Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Anselmo
Esprella
“Una parte importante de la población de
Bolivia, mantiene un idilio amoroso con, Jack el Destripador”
¿Cómo
es posible que en los medios de comunicación, cada tanto aparezca una versión
remozada de Frankestein, que vuelve a encandilar a quinceañeras y abuelas de
una clase media trepadora, dizque, creativa y culta?
¿Qué
nos pasó, por qué nos ha ido tan mal en todo? Se pregunta antes de morirse de
tristeza, el pobre Sergio Almaraz. ¿Dónde quedó la alegría para esta patria,
siempre atragantada de angustias? Quizá en el síndrome de Estocolmo (1), se
encuentre escondida la respuesta que atormentaba al extraordinario analista e
investigador. Ese estado de deslumbramiento que provoca a las mariposas,
lanzarse sonrientes a los brazos de una vela encendida e insensible.
Dependencia psicológica que desarrolla la víctima, respecto a su secuestrador
que la hará arder en el infierno, pero ella acude feliz al abismo.
De
ser así, cabe aclarar que dicho síndrome, no habría comenzado en Estocolmo
Suecia, sino en la mismísima, Chuquisaca Bolivia.
Según
la Corte Nacional Electoral (CNE), el domingo 29 de junio de 1980; luego de
recuperada la democracia, un total de 220.309 almas, votaron por un tipejo que
solo hasta un año antes, había gobernado a sangre y fuego el país, durante
siete largos años. Estas, 220.309, almas benditas del purgatorio boliviano, por
supuesto, no eran militares ni torturadores ni violadores ni asesinos. Nada de
eso. Eran personas silvestres que comulgaban cada domingo, llevaban a sus hijos
al zoológico y cantaban el himno nacional con fervor verdadero. Entonces ¿Qué
nos pasó? Cómo fue posible que cometiéramos semejante atrocidad.
Kristin
Enmark, se llamaba la rehén de 23 años, que brindó un efusivo beso a su captor
y que después declaró: “Confío plenamente en él, viajaría por todo el mundo con
él”. Pero él, es decir, Carlk Oloffson, estaba dispuesto a cortarle lentamente
cada uno de los dedos, con tal de impedir que la policía lo detenga. Sin
embargo, ella lo tiene en gran estima y aún hoy, después de 40 años, continúan
escribiéndose cartas.
Entre
1983 y 1984, el trotskismo, encaramado en la Central Obrera Boliviana (COB), le
hizo 300, “huelgas hasta las últimas consecuencias” a la UDP, triste alfeñique
de la izquierda boliviana de entonces. Sus huelgas envalentonaron al
neoliberalismo, que le vendió al pueblo, el suicidio, como solución. En 20
años, en las narices de los medios de comunicación, remataron 212 empresas del
país más pobre del continente. Don Manuel Morales Dávila, solía decir que
robarle a un pueblo harapiento, “era un crimen de lesa humanidad”.
En
dos décadas de angurrias y saqueos de Libre Mercado, ¿Cuántos niños murieron de
paludismo, diarreas y tuberculosis? Cuántos sobrevivieron con las carnes
masticadas por la leishmaniasis; enfermedad de los perros y los pobres.
Durante
los años más infames del neoliberalismo, la derecha, lobo disfrazado de lobo,
ganó elecciones, nada más y nada menos, que en los centros mineros, vanguardia
del movimiento popular boliviano.
Sin
embargo, el año 1997, se nos fue la mano. Aquel año hicimos presidente, al
chacal; (Banzer), al mismo que durante siete años, nos había clavado un
cuchillo ensarrado en la espalda. Es difícil entender, ¿cómo pudimos hacernos
esto?
Los
estudiantes de la Universidad Pública de El Alto (UPEA), van por la ciudad
cantando:
“qué
lindo, qué lindo que va ser.
El
Evo, a la escuela, que salga bachiller”
Parece
una broma graciosa e inocente, el problema es que la cancioncita, se la corean
a un tipo que de niño, caminaba 5 kilómetros cada día para llegar a una escuela
sin ventanas ni pupitres, que siempre llegaba atrasado a clases, quizá por el
concierto de ranas, que día y noche le atormentaban el estómago.
A
demás que, ese chiquillo, que recogía cáscaras de naranja para comer, construyó
más colegios y escuelas, como nunca lo harán “los estudiantes revolucionarios”
que marchan con paraguas y con el rostro embarrado de bloqueador solar, para
que el sol, no les queme la delicada piel ladina.
El
domingo 21 de julio de 1946, la ciudad amanece desierta, la nieve cubre los
tejados y los árboles, hace mucho frio, el presidente no ha dormido en varios
días. A las 10 a.m. Los últimos militares y civiles más próximos a Villarroel,
salen del Palacio con cualquier excusa y ya no regresan.
Todos
los regimientos “se han dado vuelta”. A las 11, llega a Palacio una ambulancia
de la Fuerza Aérea Boliviana FAB, en su interior hay soldados ocultos, armados
con ametralladoras. Los oficiales ofrecen llevar a Villarroel a la base aérea
de El Alto. Durante media hora le ruegan abandonar el palacio, advirtiéndole
que peligra su vida. En una actitud similar a la que adoptará Salvador Allende,
varios años después; el presidente no quiere huir.
La
embajada norteamericana, ha acusado a Villarroel de ser un nazi, por querer
aumentar el precio del estaño a los poderosos países aliados.
Entonces,
azuzados por los medios de comunicación, unidos por el mismo amor a la patria,
marchan codo a codo, albañiles, chifleras, estudiantes de la UMSA, empleadas
domésticas, obreros y beatas de Sopocachi.
Los
golpistas, saben que Villarroel no ha escapado, que no quiere escapar. Disparan
varios cañonazos que hacen temblar toda la ciudad, después, arrebatados por los
alaridos y las descargas, suben por las escaleras, lo buscan por los salones y
sótanos del palacio. Lo encuentran en una habitación, desarmado, tumbado en el
piso con el cuerpo desgarrado por los tiros que ha recibido, lo insultan, le
destrozan la cabeza a culatazos, le vuelven a disparar varias veces, luego
arrojan su cuerpo por una de las ventanas que da a la calle Ayacucho. La
muchedumbre en la plaza, nuevamente escarmienta con saña el cuerpo de este
hombre muerto hace varias horas, como queriendo causarle un dolor, más allá de
la muerte misma.
Lo
despojan de su vestimenta y lo cuelgan de uno de los postes de luz, al lado de
su edecán Waldo Ballivián y de su secretario privado Luis Uría.
“Villarroel había querido dar los mismos
derechos al blanco y al indio, a la esposa y a la amante, al hijo legal y al
hijo natural”: lo mataron.
Ciertamente
la historia de Bolivia está llena de olvidos, pero también de mucha memoria.
Porque
la memoria nos salva de la humillación y porque el olvido, es un lujo que los
pueblos no se pueden dar.
(1) El Síndrome de Estocolmo es un estado psicológico en el que la víctima de secuestro, o persona detenida contra su propia voluntad, desarrolla una relación de complicidad con su secuestrador. En ocasiones, los prisioneros pueden acabar ayudando a los captores a alcanzar sus fines o evadir a la policía.
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