Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
El costo que no asumen las derechas
Por Boaventura de Sousa Santos
Por qué la actual crisis del
capitalismo fortalece a quienes la han causado? ¿Por qué la racionalidad de la
“solución” se asienta en las previsiones que hacen y no en sus consecuencias,
que casi siempre las desmienten? ¿Por qué está siendo tan fácil para los
estados cambiar el bienestar de los ciudadanos por el bienestar de los bancos?
¿Por qué la gran mayoría de los
ciudadanos asiste a su empobrecimiento como si fuese inevitable y al
enriquecimiento escandaloso de pocos como si fuese necesario para que su situación
no em- peore todavía más?¿Por qué la estabilidad de los mercados financieros
sólo es posible a costa de la inestabilidad de la vida de la gran mayoría de la
población?¿Por qué los capitalistas, en general, individualmente son gente de
bien y el capitalismo, como un todo, es amoral?
Más todavía: ¿Por qué el
crecimiento económico es hoy la panacea para todos los males de la economía y
de la sociedad sin que se pregunte si los costos sociales y ambientales son o
no sustentables? ¿Por qué Malcom X tenía tanta razón cuando advirtió: “si no
tienen cuidado, los periódicos los van a convencer de que la culpa de los
problemas sociales es de los oprimidos y no de los opresores”? ¿Por qué las
críticas que las izquierdas hacen al neoliberalismo entrar en los noticieros
con la misma rapidez e irrelevancia con las que salen? ¿Porqué las alternativas
son tan escasas cuando más se las necesita?
Estas cuestiones debieran estar
incluidas en la agenda de reflexión política de las izquierdas antes de que, a
la larga, sean remitidas al museo de las felicidades pasadas.
Esto no sería grave si tal hecho
no significase, como significa, el fin de la felicidad futura de las clases
populares. La reflexión debe comenzar por ahí: el neoliberalismo es
fundamentalmente una cultura del miedo, del sufrimiento y de la muerte para las
grandes mayorías. Por ello no es posible combatirlo con eficacia si no se le
opone una cultura de la esperanza, de la felicidad y de la vida.
La dificultad que las izquierdas
tienen para asumirse como portadoras de esta otra cultura resulta de haber
caído durante demasiado tiempo en la trampa con la cual las derechas se
mantuvieron siempre en el poder: reducir la realidad a lo que existe, por más
injusto y cruel que sea, para que la esperanza de las mayorías parezca irreal.
El miedo en la espera mata la esperanza en la felicidad. Contra esta trampa es
necesario partir de la idea de que la realidad es la suma de lo que existe y de
todo lo que en ella está emergiendo como posibilidad y como lucha por su concreción.
Si las izquierdas no son capaces de detectar las emergencias, se sumergirán o
irán al museo, que significa lo mismo. Éste es el nuevo punto de partida de las
izquierdas, la nueva base común que les permitirá luego discrepar
fraternalmente en las respuestas que den a las preguntas aquí formuladas. Una
vez ampliada la realidad sobre la que se debe actuar políticamente, las
propuestas de las izquierdas deben ser percibidas de manera creíble por las
grandes mayorías como prueba de que es posible luchar contra la supuesta
fatalidad del miedo, del sufrimiento y de la muerte en nombre del derecho a la
esperanza, a la felicidad y a la vida. Esta lucha debe ser conducida por tres
palabras-guía: democratizar, desmercantilizar y descolonizar.
Democratizar la propia
democracia, ya que la actual se ha dejado secuestrar por poderes
antidemocráticos. Es necesario poner en evidencia que una decisión tomada
democráticamente no puede ser destruida al día siguiente por una agencia
calificadora de riesgo o por una baja en la cotización de las bolsas (como
podría suceder próximamente en Francia).
Desmercantilizar significa
mostrar que usamos, producimos e intercambiamos mercancías, pero que no somos
mercancías ni aceptamos relacionarnos con las otras personas y con la Naturaleza
como si fuesen una mercancía más. Antes que ser empresarios o consumidores
somos ciudadanos. Y para ello es imperativo que no todo se compre y no todo se
venda, que haya bienes públicos y bienes comunes como el agua, la salud, la
educación.
Descolonizar, por último,
significa erradicar de las relaciones sociales la autorización para dominar a
los otros bajo el pretexto de que son inferiores: porque son mujeres, porque
tienen un color de piel diferente o porque profesan una religión ajena.
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