Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Verónica Rocha
Como ya es parte de nuestra penosa lógica deliberativa, hemos tenido que -una vez más- atestiguar un feminicidio tan desgarrador como impresionante para retomar este siempre pendiente debate. Desgarrador e impresionante por los niveles que llega a alcanzar esta violencia, pareciera ser que la que es ejercida contra las mujeres encuentra constantemente las formas más escandalosas de reinventarse, en este caso con William Kushner que asesinó a su ex empleada y pareja utilizando su coche para ello.
Lo que rápidamente ha salido a la luz para caracterizar este feminicidio ha sido la inmediata presunción de que el agresor podía ser protegido o encubierto por un sistema judicial que, seguro, ya ha tocado su piso en términos de credibilidad. En nuestra honestidad como sociedad, sabíamos que si Kushner goza del poder económico que le conoce la sociedad paceña, rápidamente esto podía implicar algún giro en la investigación que encontrará las formas de liberarlo de la responsabilidad por la vida que se llevó. Y es que es acá donde el debate se vuelve recursivo: no va a servirnos de nada tanta movilización social, tanta arquitectura normativa y tan paupérrima distribución de recursos si, en el fondo, no tenemos un sistema judicial digno o, cuando menos, que funcione. Y es acá donde el Gobierno tiene toda la responsabilidad. Por cada día que atrasamos una verdadera, responsable y creativa revolución en la justicia boliviana estamos acabando con la esperanza de un país en sí mismo. Y la desesperanza es algo que no se recupera ni con la mejor/mayor operación política o mediática.
Con todo, en el caso de Andrea actuamos rápido todos y todas. La propia madre de Andrea tuvo que dialogar con su dolor para decirle que primero debía anteponerse la búsqueda de justicia y se fue vigilante a los medios de comunicación a contar su verdad. Las redes sociales, que usualmente suelen convertirse en campos de ch’ampa guerra entre oficialismo y oposición, reaccionaron al unísono para hacer que la denuncia no se calle, que la voz crezca. Antes de ello, varias mujeres se dirigieron a la Clínica del Sur (de propiedad de la familia del agresor) para hacer patente su propuesta. También Mujeres Creando puso a disposición todo el trabajo radial que hacen y su Virgen de los Deseos para la vigilia por la justicia y el velorio de Andrea.
Simultáneamente, un viceministro de Gobierno garantizó custodia para que el agresor no saliera del país, y la presidenta de la Cámara de Diputados tomó contacto con la madre de Andrea para prestarle toda la atención y ayuda posible en el caso. El Círculo de Mujeres Periodistas se puso en campaña y también los medios de comunicación informaron ampliamente. Aunque faltan nombres, creo que está expuesta la pluralidad de quienes consideramos una aberración lo ocurrido y cuán poco importa el color político cuando la vida nos atraviesa y desgarra el alma.
Y aunque puede decirse que estuvimos todos juntos para denunciar algo que ya nos parece intolerable y que ello puede constituirse en un ligero avance, no estuvieron exentos los medios que olvidaron los manuales de periodismo con enfoque de género y que optaron por establecer este feminicidio como un "presunto atropello”, o algunas mujeres que, en un ejercicio de escasa sonoridad, acudieron a endilgar parte de la culpa de este feminicidio en las espaldas de la víctima. Pero fueron los y las menos y tienen su derecho a ello.
A lo que ya no tiene derecho nadie en este país es a pensar que una billetera puede comprar la vida de mujeres. Ni la de Andrea ni de todas las anónimas que no alcanzan a estar en titulares al no estar cercanas al espacio público, pero que juramos llevar en nuestra memoria y corazones. Se les va a acabar su justicia comprada. Porque ya no podemos más.
La autora es comunicadora social
y Twitter: @escuelanfp
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