Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Alejo
Brignole
Ya
el filósofo francés Jacques Derrida a partir de 1970, o el mismo Friedrich
Nietzsche en el siglo XIX, vislumbraron y anunciaron la actual sociedad
posmoderna al declarar el fin de los relatos consolidados por el racionalismo.
Considerando
que la modernidad fue iniciada en el Renacimiento y que terminaría derivando en
el racionalismo kantiano —entre otros— sus verdades hoy son cuestionadas por
esta posmodernidad, y uno de los instrumentos definidos es la denominada
posverdad.
Para
la filosofía, esa posverdad constituye algo que va más allá de las verdades
totalizadas por el saber y la filosofía de aquel racionalismo superado, o por
cualquier metafísica anterior a él. Lo que define la posmodernidad sería, por
tanto, la imposibilidad de asentarse en comprensiones definitivas, pues todo
—gracias a la ciencia y a la evolución inherente del conocimiento— puede ser
refutado. Es decir, nada es totalmente verdad en cuanto existan condiciones
para asumir una posverdad.
Sin
embargo, la acepción de posverdad que hoy nos ocupa y que se discute más acá de
las filosofías es la que parece imperar y que se impuso en las tácticas
comunicacionales de los multimedios. Ellos parecen haberse adueñado de su
significado para utilizarlo como esencia de su desempeño en la comunicación de
masas. Podríamos decir que hoy los grandes conglomerados ya no informan, sino
que producen relatos de la realidad que van más allá de la verdad. La verdad es
convertida así en una instancia modificable, en una posverdad para uso propio.
Sin
bien lo verdadero como valor absoluto no existe, pues su relato es siempre
fragmentario y subjetivo, la cuestión que flota sobre este problema irresuelto
por todas las filosofías y metafísicas es cómo debe utilizarse una hipotética
verdad. Esta cuestión se agrava en un mundo de comunicación masiva constante,
instantánea y subyugante.
Los
medios de comunicación por supuesto no pueden poseer la verdad, pues ésta no
reside en ningún discurso ni relato humano de manera totalizadora. Sin embargo
y en teoría, los medios deberían intentar una aproximación a esa búsqueda
realizando un ejercicio informativo que facilite abordar algo aproximado a esa
verdad siempre escurridiza e inaprensible.
Por
el contrario, las estructuras mediáticas concentradas hacen el recorrido opuesto:
ocultan, tergiversan y desorientan. En definitiva, desinforman para construir
un relato que en nada se parece a esa verdad o a su búsqueda. Es entonces que
entramos de lleno en una hegemonía de la posverdad.
Pero
para darnos una idea concreta o menos abstracta de lo que conlleva este
fenómeno, vamos a exponer dos ejemplos muy claros de esta construcción
posveraz. El primero ocurrió aquí en Bolivia con el caso Zapata en 2016, cuando
el relato mediático expuso eventos inexistentes, apoyándose en argumentaciones
que nada tenían de cierto, como un supuesto hijo del presidente Morales y
Gabriela Zapata.
Una
serie de denuncias falsas, de acusaciones espurias y pruebas inventadas
generaron un relato difundido por la CNN y muchos otros medios nacionales que
terminaron por contaminar a la opinión pública boliviana. El resultado de esta
construcción mediática fue el rechazo del electorado a una reforma de la
Constitución para incluir las dos reelecciones continuas del Presidente
propuesta en el referéndum de 2016.
Luego
se descubrió que nada de la narrativa dispuesta por los medios tenía sustento
en la realidad constatable, aunque el daño ya estaba hecho: la sociedad
boliviana definió su curso político basándose en falsedades flagrantes
estructuradas como una posverdad.
