Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Silvia Federici, nació en Parla, Italia, en
1942, es profesora en la Hofstra University de Nueva York. Militante feminista
desde 1960, fue una de las principales animadoras de los debates
internacionales sobre la condición y la remuneración del trabajo doméstico. Durante
la década de 1980 trabajó varios años como profesora en Nigeria, donde fue
testigo de la nueva oleada de ataques contra los bienes comunes. Con motivo del
día internacional de la mujer, compartimos este texto, que es parte de uno de
sus libros titulado “Revolución en Punto Cero”.
Hasta
hace poco, los temas relacionados con la tierra y las luchas por la defensa de
esta no habían logrado generar interés entre la mayor parte de norteamericanos,
a no ser que fuesen granjeros o descendientes de nativos americanos para
quienes la importancia de la tierra como cimiento para la vida es, al menos
culturalmente, todavía primordial. Muchos de los conflictos por la defensa de
la tierra parecen haberse esfumado en un pasado borroso, que se nos escapa. En
el periodo subsiguiente a la urbanización masiva, la tierra ya no parecía ser
uno de los medios básicos para la reproducción social, mientras que las nuevas
tecnologías proclamaban ser capaces de proveer toda la energía, la autonomía y
la creatividad que una vez se asociaron con el autoabastecimiento y la
agricultura a pequeña escala.
Esto ha
supuesto una gran pérdida, empezando porque esta amnesia ha creado un mundo en
el que las cuestiones más básicas acerca de nuestra existencia ―de dónde surge
la comida, si nos alimenta o si, en cambio, nos envenena― permanecen sin
respuesta y, lo que es peor, sin que nadie se las cuestione. Esta indiferencia
entre los urbanitas respecto al territorio está tocando a su fi n. La
preocupación por la ingeniería genética en los cultivos agrícolas y el impacto
ecológico provocado por la destrucción de los bosques tropicales, junto con el
ejemplo que suponen las luchas llevadas a cabo por los pueblos indígenas, como
los zapatistas levantados en armas para oponerse a la privatización de su
territorio, han provocado un aumento de la concienciación en Europa y en
Estados Unidos sobre la importancia de la «cuestión del territorio» que hasta
hace poco se identificaba como un problema del «Tercer Mundo».
Como
consecuencia de este cambio conceptual, hoy en día se asume que la tierra no es
un factor irrelevante para el capitalismo moderno. La tierra es la base
material esencial para el trabajo de subsistencia de las mujeres, que a su vez
es la principal fuente de «seguridad alimentaria» de millones de personas en
todo el mundo. Es en este contexto que hay que analizar las luchas que las
mujeres desarrollan en todo el planeta no solo como manera de reapropiarse de
la tierra sino también como forma de impulsar la agricultura de subsistencia y
la utilización no comercial de los recursos. Son esfuerzos extremadamente
importantes no solo porque gracias a ellos sobreviven miles de millones de
personas, sino porque nos señalan los cambios que tenemos que realizar si
queremos construir una sociedad en la que nuestra reproducción no tenga lugar a
expensas de otras personas y que tampoco signifique una amenaza para la
continuidad de la vida en este planeta.
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