Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Francisca Fernández
"La ruralización se convierte en un gesto político, para la
recuperación de nuestras soberanías (alimentaria, corporal, habitacional, entre
otras). Es una vía para entretejer redes y relaciones, para revitalizar lo
comunalitario, y también para descolonizar y despatriarcalizarnos."
Hace unos
días, conversando con compañeras de la vida, danzas y luchas, veíamos la
necesidad imperante de cambiar nuestros modos de vida, unas optando por irse a
vivir al campo y otras en la ciudad resistiendo y resignificando el espacio,
mediante la ruralización de nuestros barrios, nuestras casas, nuestras calles.
Unos días antes muchas fuimos partícipes del primer Foro por el Agua, en
Santiago, del Movimiento por la Recuperación y Defensa del Agua, donde se
acordó trabajar sobre los derechos de la naturaleza, entendiendo el agua no
sólo como un derecho humano sino de toda vida. Tuve también la oportunidad de
participar en la primera jornada del seminario internacional sobre educación
rural, agroecología y pueblos del campo, organizado por ANAMURI, donde apareció
este afán compartido, el de ruralizar nuestras ciudades, a partir de ampliar
nuestra mirada respecto de la naturaleza.
Tradicionalmente,
pero sobre todo desde las Ciencias Sociales, la ruralización ha estado asociada
al proceso de adopción de prácticas y costumbres rurales en un entorno urbano,
cuando los inmigrantes llegados desde una zona rural no lograban integrarse
tanto a nivel cultural, social o económico. Sin embargo cuando me refiero a
ruralización lo pienso en términos de cómo quienes habitamos en la ciudad
podemos integrar elementos de la vida rural para nuestra sustentabilidad, pero
sobre todo para vivir en armonía con los seres que nos rodean, en tanto sujetos
de la naturaleza (y no sobre ésta).
La
ruralización se convierte en un gesto político, para la recuperación de
nuestras soberanías (alimentaria, corporal, habitacional, entre otras). Es una
vía para entretejer redes y relaciones, para revitalizar lo comunalitario, y
también para descolonizar y despatriarcalizarnos.
Podemos
partir con simples gestos, con una huerta en casa, en el barrio, intercambiando
y reviviendo el trueque de productos, creando cooperativas de “comprando
juntos”, cuidando, almacenando y reproduciendo semillas, y también yendo más
allá, recuperando territorios, organizándonos desde la autogestión,
construyendo relaciones horizontales desde la ayuda mutua, rompiendo
estereotipos que vinculan el trabajo de la tierra con lo femenino. No hay nada
más transgresor y desafiante al capitalismo que la autodeterminación de nuestras
vidas cotidianas.
La
ruralización de la ciudad también es un gesto de valoración de los saberes
populares, de los abuelos y las abuelas, de los pueblos indígenas, de las
organizaciones que históricamente vivieron y lucharon recreando otro mundo
posible, en comunidades y barrios, como las tomas de terreno y las actuales
huertas comunitarias, que se han ido multiplicando. Es sembrar en patios,
balcones y techos, es juntarnos y danzar en plazas y calles, organizando y
celebrando la vida. Es gritar NO ALTO MAIPO, es decir NO AL TPP, es recuperar
la gestión comunitaria del agua. Es la ciudad inundada y renacida en La Abuela
Grillo. Es recrear el lugar donde queremos vivir. O simplemente es escuchar, o
más bien aprender a escuchar a los cerros, a las aguas, a las plantas, que
susurran “¡Luksic, ladrón, fuera del Cajón!”.
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