Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por Raúl Zibechi
Los procesos políticos nacen, crecen, se estabilizan y decaen. En ocasiones
consiguen fecundar procesos nacientes, mientras otros tienden a la esclerosis.
Sin pretender establecer leyes deterministas, la historia de los procesos
políticos sugiere que estas etapas o momentos se suceden con cierta
regularidad. Una década es un tiempo suficiente para observar las grandes
tendencias, al situarse en algún lugar intermedio entre la coyuntura y el largo
plazo.
En América Latina, y de modo particular en Sudamérica, conocimos una
coyuntura relativamente breve en la que se concentraron novedades que luego
pudimos visualizar como un cambio de rumbo. Entre 1999 y 2003, aproximadamente,
comenzaron a instalarse una serie de gobiernos progresistas y de izquierda que
cosecharon la siembra de resistencias e insurrecciones protagonizadas por los
movimientos indígenas, campesinos y populares en su prologando rechazo al
neoliberalismo.
Le sucedió una década de inusitada intensidad político-estatal como no
había vivido la región desde mediados del siglo XX. Se produjo un fuerte
aumento del producto interno bruto con base en la exportación de productos
naturales, se implementaron políticas sociales para reducir la pobreza, se
comenzó un vasto plan de obras de infraestructura y crecieron de forma
sostenida los ingresos de los trabajadores. De modo desigual, los
Estados-nación adquirieron mayor capacidad de intervenir en la economía y en
las sociedades, y algunos recuperaron su capacidad de planificar a largo plazo.
La región adquirió peso y voz propia en el escenario internacional y
adelantó proyectos de integración que le dieron cierta independencia respecto
de las potencias del norte. Durante un tiempo se vivió un clima de mayor
bienestar material y satisfacción, en particular entre los sectores populares,
que mejoraron su situación por lo menos en la mayor parte de los países.
En algún momento este clima comenzó a cambiar. La potencia hegemónica,
sobre todo durante el gobierno de Barack Obama, recuperó la iniciativa que
había perdido durante la gestión de George W. Bush. Las derechas locales
aprendieron a moverse en un escenario desfavorable, utilizando formas de acción
que acuñaron los movimientos populares. Una política conservadora sin centro de
comando aparente comenzó a ejecutarse en todos los países, siguiendo una
partitura similar, a veces casi idéntica, siempre amplificada (cuando no
urdida) por los grandes medios de comunicación.
De forma casi simétrica, los sectores populares organizados en movimientos
comenzaron a replegarse. En ocasiones por la eficacia de las políticas sociales
que resolvieron las necesidades más acuciantes, a veces porque los propios
gobiernos desestimularon o institucionalizaron la movilización y otras porque
la confusión política reinante paraliza y neutraliza.
La confusión es un arte. Las guerras sin sentido aparente, como la que
algunos gobiernos llevan adelante contra el narcotráfico, tienen el objetivo de
paralizar y neutralizar la acción colectiva. Pero también se produce un efecto
desmoralizador cuando una lucha es acusada de favorecer a terceros (hacer el
juego a la derecha, dicen los gobiernos progresistas), sin tomar en cuenta las
razones de los que protestan.
El resultado es similar en todas partes. Desmoralización de los que
resisten. La principal excepción es Perú, donde pueblos enteros enfrentan la
prepotencia de las multinacionales y del gobierno. En general, el fervor
popular tiende a desvanecerse. Esta es la principal tendencia que vivimos en la
región.
Sobre ese repliegue cabalgan las derechas y el Comando Sur, que han
diseñado políticas bien diversas. Golpes constitucionales en Honduras
y Paraguay. Negociaciones de paz en Colombia. Cooptación de gobiernos
progresistas por las mineras. Un diseño para aceitar la acumulación. O sea,
desmovilizar a los de abajo, que es el prerrequisito para intensificar la
acumulación.
Los procesos de cambio han llegado a una suerte de meseta, mientras las
derechas avanzan, en casi todas partes. En Perú recuperaron el timón de mando
luego de un brevísimo paréntesis. En Argentina recuperaron las calles con
formas muy similares a las protestas de 2001, aunque se expresan con entera
libertad cuando una década atrás protestas similares se zanjaban con decenas de
muertos.
En Brasil el PT tendrá uno de sus peores desempeños en las municipales,
mientras Lula ya no consigue convencer a sus votantes como antaño. En Ecuador y
en Bolivia una parte de los luchadores que contribuyeron a llevar a los
actuales gobernantes a palacio militan ahora en la oposición. En Uruguay la
derecha recurre al plebiscito, como antes los movimientos, con posibilidades de
ganar. En Venezuela la derecha crece incluso entre los sectores populares, que
siempre sostuvieron el proceso bolivariano.
No es fácil identificar en qué punto estamos. Ciertamente, las primaveras
quedaron atrás. Muchos síntomas indican que estamos en un recodo del camino
cuando se cierra el ciclo del alza de precios de las commodities. O
se avanza o se pierde. Una década de políticas sociales sin cambios
estructurales no alcanza para modificar la relación de fuerzas heredada. La
profundización de la crisis mundial empieza a erosionar apoyos y lealtades y,
sobre todo, abre huecos donde las clases medias juegan su partida.
Hace falta un nuevo ciclo de luchas, como el que barrió el continente desde
la segunda mitad de la década de 1990, para dar un vuelco a una situación
pautada por el crecimiento del conservadurismo de masas, alentado por el
consumismo, la osadía creciente de Washington y la parálisis del progresismo.
Pero los ciclos de luchas no se sacan de la galera. Se construyen contra la
corriente, con base en el tesón y la entrega militante de hombres y mujeres,
sobre todo jóvenes, que dedican su vida a la causa de los de abajo. Lo
preocupante es que esa energía ha sido cuestionada y hasta criminalizada estos
años, no sólo por las derechas y el imperio.
Publicado en La Jornada
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