Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por:
Lucía Sauma
Ciento
setenta años es el tiempo que tardaríamos en alcanzar la igualdad económica
entre hombres y mujeres en el mundo. Así de distantes estamos, así de
desiguales nos desenvolvemos. Por ejemplo, las mujeres perciben un 23% menos de
salario en promedio por idéntico trabajo. Este porcentaje de desigualdad
salarial a escala mundial se repite en Bolivia.
En
nuestro país, el 49% de la población económicamente activa está compuesta por
mujeres, es decir que el sector femenino es casi la mitad de la población
trabajadora. A la hora del reparto de trabajos, las mujeres se quedan con los
empleos más precarios, los de baja productividad, los eventuales, los
temporales. Esto da lugar a que seis de cada 10 trabajadoras ganen menos del salario
mínimo, lo que raya en la explotación.
Las
mujeres tienen los trabajos más precarios por falta de oportunidades. La
desigualdad en la distribución del trabajo remunerado con el no remunerado o de
cuidado recae casi exclusivamente sobre ellas. Mientras un hombre emplea cerca
de 18 horas semanales en las labores de casa, una mujer utiliza 40 horas por
semana en las mismas tareas, relegando el estudio, la tecnificación y su propio
descanso.
Si
bien el Art. 338 de la Constitución señala que “El Estado reconoce el valor
económico del trabajo en el hogar como fuente de riqueza y deberá cuantificarse
en las cuentas públicas”, aún no se han implementado políticas públicas que
sean verdaderas señales de reconocimiento de ese aporte, hecho principalmente
por las mujeres en beneficio del desarrollo de toda la sociedad. Ni los
trabajos de cuidado de niños, ancianos y enfermos; ni las labores domésticas
han sido contabilizadas en las cuentas públicas, no se ha considerado su
remuneración ni su retribución. Por eso, el artículo constitucional citado es
solo un logro de papel para la sociedad boliviana en su conjunto.
Por
ejemplo Jhenny, paceña de 23 años, dejó sus estudios de auditoría porque su
hermano mayor, quien sostenía la casa junto con su madre, quedó inválido
después de un accidente. La madre es profesora en dos establecimientos (diurno
y nocturno). Jhenny dejó todo para atender a su hermano, bañarlo, cambiarlo,
darle sus medicinas, cocinar, limpiar la casa, lavar la ropa, realizar las
compras, ayudar a su mamá durante la noche a hacer manualidades para el pequeño
emprendimiento de cotillón que realizan para cubrir sus gastos. Cuando a Jhenny
le preguntan ¿y tú, cuánto tiempo empleas en ti? Mira, sonríe y dice: “Yo no
importo ahora, más adelante me ocuparé de mí”. El más adelante quizás llegue
cuando esta joven de 23 años se quede sola y la sobrevivencia la incluya en el
sector informal, sin oportunidad de capacitación, sin ningún beneficio social
al final de su vida.
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