Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Alejo
Brignole
El
mundo sabe ya desde hace muchos años que quien controla la información controla
la realidad y sus variables. En nuestra era digital y tecnológica, este axioma
se ha vuelto una obsesión para algunos países, que han logrado crear un
escenario de verdadera guerra silenciosa que se dirime en el plano informático.
Tanto Rusia como Estados Unidos, China o la Unión Europea son emisores y grandes
receptores de ataques digitales. Se cuentan por cientos cada día en sus
sistemas de vigilancia, defensa o comunicaciones.
Sin
embargo, el verdadero problema reside en la utilización que hacen estos pocos
países de ese callado y sigiloso arsenal digital. Desde inicios de la década de
1990, Estados Unidos maneja el concepto denominado Joint Vision (visión
conjunta), que consiste en tener cobertura total de comunicación y vigilancia
en todo el orbe a través de redes interconectadas. Poco después, en 1996, el
almirante estadounidense William A. Owens introdujo el concepto de “sistema de
sistemas” en un artículo publicado por el Instituto para los Estudios de
Seguridad Nacional.
Para
lograrlo, la mayor potencia mundial ha invertido en estas dos décadas cientos
de miles de millones de dólares en radares terrestres, en interceptores de
frecuencias en el espacio y en satélites espías tanto de captación de datos y
espectros de luz como fotográficos de alta resolución. Estos sistemas pueden
fotografiar un rostro humano desde el espacio o leer el titular de un periódico
desde su órbita satelital. E incluso detectar presencia humana bajo estructuras
de hormigón.
Tales
avances permitieron consolidar también un tipo de militarismo cimentado en la
acción a distancia, lo cual ha ido generando también nuevas doctrinas de
combate y estrategia, pero también una sociedad global reducida a un mero rehén
del poder tecnológico concentrado.
Estos
recursos lo utilizan los Estados más avanzados, saltándose de manera arbitraria
conceptos como privacidad, derechos humanos, intimidad y muchos otros, dándole
forma a lo que el filósofo y politólogo estadounidense Sheldon Wolin denominó
tecnofascismo.
En
este contexto, no hace falta ninguna aclaración o nota al pie para entender que
Estados Unidos es hoy el mayor problema mundial para resguardar esos derechos
ciudadanos. El hombre común que utiliza soportes digitales es vigilado de mil
maneras por unas tecnologías que lo invaden, lo clasifican, lo indizan y lo
desnudan mediante algoritmos que almacenan sus preferencias, sus
desplazamientos físicos y sus rutinas diarias. Y por supuesto sus
comunicaciones digitales habladas, grabadas o escritas.
Cuando
en 2013 el exanalista informático de la Agencia Nacional de Seguridad
estadounidense (NSA) Edward Snowden filtró los protocolos y datos que utilizaba
la agencia norteamericana para la vigilancia de personas (incluidos los
políticos y diplomáticos aliados de todo el mundo), la Aldea Global supo que
estaba a merced de una superpotencia dueña de unos recursos extraordinarios que
utilizaba sin ética y de manera irrestricta.
Muchos
de esos documentos filtrados por Snowden (y antes por Julian Assange a través
de la web Wikileaks) mostraron la estrecha colaboración que brindan los grandes
proveedores de servicios digitales a las agencias gubernamentales
norteamericanas. Tal sería el caso de Microsoft y todos sus servicios de correo
electrónico o sistemas operativos. Y Google, con su Gmail, cediendo los datos
generales del público que utiliza sus servicios. En el caso de Microsoft, su
producto más afamado –el sistema Windows– es comercializado en todo el mundo
con una denominada backdoor o puerta trasera que debió incluir como parte de
acuerdos (probablemente forzosos) con el Gobierno estadounidense y sus agencias
de seguridad.
Esta
denominada ‘puerta trasera’ de un sistema informático consiste en una secuencia
especial dentro del código de programación, mediante la cual se puede evitar
los escudos de seguridad del algoritmo (autentificación) para acceder al
sistema. Dicho más sencillamente, no es otra cosa que una puerta de acceso para
que un determinado programa pueda ser voluntariamente hackeado y revisado por
las agencias federales, u otros que así lo requieran.
Podríamos
hacer una lista más extensa de las empresas que colaboran con el Gobierno
facilitándoles el espionaje, según figuran en los cientos de miles de
documentos filtrados por Snowden y Assange: Facebook, Apple, AOL, British
Telecomunications, Vodafone y la todopoderosa empresa telefónica estadounidense
Verizon, que son parte de un club mucho más numeroso de empresas
colaboracionistas.
Eso
incluye la violación de cifrados en sistemas operativos de telefonía móvil,
como Android, o los encriptados de dispositivos como fueron los BlackBerry ya
en desuso. La lista podría continuar.
Desde
una perspectiva estratégica latinoamericana, esto resulta catastrófico si
consideramos que nuestros organismos públicos, los medios de comunicación, las
agencias gubernamentales y los movimientos sociales que luchan abiertamente
contra las premisas hegemónicas estadounidenses en toda la región utilizan
servicios digitales de la factoría norteamericana, facilitándoles la tarea en
clasificación de datos y vigilancia. De esta manera, Estados Unidos sabe qué se
debate, qué se planifica, qué se discute y qué se piensa en el seno de las
organizaciones latinoamericanas refractarias a su influencia. En Bolivia, sin
ir más lejos, estamos haciendo la Revolución avisando con anterioridad los
pasos estratégicos que vamos a dar.
El
episodio de Edward Snowden fue importante en múltiples aspectos, pues no sólo
mostró una realidad oculta a la ciudadanía, sino que disparó algunas iniciativas
verdaderamente valiosas para sortear el cerco vigilante que padece la sociedad
global a través de los instrumentos que el capitalismo ofrece para un uso
cotidiano y estandarizado.
La
constatación de que los correos electrónicos son vulnerados mediante filtros de
palabras, procedencia y temática hizo que un grupo de innovadores y científicos
suizos creara el sistema de correos electrónicos ProtonMail
(www.protonmail.com), que no sólo utiliza un sistema de doble encriptamiento,
sino que además está domiciliado en Suiza y por tanto fuera de la jurisdicción
estadounidense y de la propia Unión Europea. Esto garantiza la privacidad de
sus datos y una saludable marginalidad política en cuanto a las presiones
habituales que efectúa Washington a sus aliados de la OTAN (a la cual Suiza no
pertenece).
Las
cuentas gratuitas de ProtonMail de correo electrónico utilizan dos contraseñas
de usuario codificadas y esta doble llave hace que los servidores de la empresa
sólo puedan guardar los datos del usuario de forma encriptada, haciendo que la
recuperación de dicha contraseña resulte imposible. Ni siquiera ProtonMail
puede descifrar los mensajes de los usuarios, aunque ello sea solicitado por
una orden judicial. El contenido de los mensajes solamente lo conocen el remitente
y el destinatario si ambos utilizan ProtonMail. Al igual que Snapchat,
ProtonMail también proporciona la posibilidad de poner fecha de caducidad a los
mensajes de forma opcional, programando su eliminación del sistema después de
un lapso determinado por el usuario.
La
importancia de este tipo de herramientas liberadas de injerencias indebidas y
lesivas de la intimidad se tornará con el tiempo en insustituible en un mundo
cada vez más cercano a ese tecnofascismo descrito por Sheldon Wolin.
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