El
segundo ejemplo, tan claro y acaso más grave que el boliviano, tuvo lugar en el
escenario argentino en las elecciones presidenciales de 2015. Los medios
concentrados —con el Grupo Clarín a la cabeza— y en completa consonancia con
las estrategias de Washington construyeron en los últimos años del gobierno
kirchnerista un relato sustentando en posverdades creadas a medida: que el país
estaba tocando fondo y que la izquierda estaba dejando una pesada herencia, o
que los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner habían logrado alzarse mediante
robos con todo un PBI nacional. La sociedad argentina asumió estas posverdades,
privilegiándolas incluso por encima de una realidad que podían constatar, pues
la Argentina de los Kirchner resultó un país estable, con gran inclusión
social, con una salud macroeconómica muy lejos de posibles crisis y una
movilidad social ascendente como hacía décadas no se conocía en ese país.
Hoy,
tras el triunfo de Mauricio Macri, aquella posverdad que sirvió para perpetuar
los intereses estratégicos transnacionales, ya no tiene ningún sentido para sus
ciudadanos y los argentinos deben tolerar (igual que en Brasil con Temer) un
desempleo rampante, una democracia secuestrada por el poder corporativo,
desnutrición infantil, deterioro calamitoso de las condiciones de vida y un
peligroso avance estratégico del Fondo Monetario Internacional para pauperizar
a toda la población, transfiriendo las riquezas nacionales a los centros
financieros mundializados. Una vez más, en Argentina quedó demostrado lo que
los medios niegan: que la realidad no se puede construir con artificios
argumentativos, pues de una u otra forma lo tangencial emerge con fuerza. Ya en
el terreno de la semiótica, podemos señalar que según algunas fuentes, el
vocablo posverdad fue usado por primera vez en un texto de 1992 por el
dramaturgo estadounidense de origen serbio Steve Tesich en la revista semanal
neoyorquina The Nation. En un análisis donde mencionaba el caso Watergate y la
Guerra del Golfo, expresó: “Nosotros, como pueblo libre, hemos decidido
libremente que queremos vivir en algún mundo de posverdad”.
Otros
también utilizaron el término con frecuencia durante la era Bush y en el
contexto de la guerra de Irak para describir el andamiaje de mentiras
construidas para impactar y confundir al público y obtener resultados políticos
concretos. A esa ciudadanía estadounidense manipulada le costó una masiva
pérdida de derechos constitucionales en el marco del Acta Patriótica de 2003, y
al mundo le significó un avance brutal sobre sus derechos a la intimidad y
sobre la integridad soberana de múltiples naciones que fueron invadidas y
bombardeadas a partir de una posverdad escandalosa: que en Irak había armas de
destrucción masiva.
Sobre
su aplicación en América Latina en estos años, la región corre el riesgo de
reiterar una y otra vez lo que podríamos llamar el “síndrome argentino”, que
ocurre cuando una sociedad goza de cierto grado de bienestar, inclusión y
proyección nacional, y sin embargo sus electorados deciden dar un salto en
falso que los hunde en una realidad gris y llena de carencias —muchas veces
padecida— bajo el manto de una posverdad diseñada para la dominación. Lo
maravilloso de estas construcciones posmodernas de un discurso creado es que
logra lo inaudito: que los ciudadanos validen a sus propios verdugos dándoles
nuevas oportunidades de saqueo y expolio.
Hoy
Bolivia vive una pugna notable. Existe una realidad desde 2006 que se puede
verificar en un avance social e institucional de alcances históricos. Pero
también Washington y sus aliados internos procuran reiniciar una suerte
síndrome argentino para que los beneficiados de esta nueva realidad boliviana,
rica y humanizada salten a un caldero hirviente de injusticias sociales. Y que
lo hagan por propia voluntad. Es decir, asumiendo como legítimos los falsos
relatos de la posverdad.
Escritor
y periodista
Síguenos en Facebook: Escuela Nacional de Formacion Politica
y Twitter: @escuelanfp
Regístrate también en nuestro canal en Telegram
Comentarios
Publicar un comentario
Escriba sus comentarios