Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Abril 12 de
2002, madrugada: la llamada de Fidel
A las 12:38 a.m., un Edecán le dice “Presidente, tiene una llamada del
Comandante Fidel Castro”. Chávez coge el teléfono de inmediato, algo ansioso.
Desde temprano en la tarde del 11 de abril Fidel había estado tratando de
comunicarse con él. Fidel enseguida se interesa por conocer la situación en ese
minuto y Chávez le responde.
-Aquí estamos en el Palacio
atrincherados -comienza diciéndole-. Hemos perdido la fuerza militar que podía
decidir. Nos quitaron la señal de televisión. Estoy sin fuerza que mover y
analizando la situación.
-¿Qué fuerzas tienes ahí? -le
pregunta Fidel rápido.
-De 200 a 300 hombres muy
agotados.
-¿Tanques tienes?
-No, había tanques y los
retiraron a sus cuarteles.
-¿Con qué otras fuerzas cuentas?
-inquiere Fidel.
-Hay otras que están lejanas,
pero no tengo comunicación con ellas -responde Chávez, en alusión al general
Baduel y los paracaidistas, la división blindada de Maracaibo y las demás
fuerzas leales.
Fidel hace una breve pausa y con
mucha delicadeza le dice: “¿Me permites expresar una opinión?” Y Chávez le
responde de inmediato: “Sí”.
-Pon las condiciones de un trato
honorable y digno, y preserva las vidas de los hombres que tienes, que son los
hombres más leales. No los sacrifiques, ni te sacrifiques tú -le dice Fidel con
el acento más persuasivo posible.
-¡Están dispuestos a morir todos
aquí! -responde Chávez con énfasis y emoción.
-Yo lo sé, pero creo que puedo
pensar con más serenidad que lo que puedes tú en este momento -le añade Fidel
sin perder un segundo, mientras Chávez lo escucha concentrado en cada palabra-.
No renuncies, exige condiciones honorables y garantizadas para que no seas
víctima de una felonía, porque pienso que debes preservarte. Además, tienes un
deber con tus compañeros. ¡No te inmoles!
Cuando Fidel le dijo estas
últimas palabras, tenía muy presente la profunda diferencia entre la situación
de Allende el 11 de septiembre de 1973 y la de Chávez en ese instante. El
presidente chileno no disponía de un solo soldado. Chávez contaba con una gran
parte de los soldados y oficiales del ejército, especialmente los más jóvenes.
Con esa idea crucial en su mente, Fidel le reitera al líder bolivariano:
-¡No dimitas! ¡No renuncies!
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