Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Francisco I, sucesor de Benedicto XVI
Horacio Verbitsky
Entre los centenares de llamados y mails recibidos, elijo uno. “No
lo puedo creer. Estoy tan angustiada y con tanta bronca que no sé
qué hacer. Logró lo que quería. Estoy viendo a Orlando en el
comedor de casa, ya hace unos años, diciendo ‘él quiere ser
Papa’. Es la persona indicada para tapar la podredumbre. Es el
experto en tapar. Mi teléfono no para de sonar, Fito me habló
llorando.” Lo firma Graciela Yorio, la hermana del sacerdote
Orlando Yorio, quien denunció a Bergoglio como el responsable de su
secuestro y de las torturas que padeció durante cinco meses de 1976.
El Fito que la llamó desconsolado es Adolfo Yorio, su hermano. Ambos
dedicaron muchos años de su vida a continuar las denuncias de
Orlando, un teólogo y sacerdote tercermundista que murió en 2000
soñando la pesadilla que ayer se hizo realidad. Tres años antes, su
íncubo había sido designado arzobispo coadjutor de Buenos Aires, lo
cual preanunciaba el resto.
Orlando Yorio no llegó a conocer la declaración de Bergoglio ante
el Tribunal Oral Federal 5. Allí dijo que recién supo de la
existencia de chicos apropiados después de terminada la dictadura.
Pero el Tribunal Oral Federal 6, que juzgó el plan sistemático de
apropiación de hijos de detenidos-desaparecidos, recibió documentos
que indican que ya en 1979 Bergoglio estaba bien al tanto e intervino
al menos en un caso a solicitud del superior general, Pedro Arrupe.
Luego de escuchar el relato de los familiares de Elena de la Cuadra,
secuestrada en 1977, cuando atravesaba el quinto mes de embarazo,
Bergoglio les entregó una carta para el obispo auxiliar de La Plata,
Mario Picchi, pidiéndole que intercediera ante el gobierno militar.
Picchi averiguó que Elena había dado a luz una nena, que fue
regalada a otra familia. “La tiene un matrimonio bien y no hay
vuelta atrás”, informó a la familia. Al declarar por escrito en
la causa de la ESMA, por el secuestro de Yorio y del también jesuita
Francisco Jalics, Bergoglio dijo que en el archivo episcopal no había
documentos sobre los detenidos-desaparecidos. Pero quien lo sucedió,
su actual presidente, José Arancedo, envió a la jueza Martina Forns
copia del documento que publiqué aquí, sobre la reunión del
dictador Videla con los obispos Raúl Primatesta, Juan Aramburu y
Vicente Zazpe, en la que hablaron con extraordinaria franqueza sobre
decir o no decir que los detenidos-desaparecidos habían sido
asesinados, porque Videla quería proteger a quienes los mataron. En
su clásico libro Iglesia y dictadura, Emilio Mignone lo mencionó
como paradigma de “pastores que entregaron sus ovejas al enemigo
sin defenderlas ni rescatarlas”. Bergoglio me contó que en una de
sus primeras misas como arzobispo divisó a Mignone e intentó
acercársele para darle explicaciones, pero que el presidente
fundador del CELS alzó la mano indicándole que no avanzara.
No estoy seguro de que Bergoglio haya sido elegido para tapar la
podredumbre que redujo a la impotencia a Joseph Ratzinger. Las luchas
internas de la curia romana siguen una lógica tan inescrutable que
los hechos más oscuros pueden atribuirse al espíritu santo, ya sean
los manejos financieros por los que el Banco del Vaticano fue
excluido del clearing internacional porque no cumple con las reglas
para controlar el lavado de dinero, o las prácticas pedófilas en
casi todos los países del mundo, que Ratzinger encubrió desde el
Santo Oficio y por las que pidió perdón como pontífice. Ni
siquiera me extrañaría que, brocha en mano y con sus zapatos
gastados, Bergoglio emprendiera una cruzada moralizadora para
blanquear los sepulcros apostólicos.
Pero lo que tengo por seguro es que el nuevo obispo de Roma será un
ersatz, esa palabra alemana a la que ninguna traducción hace honor,
un sucedáneo de menor calidad, como el agua con harina que las
madres indigentes usan para engañar el hambre de sus hijos. El
teólogo brasileño de la liberación Leonardo Boff, excluido por
Ratzinger de la enseñanza y del sacerdocio, tenía la ilusión de
que fuera elegido el franciscano de ancestros irlandeses Sean
O’Malley, que carga con la diócesis de Boston, quebrada por tantas
indemnizaciones que pagó a niños vejados por sacerdotes. “Se
trata de una persona muy vinculada a los pobres porque trabajó mucho
tiempo en América Latina y el Caribe, siempre en medio de los
pobres. Es una señal de que puede ser un papa diferennte, un papa de
una nueva tradición”, escribió el ex sacerdote. En la Silla
Apostólica no se sentará un verdadero franciscano sino un jesuita
que se hará llamar Francisco, como el pobrecito de Asís. Una amiga
argentina, me escribe azorada desde Berlín que para los alemanes,
que desconocen su historia, el nuevo papa es tercermundista. Menuda
confusión.
Su biografía es la de un populista conservador, como lo fueron Pío
XII y Juan Pablo II: inflexibles en cuestiones doctrinarias pero con
una apertura hacia el mundo, y sobre todo, hacia las masas
desposeídas. Cuando rece su primera misa en una calle del trastevere
o en la stazione termini de Roma y hable de las personas explotadas y
prostituidas por los poderosos insensibles que cierran su corazón a
Cristo; cuando los periodistas amigos cuenten que viajó en subte o
colectivo; cuando los fieles escuchen sus homilías recitadas con los
ademanes de un actor y en las que las parábolas bíblicas coexisten
con el habla llana del pueblo, habrá quienes deliren por la anhelada
renovación eclesiástica. En los tres lustros que lleva al frente de
la Arquidiócesis porteña hizo eso y mucho más. Pero al mismo
tiempo intentó unificar la oposición contra el primer gobierno que
en muchos años adoptó una política favorable a esos sectores, y lo
acusó de crispado y confrontativo porque para hacerlo debió lidiar
con aquellos poderosos fustigados en el discurso.
Ahora podrá hacerlo en otra escala, lo cual no quiere decir que se
olvide de la Argentina. Si Pacelli recibió el financiamiento de la
Inteligencia estadounidense para apuntalar a la democracia cristiana
e impedir la victoria comunista en las primeras elecciones de la
posguerra y si Wojtyla fue el ariete que abrió el primer hueco en el
muro europeo, el papa argentino podrá cumplir el mismo rol en escala
latinoamericana. Su pasada militancia en Guardia de Hierro, el
discurso populista que no ha olvidado, y con el que podría incluso
adoptar causas históricas como la de las Malvinas, lo habilitan para
disputar la orientación de ese proceso, para apostrofar a los
explotadores y predicar mansedumbre a los explotados.
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