
de la población de origen europeo era la séptima más alta del mundo, mientras
que la de la africana era la ciento veinteava. Tras la elección de Mandela y
con la masificación de las ciudades por parte de la multitud de africanos
liberados de los sórdidos guetos de la segregación, los “blancos” comenzaron a
trasladarse a barrios residenciales lejos del centro de las ciudades, donde aún
hoy viven atrincherados en lujosísimas casas, una mezcla de villas de estilo
hollywoodiense y fortalezas rodeadas de alambre de espino eléctrico y guardias
armados privados.
En los
primeros quince años de libertad, junto a la figura carismática e internacionalmente
reconocida de Mandela, ha destacado la de Thabo Mbeki. Vicepresidente del
primer quinquenio y después al frente de la «nación arco iris» hasta el 2008,
ha sido Mbeki quien ha definido los designios económicos del país.
En 1994, la Alliance,
coalición electoral compuesta por el ANC, CPSA y el COSATU, la principal y más
combativa federación sindical sudafricana con más de 1.8 millones de inscritos,
puso en marcha el Programa de Reconstrucción y Desarrollo (RDP), un conjunto de
medidas con el fin de crear servicios básicos, ocupación, vivienda y de la
reforma de la propiedad de la tierra con objeto de reducir la injusticia
social. Tan solo dos años después, el RDP fue sustituido por un nuevo plan
estratégico para el Crecimiento, Empleo y Redistribución (GEAR) que debía
permitir, según las promesas de Mandela y Mbeki, la llegada de inversiones
extranjeras, y por tanto el bienestar general. En realidad, con el GEAR, a
Sudáfrica llegaron el neoliberalismo y sus efectos devastadores.
Tras haber
aceptado el pago de la deuda pública (25 mil millones $) acumulada durante la
era del apartheid, para lo que fue necesario solicitar un crédito al Fondo
Monetario Internacional y, por tanto, someterse a sus recetas económicas, con
el GEAR. De este modo, Sudáfrica inició una ola de privatizaciones masivas; de
liberalización de los intercambios para facilitar la importación de mercancías
a bajísimo coste; de ingentes recortes al gasto público acompañados de pingües
reducciones fiscales a todas las grandes sociedades(cuyas cargas fiscales han
descendido del 48% en 1994 al actual 30%); y de desregulación del mercado.A
pesar de las promesas de mayor eficiencia, de creación de nuevos puestos de
trabajo y consiguiente reducción de la pobreza, estas medidas comportaron el aumento
de los precios de la electricidad, agua y transporte; el abaratamiento de los
salarios y la flexibilidad laboral; los recortes en el sector público, sobre
todo sanidad, educación y pensiones; y el deterioro de la situación ambiental
con la enorme emisión de CO2 debida a la cantidad de electricidad
suministrada a las multinacionales al precio más bajo del mundo; y, en
definitiva, a la financiarización de la economía con un crecimiento sin
creación de puestos de trabajo (según el Economist Sudáfrica es el
mercado emergente más vulnerable). Cualquier análisis serio de la actual
situación socioeconómica de Sudáfrica no puede prescindir de una rigurosa
reflexión crítica del GEAR y sus nefastas consecuencias.
Junto a esta
«primera economía», cada vez más integrada en el mercado global y vinculada a
los sectores mineros y financieros, se desarrolló una «segunda», marginal y
similar a las recetas económicas del Nobel Muhammad Yunnus. Mediante la
«milagrosa» transformación de los pobres en pequeños emprendedores y mediante
la seductora ilusión de que los microcréditos eran la posible panacea de todos
los males, esta «segunda» economía ha contribuido, también en Sudáfrica, a una
despolitización de la pobreza y ha permitido la penetración del mercado en
ámbitos de las relaciones sociales hasta ahora no mercantilizados. Por otra
parte, la “tecnocratización” de la cuestión social, es decir la anulación de
sus causas económicas y políticas, es un fenómeno cada vez más difundido.
Mbeki ha
guiado esta transformación utilizando una retórica de izquierdas con tintes de
nacionalismo africano. No por nada su política ha sido definida como Talk
left. walk right, es decir, hablar como la izquierda y caminar hacia la
derecha. Planteamiento del que no se ha distanciado Jacob Zuma, el actual
presidente de Sudáfrica quien, a pesar de haber sido elegido en el 2009 por su
énfasis en situarse en la izquierda del ANC, ha traicionado las expectativas de
cambio auspiciadas por el COSATU y se ha distinguido por una clara continuidad
con el pasado.
UNA
ADVERTENCIA PARA LA IZQUIERDA
La conquista
de los derechos políticos ha sido un resultado importantísimo que no puede ser
subestimado, menos aún en un país con la historia dramática de Sudáfrica. Con
todo, el cambio prometido por la Alliance no
ha abordado la cuestión social. De hecho, el ANC ha retirado de su
agenda el tema de la redistribución de la riqueza y, respecto a 1994, las
desigualdades han incluso aumentado (en aquel tiempo el salario de un
trabajador negro correspondía al 13.5% del salario de un trabajador blanco; hoy
la relación ha descendido al 13%). El aumento del descontento social en las
áreas urbanas indica que la «Guerra a la pobreza», declarada por el gobierno en
el 2008, también se ha perdido. El número de desempleados es superior a un
cuarto de la fuerza de trabajo del país – mayor que durante los tiempos del
apartheid – y el porcentaje de desempleo sería superior al 30 % si en la
estimación se incluyeran los discouragedworkers, es decir aquellos que
han dejado de buscar ocupación. Además, medio millón de puestos de trabajo se
han convertido en precarios y retribuidos con salarios inferiores, mientras que
muchos de los de nueva creación están retribuidos con menos de 20 euros al mes.
Este dramático cuadro ha empeorado con los efectos de la crisis, es decir a
causa de la burbuja inmobiliaria (respecto a finales del siglo pasado los
precios habían aumentado un 389%); del decrecimiento en los sectores mineros y
manufactureros debido a la fuerte reducción de la demanda global; de la caída
de las inversiones; y de la pérdida de un millón de puestos de trabajo sólo
durante el 2009.
En la «nueva
Sudáfrica» las injusticias heredadas del régimen segregacionista han aumentado.
El nacimiento de una burguesía “negra” políticamente influyente pero
económicamente débil, en suma, de otra élite predadora junto a la ya existente,
ha enriquecido un grupo de hombres ligados al ANC, pero ciertamente no ha
cambiado las condiciones del pueblo sudafricano. El apartheid racial se ha
transformado en apartheid de clase, término hoy en día ya no de moda pero
siempre de actualidad, y el fracaso de la Alliance es una advertencia
para todas las izquierdas del mundo. Nos explica que también los partidos
políticos de gran tradición, especialmente cuando son fuerzas gobernantes,
acaban traicionando los principios reformistas si extravían su propia raíz
social y dejan de ser sostenidos por movimientos de masa. Una vez más, es desde
aquí, y también aprendiendo de Sudáfrica, desde donde hay que volver a empezar.
Traducción
para Marxismo Crítico de Carles Soriano
fuente: http://marxismocritico.com/2013/03/11/las-esperanzas-desoidas-de-la-nueva-sudafrica/
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