Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por Dimitris Christoulas
Escrito por: Alejandro Zárate Blades
No era un hombre famoso. No fue
artista, ni científico, ni deportista, ni político. No ganó la lotería. No
batió ningún récord. Ni siquiera estuvo vinculado a alguien remotamente famoso.
No, era un hombre común, como la inmensa mayoría de los siete mil millones de
personas que fatigamos este planeta. Y quiero pensar que, al menos una parte de
esa gran humanidad, se ha sentido conmovida y conmocionada, como yo, por el
gesto de este hombre: Dimitris Christoulas. Quiero decir su nombre, a pesar de
no saber pronunciarlo: Dimitris Christoulas. Quiero repetirlo hasta que no se
me olvide más nunca: Dimitris Christoulas. Quiero repartirlo a todo el que me
escuche y lea, para que jamás lo olvide, para que lo recuerde siempre: Dimitris
Christoulas, Dimitris Christoulas, Dimitris Christoulas.
Arrastrado a la desesperación,
Dimitris Christoulas, jubilado de 77 años, se quitó la vida en la plaza
pública, antes de “terminar hurgando en los contenedores de basura para poder
subsistir”, como explicó en su última carta. Prefirió la muerte antes que
perder su dignidad. Se suicidó a cielo abierto para denunciar la violencia e
impunidad de quienes, con sus políticas, ya lo habían condenado a muerte: el
gobierno griego, la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional.
Dimitris Christoulas no era un
banquero, no especuló en la bolsa, no participó de la burbuja inmobiliaria, no
traficó con armas o drogas, no tenía dinero mal habido en paraísos fiscales, no
era un político corrupto, no era un juez prevaricador. Dimitris Christoulas no
era responsable de la crisis. Dimitris Christoulas era un trabajador. Durante
35 años, Dimitris Christoulas trabajó para tener una pensión digna en su vejez.
Esa pensión se esfumó con las políticas económicas asumidas en su país. Y
Dimitris Christoulas comprendió que así se había “aniquilado toda posibilidad
de supervivencia” para él. Y se mató a la vista de todos.
Esta tragedia pasó hace apenas
unos días en Atenas. Es, verdaderamente, una tragedia griega. Pero, a
diferencia de las escritas por Sófocles, Eurípides o Esquilo, esta tragedia no
se explica por la ira de los dioses olímpicos. No hay una Fatalidad superior a
los hombres que los condene a la destrucción. La pobreza, la guerra, la
ignorancia… no son castigos de dioses airados y brutales. No son fenómenos
naturales como la lluvia o los terremotos. No podemos observarlos y sufrirlos
desde la impotencia y la resignación. También a esta generación le corresponde
despertar de su letargo e intentar una revolución más humana. Sí, una
Revolución. O cuantas sean necesarias.
Dimitris Christoulas lo
comprendió y nos dio su muerte para clamar por ella.
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