Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Alfredo Rada
El sexenio, esos seis años
posteriores al derrocamiento y muerte de Gualberto Villarroel en 1946, fue uno
de los períodos más fructíferos de la historia del movimiento obrero boliviano.
Como en la colonia, la actividad extractivista minera seguía siendo en la
república la más importante en la economía del país, que exportaba grandes
cantidades de estaño en estado natural, adquiridos por los Estados Unidos a
precios rebajados pretextando que ese era el aporte de Bolivia a la lucha
contra el nazismo durante la segunda guerra mundial (1939 – 1945).
Esta pujante actividad extractiva
que controlaban Patiño, Hoschild y Aramayo, los “barones del estaño”, había
incrementado el número de trabajadores en las minas. Así fue que en 1944 en
Huanuni se funda la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia. Dos
años después, en un congreso realizado en un poblado minero potosino, a la par
de nominar a Juan Lechín Oquendo como su máximo dirigente, la Federación minera
aprueba la Tesis de Pulacayo. Ya estaba constituida la columna dorsal de la
futura central de los trabajadores.
Abril de 1952. Comienza en la
madrugada del 9 un golpe de Estado organizado por el movimientista Hernán Siles
Zuazo y el policía Antonio Seleme, nada menos que ministro de gobierno de la
Junta Militar encabezada por Ballivián.
Pero al terminar ese día el golpe
olía a fracaso; Siles estaba en la clandestinidad, Seleme refugiado en la
embajada de Chile y el general Humberto Tórrez Ortiz, comandante del ejército,
oscilaba entre su lealtad a la Junta y su oculta afinidad con los alzados.
El 10 y 11 de abril, la
conspiración de unos pocos se transformó en una insurrección de masas en La
Paz, Oruro, Potosí y Cochabamba. Los fabriles paceños, los mineros de Milluni
en La Paz, los de Huanuni y Siglo XX en Oruro, junto a los carabineros y la
poblada en las calles, fueron los verdaderos artífices de la victoria frente al
ejército de la oligarquía minero-feudal.
En medio de esa euforia
revolucionaria nace la Central Obrera Boliviana. Apenas habían pasado cinco
días desde los enfrentamientos armados, era el 15 de abril, cuando comienza una
reunión de 70 representantes de los más importantes sectores laborales en la
sede del Sindicato Gráfico de La Paz, a poca distancia de la Plaza Murillo, en
el centro mismo del nuevo poder. El 16 de abril de 1952 se funda la nueva
organización y al día siguiente elige su primera directiva: Lechín de los
mineros era el conductor, Germán Butrón de los fabriles su acompañante.
Sin embargo, el naciente poder
obrero, que contaba con milicias armadas que controlaban las principales
ciudades, que había ocupado las minas y que asistía al despertar de las
comunidades aymaras y quechuas que tomaban las haciendas de los antiguos
patrones… ese poder obrero contemporizó con los representantes políticos de la
pequeña burguesía. La COB pasó a ocupar tres ministerios en el gobierno
presidido por Paz Estenssoro, contribuyendo así a contener el torrente
revolucionario en los estrechos márgenes de un proyecto nacionalista,
inevitablemente orientado a restaurar los intereses generales del capital.
Después del 52
La lenta ruptura con los
movimientistas sobrevino al comenzar a desvanecerse las ilusiones populares en
1956, cuando desde el gobierno aplicaron el “Plan de estabilización monetaria”
del estadounidense Jackson Eder. Se inició en 1964 la lucha contra la dictadura
falazmente electoral de Barrientos. A la muerte de este militar, comenzó una
acumulación política de las fuerzas revolucionarias que en 1970, durante el
gobierno de Juan José Tórrez, llegaron a conformar la Asamblea Popular, el
mayor intento socialista emprendido por la COB y los partidos de izquierda.
Derrotado ese proyecto por el golpe de Banzer, la resistencia sindical duró los
siete años del banzerismo; en esa misma época los sindicatos agrarios retomaron
su independencia al fracturarse el “pacto militar-campesino”.
El corto verano de la apertura
democrática de 1978 fue truncado por otra dictadura: la del general García Meza
en 1980. El fin del ciclo militar en 1982 llevó al gobierno a una coalición de
centro-izquierda (la UDP), pero la radical y equivocada táctica cobista frente
a ese gobierno facilitó la estrategia de la derecha conservadora, que en 1985
inaugura el período neoliberal que duró veinte años, en los que la central
obrera casi desaparece, diezmada por el despido masivo de trabajadores mineros
y fabriles en 1986.
Fueron otros movimientos sociales
que ocuparon el escenario político, erosionaron al neoliberalismo e inauguraron
el 2005 el actual proceso de transformaciones estatales, económicas y sociales.
Durante este último tiempo,
anclada en una visión clasista, imprescindible pero insuficiente, a la
dirigencia obrera aún le cuesta entender la lucha de las naciones originarias
por construir un nuevo Estado Plurinacional.
La Central Obrera Boliviana que
ahora está movilizándose a nivel nacional, bien puede orientar sus fuerzas
hacia la profundización del proceso, planteando al país un conjunto de medidas
estratégicas de transformación estructural, pero en vez de ello fomenta el
salarialismo y por esa vía puede terminar siendo funcional a las tendencias
desestabilizadoras de derecha.
Sin embargo, los errores se dan
también en el gobierno que conduce este proceso. Recordemos una de las últimas
actuaciones públicas de la COB, cuando se retiró del denominado “diálogo
tripartito” convocado por algunos ministros. Sólo en apariencia es correcta la
pretensión oficial de sentar en una misma mesa a los grandes empresarios
privados y a los trabajadores asalariados bajo arbitraje estatal; en el fondo
constituye un alejamiento de lo que debe ser un gobierno popular.
Nunca estarán en las mismas
condiciones los capitalistas que contratan por un salario la fuerza de trabajo
a los fines de extraer el plus-valor que es el fundamento material de la propia
reproducción del capital, que los representantes de los trabajadores
asalariados cuyas capacidades físicas e intelectuales son enajenadas en el
proceso productivo.
No entender esto es perder la
brújula, es pretender dar marcha atrás en un principio de un gobierno que busca
la justicia y la equidad: trato igual a los iguales, trato desigual a los
desiguales.
Precisamente porque no están en
pie de igualdad, hace años que desde el gobierno se tomó partido por los
trabajadores.
Publicado en el periódico
"Página Siete" el domingo 15 de abril de 2012
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